"A mí eso de la 'fiesta nacional' me trae resabios de una España de puro y mantilla, de militares y curas. Lo asocio con la España franquista y no me interesa". Miguel Bardem, director de cine

Todo estereotipo es una representación preconcebida, una arbitrariedad inexacta y a menudo injusta que trata de explicar en trazo grueso aquello que le es distante. La realidad es siempre infinita en matices,  la verdad, si es que hay alguna acerca de un pueblo y de todo un país es siempre inabarcable y cualquier intento por agrupar a las personas en categorías definidas de antemano resulta un rotundo fracaso. No podemos explicar a un colectivo tratando de reducirlo a unos cuantos símbolos que, en el mejor de los casos, tan solo podrían ser aplicados a unos pocos individuos del grupo. No es posible encapsular aquello que desconocemos con el fin de adquirir una idea aproximada y a la vez enunciarla categórica. Según afirma W. Edgar Vinacke, el estereotipo es “una colección de rasgos sobre los que un gran porcentaje de gente concuerda como apropiados para describir a alguna clase de personas”  Efectivamente esta aproximación al termino ratifica ese acuerdo tácito de un gran número de individuos en torno a una idea o conjunto de ideas, que permiten dar por sabido y acordado aquello que no se conoce.

El ser humano, para acercarse a lo que ignora, se arroga la capacidad de adjudicar certezas a través de la categorización de diversos colectivos a los que asigna, mediante procedimientos diversos y sin el menor rigor, una serie de variables y símbolos que le permiten la comprensión del grupo objeto de estereotipo. Cualquier parecido con la realidad, una vez que llegamos a ella, suele resultarnos no solo sorprendente sino tal vez decepcionante,  si nos atenemos a la vocación intolerante que asienta todo prejuicio.  Y es que éste se formula desde la superficie, no penetra ni analiza, se reduce a una valoración -casi siempre estética- que pasa por alto la profundidad del colectivo, narrada a través de sus raíces y su historia. Esta concepción impremeditada y apriorística se nutre de lo pintoresco, de lo superficial y como tal fija valores en el otro que usualmente se oponen a los propios y que suelen ser utilizados como arma arrojadiza para dar sentido a todo juicio de valor anticipado. El estereotipo se construye y queda fijado en nosotros mediante una representación mental generada a partir de una realidad inconcreta y a menudo alimentada por los medios de comunicación. En estos momentos hay mil modos distintos de adquirir esa supuesta certidumbre, como ya hemos visto vana simplificación absurda de carácter rígido y arbitrario, dado que el ser humano es incapaz de comprender la infinita diversidad que habita el mundo ni de penetrar su inmensa complejidad. Ante el desconcierto que éste le provoca recurre a  soluciones sencillas que le resultan prácticas acerca de un contexto diferente al suyo y que en demasiadas ocasiones considera hostil. Una cartel publicitario que recibí hace unos pocos días me llevó a reflexionar acerca de uno de los estereotipos que continúa aplicándose por encima de cualquier otro a este país y hay unos cuantos que parecemos llevar grabados a fuego. España, ese torero que todos llevamos dentro.

Todo español puede sin duda  “coger el toro por los cuernos” si es decidido y no renuncia a afrontar lo que la vida le pone por delante. Puede igualmente “estar hecho un toro” si es una persona sana,  fuerte y vigorosa. Si así lo desea puede “ver los toros desde la barrera” cuando rehúye el conflicto y se pone a buen recaudo. El natural de esta tierra puede hacer algo “a toro pasado” y de este modo  perder una oportunidad por cobardía o bien desear la mejor de las fortunas a un amigo con la exclamación “¡Suerte y al toro!” que viene a ser para nosotros una frase de ánimo o un dale duro a lo que tengas entre manos y así te harás con la victoria. El español que se precie, puede iniciar, un sábado o un domingo cualquiera y a la una de la tarde, un recorrido para  tapear, beber, charlar animadamente de bar en bar y volver a casa pasadas las cinco, después de disfrutar de un “vermut torero” siempre acompañado de buenos amigos.

Los habitantes de esta piel de toro que es España nos “ponemos el mundo por montera”  cada vez que hacemos lo que nos viene en gana ignorando opiniones ajenas o bien nos mostramos arrogantes ante una situación complicada. Podemos de igual modo “echar un capote” a quien necesita ayuda, escuchar un concierto en un pub “lleno hasta la bandera” o bien “cambiar de tercio” siempre que pongamos fin a un tema para iniciar otro. Cada ciudadano de este lugar “lanza un puyazo” cuando  dirige a otro, palabras duras o con doble intención, “pincha en hueso” siempre que comete un error y  “entra al trapo” cuando se deja arrastrar hasta el centro mismo de una discusión. Y es que el universo taurino no solo impregna de modo cotidiano nuestro lenguaje sino que el toro está en nuestra memoria colectiva de mil formas distintas. En la silueta de ese animal que nos observa desde muchas de las carreteras que cruzan el país de punta a punta. En la apacible imagen de un toro en la dehesa que habita un imaginario común y en muchas de las fiestas que se producen a lo largo y ancho de todo el país. Por otro lado algunos de nuestros mejores artistas plasmaron su bravura en el lienzo y grandes intelectuales defendieron y dieron a conocer este lugar encumbrando la figura del torero y  las corridas de toros.

Y sin embargo no. En realidad los españoles no somos defensores de ningún festejo que implique el dolor animal, por mucho que hace un tiempo se tolerara y se enaltecieran las corridas por parte de muchos. Hoy en día, por el contrario, existe un incremento constante y definitivamente imparable, en el número de quienes -decididos y sin conceder tregua- rechazamos la brutalidad y la muerte del toro a manos de un torero ante una multitud enaltecida. No hay honor ni arte en una plaza. Hoy nos mostramos contrarios a apoyar la idea de que el toreo siga recibiendo el apelativo de “fiesta nacional” No es una fiesta ni lo es en nombre de esta nación, por más que algunos se empeñen. A este país cada vez le indigna más la idea de que el sufrimiento animal se ofrezca en sacrificio al servicio de la barbarie y manteniendo un estereotipo que no nos representa. La clausura de algunas  plazas de toros en toda nuestra geografía y el número siempre decreciente de quienes acuden a ellas, dan fe del cada vez más escaso soporte de sus ciudadanos al mal llamado -por parte de algunos-  “arte patrio”

“Y de repente [el toro] miró hacia mí. Con la inocencia de todos

los animales reflejada en los ojos, pero también con una imploración.

Era la querella contra la injusticia inexplicable, la súplica

 frente a la innecesaria crueldad"

Antonio Gala