La pandemia desatada por el patógeno causante de la covid-19 no solo ha evidenciado de manera más clara y precisa el cambio que se ha venido produciendo en el escenario geopolítico global, sino que puso combustible a los motores que producen ese cambio, acortando proyecciones en torno al tema del desplazamiento de la hegemonía económica y política de países que han ejercido un dominante liderazgo y que al entrar la crisis no sólo no tenían respuesta para el mundo, sino que no sabían qué hacer para enfrentar la situación dentro de sus propias fronteras, generando, en principio, un vacío, y convirtiéndose luego en la vanguardia del desastre sanitario, al acumular números de contagios y muertes que le hicieron más vulnerables que al resto de naciones que los asumía como modelos, como aspiración o sueño.
La primera señal que evocaba el desastre es la que puso al líder de Occidente en ridículo ante la ciencia, primero por despreciarla y luego por intentar competir con ella desde posiciones supersticiosas, de orden religioso o deducciones descabelladas como la de sugerir inyectar desinfectantes a los infectados porque si estos son capaces de eliminar microbios y virus, también podrían matar el coronavirus. Una sugerencia asumida al pie de la letra por algunos ciudadanos que, entendiendo que estaban recibiendo orientaciones del líder de la nación, tenido por informado, velador de los intereses del pueblo, entre los cuales está la salud (aunque en la práctica esto sea parte de la retórica que se engancha de las constituciones), debían escuchar las orientaciones del mandatario por encima de los especialistas en el área de la salud que recurrieron a los medios de comunicación para describir el tamaño de la amenaza e instruir sobre las formas de evitar el contagio, siempre de acuerdo a protocolos que en principio respondían a la observación del comportamiento de un virus desconocido.
Aunque las sugerencias del presidente Donald Trump parecían salidas de un personaje de una novela surrealista propia de la literatura latinoamericana y que para los que las leímos primero en comentarios de redes sociales, no eran más que el producto de esa imaginación popular con afán de caricaturizar la forma en que el mandatario enfrentaba la pandemia, una nota informativa aparecida el 24 de abril del 2020 en la versión digital periódico El Mundo, nos puso en la cara que la idea salió de un personaje (en el sentido de la forma peculiar que define sus actuaciones) de carne y huesos y, que por serlo, y tener los niveles de influencia de su liderazgo, la comunidad médica “salió a desmentir las peligrosas afirmaciones del presidente de EEUU” ya que este “es un método común que usan las personas para suicidarse, habría afirmado un neumólogo, según la plataforma informativa de marras.
El medio español cuenta que durante una rueda de prensa del grupo de trabajo creado por la Casa Blanca para enfrentar la crisis causada por el coronavirus a la que no asistió Anthony Fauci, responsable científico para la lucha contra la enfermedad en los Estados Unidos, y que había sugerido el incremento del número de pruebas diagnósticas del coronavirus, es donde Trump hace su peligrosa sugerencia bajo la creencia de que su Gobierno estaba haciendo una buena labor, por lo que ya se había opuesto al pedido hecho por el hombre de ciencias. Sus declaraciones se producen tras la presentación a la prensa de William Bryan, quien fungía como como jefe de la Dirección Científica y Tecnológica del Departamento de Seguridad Nacional, para revelar los resultados de “una investigación del Gobierno según la cual el coronavirus podría debilitarse más rápidamente al estar expuesto a la luz solar y el calor” y morir en alcohol isopropílico.
Elmundo.es nos cuenta que la reacción del presidente ante las informaciones suministradas por Bryan, fue la siguiente: “Suponiendo que golpeemos al cuerpo con una luz tremenda, ya sea ultravioleta o simplemente muy poderosa…supongamos que introdujéramos la luz dentro del cuerpo, a través de la piel o de alguna otra manera…Suena interesante…y en cuanto al desinfectante acaba (con el virus) en un minuto. Un minuto. No sé si hay alguna manera de que (se) utilice una inyección, casi como una limpieza. Podría ser interesante mirarlo…”. ¿Insólito? Viniendo de cualquier otro líder sí, pero no del individuo que fue capaz de denunciar un fraude electoral en su contra antes de producirse y de ser capaz de mantener su denuncia luego de realizarse el proceso comicial sin que tuviera una sola prueba sobre lo denunciado, asunto que provocó la suspensión de su cuenta de Twitter, un hecho que sorprendió no solo al público estadounidense, sino al mundo, que luego vio con sorpresa cómo CNN (un canal informativo adverso) lo sacaba del aire mientras hablaba; una acción que repitió Fox, el medio que siempre le apoyó, por entender que mentía y ponía en riesgo “la estabilidad de las instituciones democráticas del país”.
Trump insistía en “contar su verdad” por aquello que ya había afirmado de que la verdad es relativa. Y así, la mentira del fraude era contada desde el prisma de su verdad hasta el asalto al Capitolio que, junto a él, es el símbolo que representa la “bananización” o la decadencia de Occidente, vista desde el escenario real en que los Estados Unidos son el tronco del gran árbol que sustenta el sistema social, económico y de valores que está arropado de plantas enredaderas que caerán con él para dar paso a los retoños impedidos de crecer por la falta del sol acaparado por las enormes ramas del coloso que se deshojan y quedan al desnudo en medio de la peor crisis sanitaria que haya padecido la humanidad, en la que sus debilidades estructurales afloran haciendo más evidente su egoísmo expresado en medio del caos pandémico que devela su incapacidad para gestionar con éxito el drama que se hizo casi apocalíptico para un mundo occidental en el que todos quedaron abandonados a su suerte, con total ausencia de solidaridad, acaparamiento de los insumos para la prevención y el combate a la enfermedad.
