“Lo último que se pierde es la esperanza.”
Refrán popular
– ¿Y su hijo?
– ¿Cuál? ¿Juan?
– El mayor, el que se deja el bigotito.
– Ese mismo. De ése, ¿quién sabe? Ahora mismo tengo yo como dos meses que no se de él. Cuando ése agarra calle nadie sabe, se desaparece y nadie sabe. Ni adonde va ni con quién anda ni qué hace.
– ¡Ah bueno!
Fui a ver al compadre porque lo oí muy triste la última vez. No quería que me agarrara de sorpresa. Ya saben, dicen por ahí que los que van a morir se despiden. Y eso sentí, no quería que me pasara con él.
– Bueno compa, así es la juventud. Los muchachos tienen que hacer su vida, abrirse camino.
– ¿Quién? ¿Juan? Ese sólo se abre camino para tirarse en una cama luego que se jartó lo que no le costó un centavo. ¿Abrirse camino? ¿Por ahí buscando quien le pague las cervezas y la comida, buscando una vieja sin dientes que lo mantenga?
Mejor cambiar el tema. El compadre hablaba mirando al piso, nostálgico y desganado. Me sorprende pues antes me recibía firme y energético. No he de mentir, tiene su carácter, por cierto que parece haber perdido. Un hombre fuerte y mandón como los de antes, pero serio y trabajador, y de buen corazón. Tuvo tres hijos con Fella, que murió no hace mucho. Estaba descalzo dejando ver unos pies descuidados de uñas largas y sucias.
– Bueno compa, ¿y Lucía? A ésa sí tengo tiempo que no la veo. ¿Cómo le ha ido en su matrimonio?
– ¡Ay compa, por dondequiera es un problema! Esa muchacha ahora está sola, el marido la dejó con dos muchachos chiquitos. Volviéndose loca, ella quiere que la ayude pero yo, ¿cómo?
-¿Cómo va a ser? Tan bien que se veían hace poco tiempo, ¿cuánto?, dos o tres años.
– Yo se lo dije, déjate de andar con ese lindón que lo que anda es mirándose al espejo y ajustándose la camisa. Pero nada: “que es tan bello, mis hijos van a nacer preciosos.” Más sabe el diablo por viejo que por diablo, pero qué puede uno hacer. Yo lo sabía, que ese individuo no sirve para nada, pero cuando a una mujer se le mete entre ceja y ceja…
– Bueno, ¿y qué ella hace?
– Nada, ahí tiene una de esas tarjetas del gobierno y creo que cobra uno de esos chequecitos que sacan la gente del PLD. De ahí es que mal vive porque yo no le puedo dar nada. ¡No tengo yo para mí mismo! Vea usted como es que vivo, aquí falta de todo.
Increíble como el compadre se vino abajo en cuestión de pocos años. Conste que hablamos de un hombre que no cumple los sesenta, aceptablemente inteligente, con una carrera técnica, como dije, serio, trabajador, de una vida disciplinada y austera, conservador, prudente, ahorrativo. ¿De dónde vino el descalabro? Salud no fue porque todavía se ve bien, duro y de buen color. De repente vendió su negocio y todo se hizo menos. Ahora le falta ánimo, entusiasmo.
– Bueno compa, ¿y Luis?
– Luis se fue para los Estados Unidos y no quiere saber nada de esta mierda. A veces llama pero es como si yo fuera un primo lejano. Me dice que la cosa por allá está floja, que tiene que andar cambiando de trabajo, que la renta, que los impuestos. Ya sabes, poniéndose alante para no mandar dinero. Y ¿yo qué?, yo no quiero que ninguno de estos pendejos me de nada, pero por lo menos que ayude a su hermana. “¿Ella no quería ojos verdes?”, me dice, “y ahora quiere que los ojitos verdecitos se los mantenga yo, así sí es bueno. Que lo demande, que eso funciona.”
No tengo ninguna habilidad para sacar al compadre de su decepción, ¿qué le digo? El desánimo no es cuestión de un momento, es arena que se acumula con los años en la boca del río. Formada la montaña, no es fácil moverla.
– Compa, bueno, ¿y qué ha hecho estos meses?
Entonces me miró, posó sobre los míos unos ojos opacos con el borde del iris gastado. Arrugas profundas le surcaban las mejillas y la frente. El torso desnudo enjuto y cobrizo. Aquí y allá brotan algunas verrugas y dos o tres pelos salen de cada tetilla.
– Pensar.
– Bueno, compa, pensar en qué, porque hay tantas cosas. Mire, por ejemplo, yo me acabo de comprar el cacharro ése que usted ve afuera.
Me lancé con entusiasmo pero de pronto me doy cuenta que metí la pata. Hay gente que vive su situación a conciencia y le disgusta que lo enreden, que vengan a querer ponerle su mundo diferente. Por eso digo que hay una diferencia entre la depresión y la melancolía.
– Mire hacia fuera – señaló con un índice de uña larga y sucia, como los dedos de los pies-. Cuando yo llegué aquí esto era monte. Yerba, piedras y cacatas es todo lo que había. Aquí yo construí mi casa y formé un hogar. Solo, con el trabajo de mis manos. Me levantaba a las tres y media de la mañana. Trabajaba en la casa hasta las siete. Entonces me iba a trabajar a la calle. De tarde traía los materiales que había podido comprar. Hice mi casa con mi trabajo, mi disciplina y mi carácter.
– Eso está muy bien, ya no hay mucho de eso. Lo debe hacer sentir muy bien.
– Al contrario, es por lo que me siento muy mal.
– Y ¿por qué?
– Porque está en la naturaza que los hijos mejoren lo que uno ha sido y hecho. Mira mis hijos: uno es un vago vive-bien, hipócrita y aprovechado. La hembra, irresponsable e ignorante, y el más pequeño individualista y falto de solidaridad. ¡Qué hijos dios me ha dado!
– Bueno compa, los hijos nunca son lo que uno quiere. Son diferentes como los dedos de la mano y a final de cuentas ellos deciden lo que quieren ser.
– Exactamente, yo decidí lo que yo iba a ser. Y lo hice. Ellos hicieron otro tanto.
– Compa, con el tiempo las cosas cambian, la gente cambia. Ahora todo es dinero, todo mundo anda detrás del peso para sobrevivir y, el que puede, mejorar. Nadie tiene tiempo para el otro, cada quien vive en su asunto. Ni siquiera los hijos con los padres, en Estados Unidos, cuando se ponen viejos los mandan a un asilo y muchas veces los hijos no van ni a enterrarlos. Aquí no es tan así, si no, mírame a mí haciéndole la visita y viéndolo a usted bien.
– Nunca me lo esperé, que mis hijos, que en mi país la gente llegara a no tener alma…
– Bueno, compa, aparte de eso, dígame, ¿en qué pasa el tiempo?
– En contar las horas que me quedan…