Ciertos animales orinan para marcar su territorio. Con la acción definen los límites fronterizos que no debe violar ningún intruso; el olor del líquido corporal se convierte en el mugo que da al sujeto el título de propiedad, de usufructo de un bien material que procura establecer como habitad personal, familiar o comunitario. La orina es una forma de lenguaje que, además, dentro de una misma especie o manada, establece dominios con expresiones en el ámbito de la reproducción, como la posesión de una hembra. Ante cualquier intento de transgresión surge la exhibición de armas defensivas: colmillos, garras, rugidos o ladridos. Siempre se recurrirá al recurso más intimidante para la disuasión y, con ello, evitar la confrontación física que en algún momento podría resultar inevitable. Esta forma de comunicación basada en el establecimiento de reglas de juego y protocolos primitivos, pero claros, para establecer la convivencia “pacífica”, tiene una gran similitud con las normas establecidas por las naciones para poner orden a la confrontación derivada del instinto de conservación y el depredador, que, en nuestro caso, se manifiesta en la geofagia expansiva que en la historia de la humanidad ha avanzado sobre la agresión de la espada, las flechas, los cañones, las balas, bombas y “troyanos” como se la llama al “malware”, que no es más que un código malicioso que acciona en la guerra cibernética.

Orinar, mostrar colmillo o rugir es muy habitual entre naciones que se disputan la supremacía económica, política o militar desde murallas de apariencia inexpugnables, galeones y portaaviones, hasta misiles balísticos con ojivas nucleares capaces de despedazar al planeta, porque desmoralizar y aterrorizar al enemigo antes de cualquier embestida, pudiera convertirse en victoria, por aquello de que “cuando el lobo huele el miedo, ataca” y provoca la huida de la presa para escapar de lo que pudiera ser una muerte segura. De ahí los desfiles militares, de ahí la fabricación de armas de destrucción masiva que tienen como objetivo la disuasión o infundir respeto; pues ocurre que, aunque el arma no garantice una victoria, podría causar daños indeseados e irreparables al desatar un infierno tan devastador, que la victoria del contrario semeje, por la magnitud de los daños, a una derrota. Esa es la razón por la que los países dominantes imponen convenios internacionales para mantener el monopolio u oligopolio de este tipo de armas, impidiendo, con sanciones, a los que osen desafiar la fáctica autoridad mundial y emprender proyectos de defensa que en definitiva contribuirían con el equilibrio que no se ha podido alcanzar con el desmantelamiento de los arsenales nucleares, pues lo que garantiza este equilibrio es “que nadie las tenga o todos tengan el derecho a tenerlas” como expresó el expresidente de Brasil Luiz Inácio, Lula, da Silva, al ser cuestionado sobre las sanciones a Irán por las sospechas de que enriquecía uranio con el objetivo de fabricar bombas atómicas.

El Tratado sobre la  No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) que se abrió a la firma en 1968 y entró en vigencia el 5 de marzo de 1970, según informa en su página web el Organismo Internacional de Energía Atómica (IAEA por sus siglas en inglés), que además fue prorrogado “indefinidamente” el 11 de mayo de 1995 bajo el compromiso de 191 países que, obviamente se convirtieron en Estados parte, procura “el uso pacífico de la energía nuclear y el desarme nuclear con mayor número de adhesiones”. El acuerdo establece el compromiso de los Estados que no poseen armas nucleares pero que son parte de éste “a no fabricar o adquirir de otra manera armas nucleares u otros dispositivos nucleares explosivos”, y los Estados poseedores de armas nucleares firmantes del convenio han hecho el compromiso de “no ayudar, alentar o inducir en forma alguna a ningún Estado no poseedor de armas nucleares que sea Parte en el Tratado a fabricar o adquirir de otra manera armas nucleares u otros dispositivos nucleares explosivos”. El Tratado que aparece en la plataforma virtual de la IAEA señala que de acuerdo a lo que éste dispone, "se entiende por Estados poseedores de armas nucleares que son Partes, todos los Estados que hayan fabricado y hecho explotar un arma nuclear u otro dispositivo nuclear explosivo antes del 1 de enero de 1967”.

Como se ve, el Tratado está redactado, como hemos dicho, para que los países poderosos y sus satélites mantengan el control sobre las armas nucleares, pues al no disponer de la reducción de las armas, sino de la “no proliferación”, queda clara la intención, por ello el artículo tercero del TNP establece que “cada Estado no poseedor de armas nucleares que sea Parte en el Tratado debe concertar un acuerdo de salvaguardias amplias (ASA) con el IAEA a fin de que este pueda verificar el cumplimiento de las obligaciones asumidas por ese Estado en virtud del Tratado con miras a impedir que la energía nuclear se desvíe de usos pacíficos hacia armas nucleares u otros dispositivos nucleares explosivos”. Evidentemente que ha habido reacciones por parte de los países no poseedores de armas nucleares por considerarlo desigual y discriminatorio, porque impone obligaciones a los que no poseen armas de ese tipo que no aplica para los otros, pero además han argüido que el TNP perpetúa las ventajas comerciales de las potencias nucleares, porque reserva para ellos el derecho a desarrollar explosivos nucleares con fines pacíficos, a lo que hay que sumar las medidas para el control de armamentos, y aún para el desarme nuclear que son débiles e insuficientes y no compensan las estrictas obligaciones aceptadas por los otros miembros del Tratado; a esto se añaden los problemas de seguridad militar de los miembros del TNP no poseedores de este clase de armas, a los que se les obliga a no fabricar armas nucleares ni adquirirlas.

Pues bien, este tratado concebido a raíz de la crisis de los misiles, tuvo como protagonistas a los Estados Unidos y a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que pretendieron, además de liderar los polos confrontados en la Guerra Fría, he incluso a causa de ella, tener el control de estos atemorizantes artefactos que, de alguna manera, influían en las estrategias geopolíticas de ambas potencias, por ello quizá, o mejor dicho sin el quizá, el país que ocupa el centro de Norteamérica decidió orinar y clavar sus colmillos y garras en Hiroshima y Nagasaki para marcar como terreno suyo al mundo occidental, o tal vez a todo el planeta, lo que, aunque no pudo lograr con ese episodio aterrador, lo alcanzó a partir de 1991 cuando en ausencia de su polo opuesto, se convirtió en líder y gendarme único del planeta sin sospechar que en su triunfo se encontraba el germen de su decadencia y la configuración de un mundo multipolar con nuevos actores que han salido a orinar y están dispuestos a rugir, aullar o ladrar, pero también a sacar colmillos y garras.