El autor de estas líneas trató de sustentar, en un artículo anterior, el criterio de que los revolucionarios están llamados a convertirse en agentes conservadores si logran imponer la revolución que encausan, asistiéndose de métodos totalitarios como garantía de estabilidad. Para lograrlo, explicamos la renuencia a descartar cualquier medio que garantice los propósitos ulteriores de la revolución, aun sea suprimir en momentos extremos bienes tan supremos como la vida humana.

Las revoluciones son asumidas nomalmente como revueltas insurreccionales caracterizadas por la violencia y el escarceo, sin embargo no todo desorden o motín orquestado contra la autoridad debe ser considerado una revolución. Ciertamente, en la historia de la humanidad la mayoría de las revoluciones se han expresado con violencia, pero no es ésta la característica principal ni un elemento imprescindible.

La violencia puede ser un método de lucha, quizás el más rudimentario, pero no tiene porqué ser necesariamente el único. Así como la historia nos presenta revoluciones violentas, que cobraron la vida de cientos de personas, igualmente nos revela la ocurrencia de revoluciones y movimientos de resistencia pacífica. La India por ejemplo, para alcanzar su independencia del año 1947, acudió a una serie de revoluciones iniciadas en el año de 1857 llegando al nivel más álgido cuando el Partido Nacional del Congreso canalizó la lucha siguiendo fielmente la prédica de Gandhi, quien lideraba la protesta pacífica No Violenta y de Desobediencia Civil.

Otro ejemplo de significativa relevancia fue el Movimiento por los Derechos Civiles de los Afroestadounidenses encabezado por el pastor de la iglesia Bautista y destacado líder Martin Luther King. Todo inició en el mes de diciembre del año 1955, cuando Rosa Parks fue arrestada en la ciudad de Montgomery al violar las leyes segregacionistas. Su delito consistió en negarse a ceder el asiento a un hombre blanco mientras viajaba en un autobús del transporte público. Desde ese día, el joven Martin Luther King se dedicó a organizar, con ayuda de los también pastores Ralph David Abernathy y Edgar Nixon, un Boicot de Autobuses que se prolongó por más de un año donde los afroestadounidenses se resistían a abordar los transportes públicos prefiriendo caminar, algunos, hasta 30 kilómetros para llegar a sus lugares de trabajo.

Los negros de Montgomery pudieron optar por otro tipo de boicot, como el asalto constante a los autobuses para quemarlos acompañado de una huelga general violenta, sin embargo optaron por otro método, muy parecido en el fondo a la protesta no violenta de Gandhi en la India.

Nótese, en los ejemplos anteriores, que el uso de la violencia no siempre es necesario para alcanzar propósitos verdaderamente revolucionarios, y por lo tanto no puede ser considerada la característica principal de las revoluciones. El método jamás debe definir la revolución, ni mucho menos las estrategias adoptadas para llevarla a cabo. Sin embargo, existe algo más importante, que de faltar, no habría revolución; y es el propósito de cambio. Todo movimiento revolucionario debe llevar consigo, como característica innata, el deseo de cambiar las cosas o de remover las estructuras que sostienen los sistemas sociales para producir con ello un cambio estructural.

Las revoluciones pueden o no ser violentas, pero siembre serán radicales, porque propugnan por el desplazamiento de una cosa por otra y por la sustitución de un sistema por otro. Como las revoluciones tratan la contraposición de intereses y propuestas, siempre implicarán la pugna de dos clases sociales o sectores que se enfrenten: Esclavos contra Amos, Pobres contra Ricos y Explotados contra Explotadores, de lo contrario, no habría revolución.

Una revolución, al implicar el enfrentamiento de clases sociales o sectores de distinto orden, marca invariablemente su destino, el cual será dejar secuelas indelebles en el seno de la sociedad, y produciendo (en caso de ser una revolución triunfante) un nuevo grupo de explotados, pobres o esclavos, que antes eran la clase dominante y que ahora pasan a ser los dominados, a menos que los revolucionarios gocen de un espíritu superior que los ayuden a entender que su triunfo tiene un límite; y es el de la igualdad y respeto por los derechos de los vencidos.