“Fue la primera vez que puso en evidencia ese rasgo conductual, de no comprender los límites de las cosas, sino considerar que, por mera voluntad, todo es posible”-Dr. Leonel Fernández.

Hay que ser muy egoísta, políticamente unilateral y decididamente pernicioso para no de reconocer que los gobiernos del PLD, desde agosto de 1996, hicieron grandes contribuciones al desarrollo del país.

Al hacer tal afirmación no pretendemos recibir los aplausos de los que se van o las maldiciones de los que llegan. Unos y otros-los encomios para nuestro beneficio y las imprecaciones en nuestro perjuicio-tienen para nosotros el mismo valor cero, pues somos parte de los restos morales que todavía permanecen de décadas pasadas.

El señor Danilo Medina se despide reconociendo ese progreso indiscutible. Eso está bien. Pero cuando hace énfasis en sus propios méritos personales y subraya sus notas sobresalientes, no podemos dejar de adivinar una acusada megalomanía agravada por la paranoia, es decir, un trastorno que se presenta mayormente en individuos de personalidad ególatra y desconfiada. No pretendemos llegar al diagnóstico. Es solo una atrevida presunción. Carecemos de la formación que amerita la entrada a los insondables vericuetos de los fenómenos de las mentes enfermas.

No hay ningún valor crítico en su discurso de despedida (Neiba, 14 de agosto): el reconocimiento de resultados -que proyecta como personales- y el silencio hiriente frente al desenfreno pecaminoso de muchos de sus colaboradores, dominaron la escena neibera.

¿Podríamos afirmar, tratando de ser magnánimos, que la democracia se fortaleció en estos últimos años? No pudo. Las obras consumadas de mayor relevancia están todas sobrevaluadas. Un engranaje subterráneo de negocios de grandes proporciones, sabiamente articulado por ciertos malhechores que rodean al presidente, hizo más daño a la democracia que Stalin al socialismo fundamentalista soviético.

Si hiciéramos auditorias independientes y competentes a las principales realizaciones del gobierno pasado, incluyendo los aspectos relativos a su calidad y juridicidad, seguramente encontraríamos resultados tan obscenos como sorprendentes.

En los gobiernos del expresidente Medina los costos de los proyectos, salvo heroicas excepciones, fueron una invitación recurrente y sicalíptica a la confabulación y al despilfarro irresponsable. Piñatas en las que solo las águilas del presidente disfrutaban de los dulces. Buenas obras sobre los cimientos de muchos barrizales.

Con todo, la peor herencia de los gobiernos de Medina no son las muchas obras materiales que violaron de manera escandalosa las señales de los precios de mercado, las normas y los procedimientos (Punta Catalina es buen ejemplo). El peor legado que nos deja es su aparente convicción de que efectivamente estaba rodeado de santos varones y que se va como adalid distinguido de la democracia.

Los estridentes y vergonzosos escándalos de corrupción, que saltaron las fronteras nacionales para vergüenza de la nación, no existían para este presidente. Lo peor, su inclinación por la simulación, las poses, las mentiras y el silencio definieron un inmenso e impenetrable domo de protección del cohecho.

Tan perversamente osado fue en este único sentido, que designó a un protagonista del caso Odebrecht, uno de los presos más lagrimosos de Najayo, como… ¡presidente del mismo partido que una vez fundara esa joya de la excelencia humana y del ejemplo moral que fue el profesor Juan Bosch!

Medina es paciente y calculador. También es siniestro. Tiene el talento de

infringir daños colosales a los mejores intereses del país cubriéndose con

el hiyab de la decencia y las buenas intenciones. Gusta ser testigo mudo de las peores atrocidades contra los mejores valores nacionales.

Muchos otros aspectos negativos se suman a la herencia. El afrentoso fraude de las primarias, la elección autoritaria de un candidato perdedor sin visión acabada alguna sobre nada, el desprecio por la normatividad y los miles de millones de pesos gastados en una campaña inútil que hoy son necesarios para cubrir las necesidades adicionales generadas por el covid-19.

Un análisis profundo de sus gestiones pone en evidencia que, como nunca, algunas de sus decisiones terminaron beneficiando a los que más recursos y capacidad para influir tienen. Ciertamente, el tonelaje de lobby de los grupos económicos concentrados quebró con mucha frecuencia la voluntad del presidente y de sus más cercanos e incondicionales colaboradores.

El PRM hereda un Estado aviesamente capturado por élites insaciables. Un aspecto de la sucesión que merece un estudio serio e imparcial.

Finalmente, como suele suceder en la cima del poder político, el presidente no quiso tener más amigos que aquellos que peor lo aconsejaban. Y se apoyó en ellos y en sus propias habilidades lobunas afinadas por el tiempo. Sin duda, es uno de nuestros más destacados tramoyistas históricos.