En un artículo reciente, titulado ʺPor qué los latinoamericanos se desencantan con la democraciaʺ (El país, 5-8-2019), el analista político Jorge Galindo analiza las últimas encuestas de opinión Latinobarómetro y Barómetro de las Américas. Los resultados indican un descenso en la convicción de que el sistema democrático es la mejor forma de gobierno.

Los datos muestran que los segmentos poblacionales más jóvenes y con menor poder adquisitivo muestran menos convicción favorable a la democracia que grupos de más edad y mayor poder adquisitivo. Resulta lógico pensar que los grupos poblacionales que han sido marginados de los modelos de desarrollo en América Latina no tienen razones para confiar en los sistemas que sustentan los modelos económicos que los excluyen.

Solo que  estos sistemas son mal llamados democráticos, cuando en la mayoría de los países latinoamericanos constituyen democracias formales más que auténticos regímenes de sociedades abiertas. El bajo nivel educativo, la idiotización generada por la pobreza, la hipercorrupción, el corporativismo estatal, el caudillismo, la desigualdad de oportunidades, la exclusión generalizada, entre otros factores, impiden la instauración de una sociedad democrática, pero los perjudicados de estas sociedades creen que sus penurias son consecuencia de la democracia.

Por otra parte, el nivel generalizado de alienación entorpece la posibilidad de la articulación de un movimiento social contestatario que provoque un cambio de rumbo en las acciones económicas y políticas de los sectores gobernantes.

Galindo llama la atención sobre un fenómeno a tomar en cuenta: América Latina acumula una historia de demandas no satisfechas que contribuye a añorar regímenes de ʺordenʺ sobre posibles situaciones de conflicto. En la mayoría de los países latinoamericanos este es un aspecto importante a considerar.

Además, la impunidad relacionada con la hipercorrupción genera una percepción de desorden que contribuye a la emergencia de un sentimiento de nostalgia por el orden y la fuerza, en otras palabras, por los regímenes autoritarios.

No es de extrañar que el fantasma de las dictaduras siempre amenace con instaurarse en nuestro continente.