Pudiera ser que el mayor deterioro y desprecio de la vida humana aconteciera durante la Segunda Guerra Mundial. Las muertes de millones de personas, de 1939 a 1945, en su mayoría provocadas por las tropas nazis de Alemania y sus naciones aliadas, caracterizadas por sus campos de concentración y sus factorías de dar la muerte, zanjado todo de golpe y porrazo con el lanzamiento de dos bombas atómicas a poblaciones civiles, cambiaron el perfil de los poderes mundiales y dejaron la sugestión inicial de que la guerra no era el camino para dirimir ni las ideas, ni los conceptos ni el reparto del mundo.
Vino entonces una especie de levitación y tránsito pacifista que luego fueron abandonados para retornar al mismo concepto y accionar de desprecio por la textura humana y entonces hacer prevalecer los intereses por encima de cualesquiera otras consideraciones. Y en esas están.
La muerte de más de 80 personas el viernes en Francia, antecedida por la masacre de homosexuales en suspicaces circunstancias en la Florida, por la muerte de 5 policías blancos a mano de un ex militar negro en Estados Unidos y el auge también en circunstancias suspicaces de asesinatos de negros desde que Obama asumiera la presidencia de Estados Unidos, las masacres ya consuetudinarias en Irak, Afganitan, Siria, Egipto, Turquía, etc., a su vez precedidas de otras muchas, son necesariamente síntomas de algo magnificado que conmoverá al mundo, y no será ni el esperado regreso de Jesus ni mucho menos la venida del Diablo colgando de un paracaida del EI.
En el mundo se ha ido desarrollando un individuo magno, un “Yo, El Supremo” –decirle “lobo solitario” es la negación por caricaturización de su real magnificación- cual producto del necesario “repliegue en sí mismo”. Es la concentración mayúscula, aunque pildorizada, del individuo como el lobo del otro. Es su respuesta efectiva a los poderes que todo lo pueden. Es el tipo aquel que está en un punto de una cadena, que conoce toda la cadena, que cree o sabe que puede hacer de deicida y entonces decide sustituir a Dios y sentirse omnipotente.
Fue aquel joven piloto en Holanda, si la memoria no me falla, que se replegó sobre sí en actitud de Yo, El Supremo, y dispuso de su vida y de las de todos los pasajeros estrellando el avión en la falda de una montana, y fue el que el jueves en Francia hizo de deicida y decidió la muerte suya y de ochenta y pico más.
Y desembocaremos en el más supremo de los “Yo, El Supremo”, el “Yo, El Supremo Nuclear”. No hay de otra. Sucederá. Como si lo estuviera viendo. Sucederá. Si tu puedes, yo también podré. El mundo no es de ustedes, los poderes que se reparten el mundo y creen decidir la suerte de las naciones y sus ciudadanos. Yo, El Supremo Nuclear, está ahora mismo en la cadena en cualquier lugar del mundo, y él actuará dentro del repliegue sobre sí mismo adonde lo han llevado. Es asunto de la condición humana y su desprecio. Le hicieron perder el temor a morir…un poco después de asumir el derecho a matar.
Realmente, ¿quiénes son los terroristas? ¿Los terroristas? Lo dudo.