En medio del ambiente festivo de la navidad recibí la solicitud para una intervención a un equipo de trabajo que vivió la muerte inesperada de uno de sus miembros. Gente con una jornada laboral extendida y con un alto nivel de demanda. Pero un hecho como este no se podía dejar pasar, y a solo 15 días de la tragedia, se detuvieron para poder continuar.
Apagaron sus computadoras, suspendieron reuniones, descartaron invitaciones para detenerse por dos horas a mirarse, conectarse y escucharse, con la intención de que este tiempo les permitiera seguir adelante de la mejor manera, a pesar del dolor.
Cuando estos hechos ocurren en el contexto de trabajo, el equipo completo es afectado de manera grupal y cada persona de forma individual. El grupo deberá en conjunto, a través de una estrategia pensada, recibir una intervención que les permita expresarse en pensar y sentir para apropiarse de nuevo del espacio de trabajo, ahora con la ausencia de la persona perdida. El miedo, la culpa, la impotencia, la rabia, deberán compartirse para que puedan comenzar a sanar.
Esta es una respuesta que todas las personas y equipos de trabajo tendrían que dar frente a sucesos dolorosos. Un accidente, una muerte, pérdida de un trabajo, un atraco, un divorcio o separación por cualquier razón. Como una medicina obligada, frente a las tragedias y eventos difíciles, se necesita revisar los hechos, hablar acerca de ellos, qué se piensa , qué se siente, es decir, nombrar las emociones experimentadas, conectarse con ellas, aceptarlas y recolocarlas para poder seguir hacia adelante. Cuando esto no se hace aparecen las enfermedades físicas y mentales como la depresión, se comienza a alterar el sueño, el apetito, la irritabilidad se dispara y se altera la salud mental deteriorando la calidad de vida.
Suele ser común, que luego de un divorcio las personas no busquen ayuda de manera natural, solo si las cosas se complican. Salen de esa relación sin entender qué pasó con ellas mismas e inician un camino de relaciones arrastrando consigo las mismas dificultades y repitiendo los códigos que no les han permitido ser felices. Con frecuencia, cuando llegan al consultorio ya tienen instalada una patología o una enfermedad física que pudiese dejar secuelas.
Los terapeutas bregamos mucho con el silencio de las familias luego de una muerte o violencia sexual contra niños y niñas. Las personas entienden que es mejor no hablar acerca de los hechos para evitar el dolor, piensan que “el olvido” es real y que si no hablan, el dolor irá pasando. Esto les aleja de la posibilidad de buscar ayuda y el duelo se complica por años.
Otras veces ocurren eventos alrededor de la vida de las personas que pudieran no estar relacionados directamente con ellas y lo miran como separado de su vida, vinculado a la vida de otra persona. Nada más lejos de la realidad, pues cada hecho con el que tenemos contacto, sea de la manera que sea, incluso “por casualidad”, viene a traernos un mensaje, enseñanza o reflexión necesaria para la propia vida.
El final de año, aún sin ningún evento, pero en cierre de ciclo, es también un buen momento para detenerse. Revisar y pasar balance, no de los hechos, sino de la propia persona frente a los hechos ocurridos durante el año. Lo que pasó dentro, en el interior, en la propia vida. Mirarse con honestidad, evitando el auto castigo para ver las sombras y con sencillez, evitando la arrogancia para ver las luces. Si se hace de esta manera, independientemente de lo ocurrido durante este año, de seguro que será posible reconocer el aprendizaje y valorar la oportunidad de crecer.