Semanas antes de que China rubricara su acuerdo comercial con Europa, Hanói, la capital de Vietnam, fue escenario de la firma de un acuerdo o tratado comercial denominado Asociación Regional Integral y Económica (RCEP) que agrupa a 15 países de la región Asia-Pacífico, entre los que se encuentran Japón, Corea del Sur y Australia, tradicionales aliados de los Estados Unidos, además de Nueva Zelanda, Tailandia, Filipinas, Laos, Camboya, Myanmar, Malasia, Singapur, Indonesia, Brunéi; el país que sirvió de anfitrión para la firma y, por supuesto, China, el gran articulador que condujo las negociaciones por 8  años y 28 rondas de discusiones para converger en un arreglo que apuesta por un entorno de inversiones “abierto, inclusivo y regulado”.

Con el nacimiento de este mercado común se crea la mayor zona de libre comercio del mundo, pues la suma de habitantes entre estos países supera los 2.200 millones  de personas que podrán acceder a productos y servicios libres de aranceles en el 90 por ciento de ellos, cuestión que augura un dinamismo económico que definitivamente reorientará el curso de los mercados a nivel global y provocará la reacción de los Estados Unidos que no desempeña ningún papel en este nuevo escenario, al que se vino a sumar el acuerdo de facilitación de comercio entre el gigante asiático y el viejo continente. La cuestión sería si el tiempo para EE.UU.  reaccionar se agota, si las posibilidades de movimientos en el tablero pudieran ser tan audaces e inteligentes que encuentren resquicio para franquear una muralla de piezas que se articulan en el pragmatismo de sus beneficios con las movidas que son afines a éstos.

A propósito de este episodio geopolítico, BBC, en un trabajo que aparece en su edición digital del 17 de noviembre de 2020, plantea que “la alianza comercial, sellada desde el respeto y las diferencias individuales de cada nación, envía un mensaje político a las economías que se resisten a abrir sus mercados”, y cita una palabras del primer ministro de Singapur para dar fuerza a este juicio de valor: “La firma de la RCPE es un gran paso adelante para un mundo en que el multilateralismo está siendo atacado y el crecimiento económico mundial se está desacelerando”.  Obviamente que tanto el comentario del medio informativo como las declaraciones del premier se dirigen al liderazgo estadounidense, sobre todo a las políticas aislacionistas asumidas por el presidente Donald Trump, justificadas en la pérdida de mercados provocada por las políticas que ellos mismos impulsaron calculando beneficios que, a la larga, abrieron oportunidades a otros.

En este mismo tenor, según el medio citado “China considera este acuerdo un hecho a contracorriente del proteccionismo de otros bloques y defiende la globalización como un pasaporte al futuro. ‘El desacoplamiento de la economía y el comercio perdió su razón de ser’, aseguran las autoridades. ‘Son nuevos tiempos, pero el camino correcto para seguir avanzando con el multilateralismo y el libre comercio’…”, cita BBC, que en la nota no se refiere a un dato de trascendental importancia para definir la dimensión de este acuerdo, y es el que señala, como resalta El Periódico, que este acuerdo representa un tercio de la economía mundial; esto es (con un PIB combinado) 26, 2 billones de dólares o 22, 14 billones de euros.

Trump, durante la campaña electoral que le llevó a la Presidencia prometió aislarse, proteger la producción de su país por razones de “seguridad nacional” y, ya instalado en la Casa Blanca, dio riendas a sus promesas anunciando el establecimiento del 25 por ciento de aranceles a las importaciones de acero y de un 10 por ciento al aluminio chinos; argüía que el déficit comercial de EE.UU. frente a China estaba “fuera de control”  señalando, de acuerdo a cifras de su Gobierno, que alcanzaba entre los 375.000 y 504.000 millones de dólares. Pero estas subidas de aranceles no satisfacían las necesidades de la Administración, que no concebía la enorme brecha comercial, y días después la Oficina del Representante de Comercio Exterior de Estados Unidos hizo pública una lista de 1.300 productos a los que se planteaba imponer aranceles “como respuesta a prácticas comerciales desleales del país oriental. El argumento para justificar el anuncio de las medidas se centraba en que Beijing obligaba a las empresas estadounidenses a transferir su tecnología y propiedad intelectual a empresas nacionales chinas.

China reaccionó colocando aranceles de un 25 por ciento a 106 productos estadounidenses. Los automóviles, la carne de vaca, el tabaco, el maíz y la soja, fueron las víctimas. Sin embargo, a pocos días de las disputas arancelarias, el presidente Xi Jinping, durante un discurso en el Foro de Boao para Asia, aseguró que su país avanzaría hacia una mayor apertura económica al exterior y, sin mencionar el enfrentamiento con EE.UU., dejó claro que no era de interés de su Gobierno la guerra comercial iniciada por su homólogo. Esta actitud no disuadiría a la administración de Trump que hasta el final mantuvo un ritmo de confrontación tal que salpicó las relaciones de su país con sus tradicionales aliados, a los que el brazo de su propósito proteccionista tocó para profundizar los niveles de desconfianza que comenzaron a presentarse a raíz de las revelaciones de espionajes hechas durante otras administraciones y que revelara WikiLeaks.

La combinación de la personalidad de Trump y la acentuación del debilitamiento de EE.UU. en los mercados, pusieron en riesgo la existencia a la Organización Mundial del Comercio (OMC), entidad que ya había sido atacada por la administración del presidente Barak Obama cuando bloqueó el nombramiento de algunos funcionarios en protesta por resoluciones que no les fueron favorables; pero solo el controversial mandatario estadounidense se atrevió a paralizar el funcionamiento de la institución que tuvo su origen en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT).  En un artículo publicado en El País en 10 de diciembre de 2019 bajo el título “El bloqueo de Trump condena a la OMC a la peor crisis de su historia”, el medio español dice que “el veto que comenzó hace dos años ha logrado su objetivo… queda a partir de hoy inoperativa, después de que EE. UU. haya impedido renovar a dos jueces del tribunal de resolución de disputas”.

El 2 de agosto del mismo año, apenas semanas antes de la crisis que paralizó a la OMC, el jefe de Estado estadounidense posteó desde su cuenta de Twitter: “Las naciones más ricas del mundo afirman ser países en desarrollo para evitar las normas de la OMC y obtener un trato especial. ¡Nunca más!”, según informa BBC, en una nota que intenta explicar el post de Trump al decir que “en teoría, estar clasificado como país en vía de desarrollo le permite a China obtener ciertas ventajas dentro de la organización, como aplazar la aplicación de algunos acuerdos o proteger parcialmente algunos productos”. En la práctica (independientemente de la teoría) Estados Unidos se estaba enfrentando a la pérdida de su hegemonía, a la pérdida del control de los organismos multilaterales; de ahí que, en medio de la pandemia, tras acusar a China de controlar a la Organización Mundial de la Salud (OMS), notificó de manera formal a las Naciones Unidas la desvinculación de su país de la institución. Ambos hechos, producidos en un mismo espacio de tiempo, explican que los organismos no crean la realidad, sino que son un producto de ella, de la dinámica que se acomoda a los cambios que generan las fuerzas económicas, sociales y políticas.