El tema de la desigualdad social en el país generado por la distribución de la riqueza nacional, reflejado por las reveladoras y preocupantes cifras que aporta el recién divulgado estudio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, por sus siglas, PNUD, encuentra eco en las voces del veterano sindicalista Rafael “Pepe” Abreu, quien dirige el Consejo Nacional de Unidad Sindical y de la siempre muy alertada Vicepresidenta Ejecutiva de la Asociación de Industrias de la República Dominicana, Circe Almánzar.
Ambos, desde los respectivos ángulos y posiciones que ocupan coinciden en sus planteamientos. Así, en tanto Abreu advierte que la desigualdad social deja en peligro el futuro de los jóvenes dominicanos y reclama, como necesidad imperativa, abocarse a discutir la situación a la búsqueda de fórmulas viables de solución, la ejecutiva empresarial precisa que es indispensable lograr una distribución más equitativa de la riqueza de tal modo que los ciudadanos puedan disponer de condiciones de vida adecuadas.
El tema de la desigualdad en la distribución del ingreso es de arrastre y se ha ido agudizando en la medida en que una parte significativa de la población se queja de que a su presupuesto personal y familiar no llega ni se deja sentir el sostenido y en algunos casos impresionante crecimiento de la economía nacional. Tal el pasado año en que rozó el siete por ciento colocándose a la cabeza del continente y entre los niveles más elevados del mundo.
El tema ha sido abordado por el propio Gobernador del Banco Central en casa ocasión que ha ofrecido datos y detalles del comportamiento de la economía y su crecimiento. Valdez Albizu insiste en la necesidad de “derramar”, que es el término que utiliza, sus resultados positivos, principalmente mediante el reajuste de los salarios mas en consonancia con el costo de la vida.
Ese divorcio entre crecimiento y distribución del bienestar se refleja ahora de forma concreta en las cifras que arroja la medición dada a conocer por el PNUD en días recientes. De acuerdo al organismo mundial, en el país apenas el 20 por ciento de la población percibe un 50 por ciento de la riqueza nacional, en tanto, a la inversa, el 20 por ciento de la población más pobre apenas recibe el 6 por ciento. Más claro: de cada 100 pesos, 50, o sea la mitad, llegan a manos de la quinta de la población, en tanto a otra quinta parte, la más pobre, que figura en el renglón mas bajo de la escala distributiva, apenas le tocan 6 pesos.
Entre ambos topes, el 20 por ciento mas rico y el 20 por ciento mas pobre, queda enmarcado el otro 60 por ciento, donde figura una clase media media y media baja que lucha arduamente por mantenerse en el escalón al que ha logrado ascender, y un núcleo mucho mayor que sobrevive a duras penas con el día a día, y en la mayoría de los casos siente la opresiva angustia de no visualizar oportunidades de mejoría.
Resulta más que evidente que esa situación de extremo desequilibrio en el disfrute de la riqueza constituye un serio fermento de intranquilidad social insostenible en el tiempo. De persistir pudiera llegar a crear una explosiva situación que ponga en serio riesgo la institucionalidad de que gozamos tan arduamente alcanzada, y cuyas bases todavía carecen de la solidez requerida para garantizar su sostenibilidad frente a una crisis de grandes proporciones.
El tema queda sobre el tapete a cargo de mentes lúcidas y bien inspiradas para abocarse a la búsqueda de soluciones viables sobre bases realistas y al margen de todo amago de intervención de la consabida vocinglería oportunista de la política demagógica y de bajo vuelo.