A principios de enero de este año escribí un artículo para el periódico digital Acento.com.do, el cual no legué a enviar por considerarlo luego un ejercicio pueril que solo había servido para distraerme de mi compromiso con la ficción literaria, la cual intento fortalecer a medidas que siento que las miserias de nuestro paisaje nacional se hacen más notorias.
Como persona quien le duele su país, volví a hacer intento de publicarlo a raíz de que Hipólito Mejía anunciar su aventura de buscar de nuevo una postulación para la presidencia de la república. Sin embargo pude dominar mi legítima sensación de molestia ante este apresto desafortunado y abandoné de nuevo la idea de publicar el referido texto. Así que preferí seguir padeciendo la corrección de una novela ajena en la que Mejía tiene reservado un exclusivo lugar de penitencias por sus muchos desaciertos en su accionar político, agravados por su falta de humildad y su incapacidad de pedir excusas y de rectificar torpezas, azuzadas por aduladores bien cotizados, los cuales tienen plena conciencia de su poca idoneidad para manejarse en política, debido a su pobreza discursiva, pero sobre todo por su emotivo manejo de temas que requieren juiciosas ponderaciones y exposiciones.
Hicieron suyas las palabras que Camus hace decir a Calígula: “Gobernar es robar”
Solo en esta ocasión en que Leonel Fernández y Quirino Ernesto Paulino Castillo están viviendo esta especie de “pasión en el desierto” (como el relato aquel de Balzac), me animo a publicar mi referido artículo, breve, quizás hasta ingenuo, pero con el humilde orgullo de quien no le debe nada a ningún político y de quien nunca ha escrito, hablado o callado algo por paga. El título responde al mismo nombre con el que ahora encabezo esta columna. Ahí les va.
Como soñar no cuesta, nada para este año 2015 que recién se inicia me gustaría que nuestro país pudiera avanzar en todos los aspectos positivos, sobre todo en su desarrollo institucional. M e gustaría que los poderes del Estado desempeñen con la debida eficacia las funciones que les asigna nuestro ordenamiento jurídico, dentro del marco de nuestra precaria democracia.
En este año que recién inicia aspiro a que mucho más dominicanos se sumen al ejercicio de exigir derechos y también cumplir obligaciones. Que la ciudadanía se haga cada día más consciente de la necesidad de reclamar castigo para la corrupción, sin importar las banderías políticas, las nombradías profesionales o las posiciones económicas de los sujetos implicados en esa mala práctica. En palabras aún más llanas: que no haya vacas sagradas a la hora de enfrentar esta peste social que nos ha postrado como nación a todo lo largo y ancho de nuestra vida republicana.
Desearía que para este año algunos de nuestros “líderes” políticos reflexionen en torno al daño que le han hecho a nuestro país, que hagan asuman la verdad incontrovertible de que la mayoría de la gente decente los desprecia y que las “simpatías” que les sobreviven están únicamente cimentadas en en lo que ellos representan en términos de poder económico y político para sus acólitos.
Esos mal llamados “líderes” en el ejercicio del poder se convirtieron en azote para la república, gobernando en contra del interés general, agrediendo la decencia y la buena fe de aquellos que entendíamos que esos charlatanes sin palabras y esos retóricos muy bien dotados para envilecer y rendir pleitesía a lo lo más indigno, intentarían honrar el buen nombre de sus maestros.
Sé que es imposible esperar de ellos un ejercicio de mea culpa, pero, por lo menos, intento acorralar un poco mi pesimismo y esperar que para este año depongan su gula de poder y ayuden al surgimiento de una generación política menos contaminada, que pueda generar esperanza en una población subsumida en múltiples carencias, arrojada a la vorágine de una tradición clientelar, de unas dádivas carroñeras lanzadas indelicadamente como “pago” a la “legitimación de sus verdugos.
Como soñar no cuesta nada, aspiro a que esos que han negociado principios y dignidad, y los que han sabido sacar provecho a sus fantochadas, así como aquellos que leyeron e hicieron suyas las palabras que Camus hace decir a Calígula: “Gobernar es robar”, les quede un mínimo de dignidad para no seguir fuñendo la paciencia a lo poco decoroso que aún pervive en nuestro país.