La creencia de que la lucha por el poder hegemónico se centraría en Estados Unidos, Japón y Alemania luego del colapso del bloque soviético y la visible fortaleza de las economías de estos dos países, no era una idea aislada de uno que otro articulista, sino que, intelectuales del calibre de Alvin Toffler, autor de la trilogía “El shock de futuro”, “La tercera ola” y “El cambio del poder”, libros en los que con certeza pronosticó muchos de los cambios que se han producido en la sociedad del siglo XXI, entre los cuales estaban la fractura de la familia nuclear, la sociedad del usar y tirar, la revolución de la educación e incluso la vuelta al trabajo en casa (una variable productiva que se ha convertido en una realidad, acelerada por la pandemia de la covid-19), creía también que la lucha por el poder sería marcada por una “tripolaridad” centrada en EE.UU., Japón y Europa.
La idea de Alemania es cargada o traspasada al bloque europeo, y suponemos que se debió a una proyección de consolidación del proyecto de integración comunitaria, o, dicho de otra manera, de la articulación de una unidad geoeconómica, geopolítica e incluso “geocultural”, que para el momento en que Toffler escribió “El cambio del poder”, la Unión Europea avanzaba hacia su afianzamiento con el ingreso de nuevos países a la comunidad y el impulso dado al proyecto en el tratado de Maastricht de 1992, dos años después de la publicación del libro referido, pero que se veía venir por la férrea voluntad política de los involucrados en continuar en la construcción de la unidad; de ahí que el futurólogo estadounidense afirmara en la introducción del texto: “Y lo que es más importante, mantiene que las recientes convulsiones que se han producido en la Europa Oriental y en la Unión Soviética son meras escaramuzas comparadas por las luchas por el poder que, a nivel mundial, han de sobrevenir. Tampoco la rivalidad entre Estados Unidos y Europa ha alcanzado toda su virulencia”.
Partiendo de este pronóstico, el certero futurólogo no veía que las reformas iniciadas en China en 1979 fueran tan importantes como para que el gigante asiático irrumpiera en el escenario global como ente decisorio; como pieza fundamental en el tablero geopolítico que introduciría nuevas “fichas” y nueva regla de juego. No proyectaba que las diferencias, los desencuentros o el distanciamiento entre Europa y Estados Unidos se producirían precisamente por el vertiginoso avance chino que, a partir de las década de los ochenta, con la apertura de su economía, se fue convirtiendo en el centro manufacturero más importante del planeta, fue ganando espacio en los mercados internacionales hasta convertirse en el mayor exportador y, con su crecimiento económico, en un gran demandante de materia prima y productos terminados, además del líder de registros de patentes; una realidad que no podía ignorar Europa por lo que en conjunto, cuando no a titulo individual, ha debido a arribar a acuerdos con el país de Mao Zedong para irritación de los estadounidenses.
En esa ruta, el 30 de diciembre de 2020 la Agencia Francesa de Prensa (AFP) divulgó la información de que “los máximos dirigentes de la Unión Europea y China alcanzaron… un entendimiento de principios sobre un ambicioso acuerdo de inversiones, que abriría el enorme mercado chino a las empresas de la UE…”. Cuatro días después la agencia Xinhua, (3 de enero de 2021) aportó detalles de las negociaciones por las que el público se enteró de que hubo 35 rondas de negociaciones que se efectuaron durante siete años. La agencia oficial china dio cuenta de la satisfacción expresada por expertos, funcionarios y líderes empresariales que coincidieron en señalar que el acuerdo “es un hito en las relaciones entre la UE y China”, que “inyectará nueva vitalidad a la economía mundial golpeada por la pandemia” causada por la covid-19.
Con este acuerdo definido por las autoridades chinas como un arreglo para el beneficio mutuo, y para las autoridades europeas como un gran paso para el afianzamiento de las relaciones comerciales, la UE y China vienen a consolidar una realidad que provoca reacciones de rechazo de los Estados Unidos, cuestión entendible si tomamos en cuenta que la gran nación oriental se ha convertido en el mayor socio comercial de la Unión Europea, y que la UE ha pasado a ser el segundo socio comercial de China; a lo que hay que agregar que el bloque es además la tercera fuente y destino de inversiones del país asiático. Lo positivo de esto, según algunos analistas y la propia Xinhua, es que “en un contexto de una fuerte pandemia, y la recesión continua y un aislamiento y un proteccionismo crecientes, la finalización de las negociaciones del acuerdo de inversión entre China y la UE sin duda han ofrecido un rayo de luz a la economía mundial".
Las revelaciones de WikiLeaks dando cuenta de que Estados Unidos espiaba a sus aliados europeos (y no europeos, como los casos del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu o el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon), incluyendo a la poderosa Ángela Merkel, líder del bloque europeo, según DW en una nota despachada en 23 de febrero de 2016, además de a los presidentes franceses Jacques Chirac, Francois Hollande y Nicolas Sarkozy, de acuerdo a un análisis periodístico publicado por BBC el 24 de julio de 2015 y las sanciones anunciadas por Donald Trump a Francia por las diferencias en el tema de los servicios tecnológicos como informó el periódico La Vanguardia en su entrega del 3 de diciembre de 2019 bajo el título “Trump responde con sanciones a Francia por su tasa a las tecnologías”, fueron sembrando la desconfianza entre Washington y Bruselas.
Ángela Merkel y Emmanuel Macron han sido claros ante las inquietudes de los medios de comunicación que les han abordado para conocer sus pareceres en torno al visible distanciamiento entre Europa y Estados Unidos y el acercamiento con China, pues los mandatarios declaran sin rodeos que el bloque debe avanzar en el marco de su soberanía estableciendo todo tipo de relaciones con otros países sin dejar de mantener acercamientos privilegiados con el país norteamericano. Pero no solo los líderes europeos han marcado distancia, lo que evidencia la pérdida de influencia de los EE.UU, sino que los ciudadanos en más de un sesenta por ciento entienden que “los cuatro años que Donald Trump ha pasado en la Casa Blanca han transformado las relaciones transatlántica hasta el punto de que la mayoría de los europeos considera que el sistema político norteamericano está roto y que, en los próximos diez años, China superará a Estados Unidos como potencia dominante”; según una encuesta a la que hace referencia La Vanguardia en su edición del 20 de enero del 2021.
La encuesta realizada a partir de 15 mil personas entrevistadas por las firmas YouGov y Datapraxis, revela que después de la elección de Trump, no se puede confiar en Estados Unidos, y destaca también “que ni siquiera con Joe Biden en la Casa Blanca, los europeos consideran que el país norteamericano recupere la supremacía” que perdió durante la administración anterior (según entienden los ciudadanos del viejo continente aunque esta es una situación que Trump profundizó, pero existía antes de su mandato), porque el pasado mandatario (a juicio de los encuestados) tomó la decisión de anteponer los intereses estadounidenses por encima de cualquier otro, una cuestión que se hizo más evidente con el reclamo de la administración de aquel período a los europeos de que aporten más a su defensa y seguridad, porque EE.UU. no podía continuar contribuyendo con grandes recursos en la OTAN, mientras Europa hacía (o hace) poco o nada en términos financieros para garantizar su propia seguridad.