Conscientes de nuestro fracaso educativo, aun antes de los resultados de la prueba PISA, buscamos las causales del bajo nivel cultural de esta nación, exhibido en medio de avances económicos, tecnológicos, desarrollo inmobiliario, y una expansión vial nunca vista. Un atraso persistente luego de medio siglo democrático. Se me ocurre postular que una de las principales razones de esta tragedia se encuentra en el sabotaje a una Ilustración dominicana. Intentaré esbozar el tema. Veamos.
En síntesis, la Ilustración – movimiento que transformó culturalmente a Europa en el siglo dieciocho y diecinueve – consiste en la presencia de una élite ilustrada con consciencia de grupo, que se posiciona históricamente como defensora de una mentalidad especifica frente a la que entonces prevalece; se propone producir una “sociedad civil” racional, que debata ideas, se eduque, y pueda funcionar y cuestionar al Estado. Me pregunto: ¿Existió ese fenómeno socio-cultural entre nosotros alguna vez? La respuesta es afirmativa, y tiene nombre: Eugenio María de Hostos. Este hombre excepcional intentó rescatar de la ignorancia a los dominicanos.
Ese héroe cultural emprende su proyecto alrededor de 1880 (el país exhibía un 95% de analfabetismo) contando con la incondicional colaboración política del paladín Gregorio Luperón, y un grupo de ilustrados dominicanos. Inaugura las escuelas normales a pesar de enfrentarse al arzobispo Meriño acusándole de ateo. El proyecto dio sus frutos. Al poco tiempo se crea el Instituto de Señoritas dirigido por Salome Ureña de Henríquez. Comienza la formación de maestros de ambos sexos, y se forman nuevos intelectuales. Fue una verdadera “revolución educativa” tangible y esperanzadora.
Pero nuestra maldición y nuestros malditos tienden a imponerse. Aparecen, como de costumbre, caudillos, vándalos y el desprecio a las ideas. Como resultado surge la tiranía de Lilís, y de inmediato se coloca debajo de su sable el Arzobispo Meriño, y entre ambos desmantelan el proyecto hostosiano. Hostos se va al exilio. Retrocede la educación. En 1899, desaparece Ulises Heureaux y el prócer puertorriqueño regresa y retoma el proyecto normalista. Esta vez no tiene tanta ayuda y tropieza con los obstáculos de un ambiente político incapaz de entender la trascendencia de lo que intenta hacer. Hostos muere decepcionado en 1903. (Pedro Henríquez Ureña describió que su muerte se debió a "asfixia moral").
A partir de ese momento, el Estado se interesa poco por la educación. La tasa de analfabetismo seguía siendo de las más altas de la región. Ningún grupo ilustrado influye significativamente en el colectivo. El quita y pon presidencial prevalece. Entonces, aparece en 1930 una nueva dictadura militar. El tirano aparenta prestar atención a la educación e implementa un plan de alfabetización. Se fomenta la identidad nacional y el civismo. Claro, ese esfuerzo llevaba anomalías congénitas: la debilidad mayor de cualquier proyecto ilustrado es la ausencia de libertad de expresión y pensamiento, la censura, y el culto a la personalidad. Mayormente fue una plataforma de adoctrinamiento y propaganda.
Durante el régimen trujillista, en un impulso de optimismo y amor patrio, uno de nuestros más universales intelectuales, Pedro Henríquez Ureña, intentó adaptarse al régimen para contribuir con la educación. Se esfuerza por rescatar las ideas del maestro Eugenio María de Hostos. Ilusionado y tratando de ignorar la barbarie, inicia su tarea; pero el sistema le coloca un impedimento tras otro y al poco tiempo deja el país para siempre. A partir de entonces, podemos hablar del fracaso de la Ilustración dominicana, y del inicio de la Desilustración.
Desilustración, porque eliminado Trujillo nos encontramos sin un plan educativo democrático y con una clase intelectual diezmada o exiliada. A partir de allí la intelligentsia no ha podido penetrar la desidia y la politización del ministerio de educación. Técnicos, burócratas, consultores internacionales, ilustres maestros, todos desfilan por el ministerio sin que se observe una mejoría sustancial de la enseñanza. La clase intelectual se aparta, se integra a la burocracia o forma tienda aparte. No influye en la educación de las mayorías, no ilustra, no cambia nada. Todo sigue deteriorándose a pesar de destellos que no iluminan el conjunto.
Al iniciarse la democracia, intuitivamente, o como proyecto de control político, las clases gobernantes, incluido presidentes académicos como Joaquín Balaguer y Leonel Fernández, mantuvieron engavetadas las reivindicaciones educativas y culturales. Al parecer, la necesidad de contar con votantes iletrados, menesterosos, y manipulables, fue superior a un esfuerzo de ilustración. Sin embargo, hubo en la historia contemporánea, otra excepción luminosa como aquella de Pedro Henríquez Ureña: Juan Bosch. Su convicción hostosiana y su inequívoco interés por la educación estuvieron a punto de ponerse en marcha, hasta que se lo impidió un artero golpe de Estado.
En la actualidad el gobierno se atribuye una “revolución educativa”, de cuyos resultados habla de manera inequívoca la Prueba PISA y el bajo nivel de competencia del magisterio nacional. Una “revolución” de clara utilidad política y clientelar, que todavía no supera los requisitos mínimos de una auténtica reforma como la que emprendieron las “Escuelas Normales” en 1880.
Como afirmaba el Profesor Bosch en 1991, “La escuela actual no sigue ningún método, y a eso se debe el fracaso de nuestro pueblo…” Aquí hubo un verdadero intento de ilustración que ya para 1903 comenzó a desvanecerse. La tuvimos y la destrozamos. Sin ilustración seguiremos siendo simples, incultos, sin saber pronunciar el castellano, y carentes de civismo. Por el momento, parece que nuestro gran aporte cultural a este pueblo y al mundo es la Bachata. Ahora, “a mover la colita”.