¡Sálvese quien pueda! Perecía la consigna que levantó Estados Unidos y sus aliados, mientras países como Rusia, China y hasta Cuba (aún en medio de todas las precariedades derivadas del bloqueo) entendieron que la solidaridad y coordinación de acciones globales eran esenciales para enfrentar la crisis sanitaria; de ahí la entrega de insumos a los países que no disponían de ellos, como hizo el gigante asiático con la entrega de mascarillas a varios países, incluyendo a los propios EEUU, o el envío de brigadas médicas, como hizo el país caribeño con Italia; la disposición de desarrollar vacunas que se consideren como un bien público al servicio de toda la humanidad; en fin, que el liderazgo de la solidaridad y la cooperación cambiaba de escenario en correspondencia con el cambio de escenario del centro del poder económico, acelerado por una casualidad desprendida de la naturaleza que vino de la mano de un virus que, como todo final de guerra a gran escala y de grandes dimensiones territoriales, dejará un cuadro geopolítico en el que quedará gravitando como líder “el que tenga el último escudo”.
Queda claro que la crisis sanitaria destapó males estructurales que empeoraron con ella, sobre todo en el líder de los países occidentales que parece haber perdido su último escudo en la lucha por el mantenimiento de la hegemonía, pues no solo no ha podido enfrentar con éxito la enfermedad, sino que las consecuencias económicas de esta generaron una ecuación que ha afianzado el reordenamiento de los mercados con las alianzas estratégicas de carácter regionales y globales, el desarrollo de tecnologías que definirán la producción de bienes y servicios que demanda el consumidor de hoy, pero que tienen vocación futurista. Esta dinámica, asociada a la capacidad de enfrentar la crisis, determinó que China fuera el único país importante (desde el punto de vista económico) que experimentara un crecimiento de su economía, lo que, sumado al estancamiento económico de los Estados Unidos, ha variado las proyecciones relativas al desplazamiento como primera potencia económica, de acuerdo al tamaño del PIB, del país americano por el asiático.
El Centro de Investigación Económica y de Negocios (CBRE, por sus siglas en inglés) explica por qué China superará como potencia económica a los Estados Unidos cinco años antes de lo previsto por la misma institución que hizo la anterior proyección, de acuerdo a lo difundido por BBC en su entrega del 30 de diciembre de 2020 de acuerdo a una nota firmada por la Redacción en la que afirma que, “el ‘hábil’ manejo (de China) de la pandemia de la covid-19 aumentará su ritmo de crecimiento en comparación con EEUU y Europa en los próximos años. En este nuevo escenario, India se convertiría en la tercera economía del mundo en 2030, lugar que actualmente ocupa Japón”. Y agrega que, “aunque China fue el primer país afectado por el virus, los economistas dicen que controló la enfermedad a través de una acción rápida y extremadamente estricta, una estrategia que le permitió evitar la repetición de confinamientos económicamente paralizantes como ha ocurrido en otras partes del mundo”.
El Centro, según nos cuenta el medio británico, dice que como resultado de sus políticas para enfrentar la pandemia, China “es la única de las economías grandes que evitó una recesión en 2020 y, según las estimaciones de los expertos, lograría un crecimiento promedio anual de 5,7% entre 2021 y 2025” y que “en el caso de Estados Unidos, estiman que es probable que registre un fuerte repunte tras la pandemia en 2021, aunque posteriormente su crecimiento bajaría a una velocidad de 1,9% anual entre 2022 y 2024”. Otros plantean que el desplazamineto se producirá en el 2025, pronóstico del que no se podría dudar si tomamos en cuenta que para el 2011 estas proyecciones estaban calculadas para el 2050 según un estudio publicado en el portal de RTVE, la televisión oficial española, que entonces contaba: “Así se desprende del estudio El mundo en 2050, elaborado por la consultora británica PricewaterhouseCoopers (PwC), que proyecta hacia el futuro los indicadores actuales de las principales economías emergentes y desarrolladas y que ha revisado sus anteriores conclusiones para incluir los efectos de la actual crisis financiera, de la que los países emergentes se están recuperando más rápido”.
Queda claro que los países en vía de desarrollo, a la cabeza de los cuales está China, han sabido enfrentar las crisis con mucho mayor eficiencia que los desarrollados; de ahí el cambio de pronósticos que, independientemente de que acierten o no en sus plazos, dejan establecido el rumbo que lleva el mundo, que nos indica casi de manera precisa un desplazamiento del poder económico, e incluso político, hacia el continente asiático bajo el liderazgo de China, seguido por la India para rehacer la dupla que dominará el comercio mundial como lo estuvieron haciendo hasta hace 150 años como ya hemos afirmado.