"Viernes Santos y en toda la Semana Mayor", es tiempo de recogimiento, es tiempo de reflexión", me dijeron en la iglesia, cuando mi abuela, doña Castula Cuevas, me dijo que yo era católico y que debía rezar en el nombre de Cristo y del Espíritu Santo. Al crecer e ir madurando, me doy cuenta de que se he ido olvidando esa vieja lección. En este tiempo de "Semana Santa" es cuando menos actos "Non Santos" realizamos y es cuando menos nos recogemos y cuando menos reflexionamos. Hemos convertido la Semana Santa en un carnaval, en un largo feriado de fiestas…en una "chercha de lo impúdico".
Le damos riendas sueltas al sentido mundanal de los mortales. No hay tal recogimiento. Al contrario, sentimos un abispero en desorden entre avenidas, ríos, arroyos y playas. Es el momento donde más cerca nos ronda la muerte, al olvidar la filosofía que encarna la religión católica-cristiana.
Y no es que no tengas derecho a recrearte, claro que lo tienes. Lo que no tienes derecho es a impedirnos que, al pasar la Semana Santa, no me vuelvas a sonreír.
La vida es muy breve y se nos va sin pedir permiso. Es tan breve y sabrosa que no podemos dejarla ir así de simple en menos de un cerrar y abrir de ojos
No tienes derecho a que, con miedo y dolor, yo encuentre tu nombre inscrito en la lista de los difuntos, de aquellos que quisieron devorar el tiempo en setenta y dos (72) horas, llenando de angustias a su familia, amigos, vecinos y demás allegados. No tienes ese derecho.
No tienes derecho a marchitar los jazmines que dejaste en el patio antes de que llegara Semana Santa. No tienes derecho a no volver a saludarme, con ternura y comprobada amistad, como antes, por creerte que el mundo era solo tuyo y que la vida no seguía al terminar la Semana Mayor. Tú y yo no tenemos el derecho de marchitar el "buenos días" de aquel transeúnte que, aunque nunca supimos su nombre, contaba contigo y conmigo al dirigirse taciturno al sanatorio.
La vida es muy breve y se nos va sin pedir permiso. Es tan breve y sabrosa que no podemos dejarla ir así de simple en menos de un cerrar y abrir de ojos. No tienes derecho a llenar de luto estos rincones por donde deshojaste margaritas detrás de algún deseo sin ruta. No tienes ese derecho. Pero sí tienes el deber de que, después de Semana Santa, me vuelvas a sonreír.