La cultura occidental es cultura oriental con variaciones impuestas, entre otros elementos, por el paisaje, pues lo que define la vida cotidiana de Occidente viene con fuertes marcas de Oriente: los primeros sistemas de impresión y el papel; además de la pólvora y los números, que se impusieron a los romanos; también el cero, un aporte que vino a facilitar la representación de cifras negativas; la brújula, el juego de ajedrez y el álgebra, a lo que hay que agregar la introducción de conocimientos avanzados en medicina, geografía, matemáticas, astronomía y geometría; y, por supuesto la religión, como componente importante de la cultura, porque influye de manera determinante en los esquemas de valores que a su vez imponen una conducta social; pues el cristianismo, como religión dominante en Occidente, es una derivación del judaísmo que, a su vez, viene de una conjunción de religiones orientales que copiaron, con algunas variaciones, a mesías, dioses, infiernos y cielos; a todo el amalgama de politeísmo y monoteísmo que, de acuerdo a José Saramago, autor de “El evangelio según Jesucristo”, nos legó un cristianismo que se define como monoteísta, pero que desembocó en politeísta por aquello de la trilogía que “forzosamente” es convertida en ser divino único, pero que al descomponerse en padre hijo y espíritu, devuelve al cristianismo al politeísmo oriental de donde nace el judaísmo monoteísta.

Los países poderosos, sobre todo los imperios, cuando no imponen su cultura a través del uso de la fuerza, la llevan a otras comunidades por la imitación que se deriva de la fuerte presencia física: de soldados y burócratas, como ocurría antiguamente, o con la combinación de ésta y la mediática que luego impusieron por vía de la prensa, la radio, la televisión y el cine”, lo que luego se reforzó con el satélite y la Internet que permitió la creación de las plataformas de “streaming” como multimedia que reúne todo el espectro mediático, recurso telemático de última generación posterior al salto comunicacional dado cuando la cadena de noticia CNN transmitió en vivo la Guerra de Irak como si se tratara de difundir las incidencias de los juegos olímpicos, lo que la consagró como la empresa más poderosa e influyente de su área en el planeta. Aquel fue un punto de inflexión que dio forma a la Aldea Global de Marshall McLuhan que reunió a los seres humanos en un punto de convergencia virtual, sin importar lo recóndito del lugar donde se encuentren. Así, el correo instantáneo y las aplicaciones de mensajerías han sido instrumentos para vehicular, desde el dominio tecnológico, creencias, valores, modos de relacionamiento y estilos de vida; una especie de inoculación cultural de dimensión global que pone contra la pared subculturas, y arrincona idiomas hasta borrarlos de manera definitiva o convertirlos en “lenguas muertas”, como lo describe la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), según un despacho de la agencia de prensa EFE publicado por el diario ecuatoriano El Universo el 13 de septiembre de 2011 que tituló “Se acelera la desaparición de lenguas”.

El cable le atribuye a expertos reunidos en la Universidad Católica de Quito, durante un evento internacional organizado para abordar el tema, asegurar que “la globalización y la presión en comunidades indígenas por integrarse a la cultura dominante están acelerando la desaparición de cientos de lenguas en todo el mundo, lo que supone -más que una pérdida de palabras- la destrucción de una forma de ver la vida”. En efecto, la identidad comunitaria, de raíces históricas, es suplantada por otra, o, en el mejor de los casos, “contaminada” por la corrupción de su lengua y la  sustitución o degradación de sus valores, costumbres y creencias religiosas que, junto al idioma, constituyen los principales elementos culturales identitarios, sin los cuales el riesgo de desmantelamiento de una comunidad, es muy alto; pues como la hiperconectividad nos ha convertido en la aldea en la que nos apiñamos y hacinamos a través de las redes sociales y todo canal de comunicación, al punto de que los cerca de 8 mil millones de seres humanos que habitamos el planeta sintamos la respiración del otro. Así, las comunidades más pequeñas se mezclan con las culturas dominantes en una fundición o aleación que hace desaparecer o invisibilizar sus propiedades, que es lo que está ocurriendo, pues cada 14 días desaparece un idioma, según afirma la Unesco, de acuerdo a una información aparecida en el diario El País el 16 de diciembre de 2016, que revela, además, que en los últimos 10 años han desaparecido 100 lenguas.

Mark Weener, quien fuera profesor de las universidades de Georgetown y Columbia, además de consultor del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), afirmó durante una conferencia virtual realizada el 16 de noviembre de 2020 en el marco del Congreso Constitutivo Profesor Juan Bosch del partido Fuerza del Pueblo (FP), que si bien es cierto que China se encamina a desplazar a los Estados Unidos como primera potencia económica mundial, no lo podrá hacer en el ámbito cultural, debido al dominio del país norteamericano en el cine, la televisión y la música. Su juicio está amparado en el dominio de una poderosa industria cinematográfica que cuenta con colosales estudios, una indiscutible calidad técnica, eficiente red comercial e inigualable cadena de distribución, capaz de colocar en todas las salas de cines del mundo sus productos que, por demás, en sus variados y muchas veces interesantes contenidos, subyace la propaganda, no como acciones espontáneas de sus ejecutivos, sino como una política de Estado dirigida a vender la grandeza del país, la superioridad de su sistema económico, social y político; de sus valores, expresados en su religión oficial o mayoritaria. No hay que ser muy observador para notar, por ejemplo, que en todas sus películas sale la bandera del país o que todos los acontecimientos fantásticos en el que está en peligro la tierra, el epicentro, la crisis y la solución está en territorio estadounidense: ¡centro del universo, gendarme de la Tierra!

La industria de la música es, también, extraordinariamente poderosa y cuenta, como el cine, con una red de distribución que tiene como canales a la radio, la televisión y el propio cine. Y aunque la música quizá, por ese carácter libre que la hace más hija legítima del arte, no se preste a la manipulación que contamina a las producciones cinematográficas y de la televisión, sirve desde su inocencia para penetrar y moldear gustos e inducir preferencias: “vender” ritmos y portar en ellos historias que, sin imponer de manera obscena un producto cultural, penetra de manera “natural” el alma del oído de otros pueblos, aprovechando la universalidad del lenguaje musical.  La Televisión, exportadora de series de diferentes tópicos, de eventos deportivos, de programas dedicado a la “información” y “análisis” periodísticos con falso talante de imparcialidad; exportadora de reportajes y documentales marcados por sesgos ideológicos de transculturación, juega un papel cardinal como vehículo para el desembarco cultural que siembra semillas para el cambio de hábitos y costumbres, siembra que solo se deshará cuando otra fuerza dominante acometa su plan de penetración como ha venido ocurriendo a lo largo de la historia de la humanidad; es por ello que el profesor Mark Weener afirma que Estados Unidos seguirá manteniendo su hegemonía cultural a nivel global aunque China se convierta en la primera potencia económica del mundo, como se pronostica, hecho que se produciría, como ya hemos dicho, en el año 2030.