Alguien dijo una vez que un hombre se da cuenta que envejece cuando se levanta en la mañana y se mira en el espejo y a quien ve es a su padre, o a su madre añadiría yo. Como todo envejeciente -ese término políticamente correcto que nos acogota y que, en realidad, designa tanto al recién nacido como al anciano en el hospicio-, lo natural sería que pensara, como la mayoría de mi generación o de las que me anteceden, que todo lo pasado fue mejor. Lógicamente, me considero una especie de ave raris pues siempre he pensado que lo mejor es lo que viene y que ahora vivimos en sociedades más democráticas, libres, prosperas justas y solidarias que las de antes. Lo que me mantiene optimista respecto al presente y al futuro dominicano es el haber vivido como adolescente los estertores del régimen autoritario del Balaguer de los 12 años, haber conocido de primera mano los testimonios de víctimas y testigos de la barbarie trujillista y comparar con los logros institucionales con que contamos ahora los dominicanos.

Es indudable que son muchas las deficiencias, pero también las virtudes de nuestra democracia y de nuestro sistema económico. Mal que bien tenemos una democracia con libertades básicas. Sufrimos el clientelismo político, pero celebramos periódicamente elecciones cada día más justas y transparentes, nada parecidas a las de los traumas electorales del pasado. No tenemos ya los viejos grandes liderazgos personales (Bosch, Peña Gómez y Balaguer), aunque eso más que un problema debe ser una oportunidad para la renovación de los partidos y de los líderes. Aunque la ciudadanía se queja de la corrupción, hoy los sistemas de contratación pública y los mecanismos de transparencia superan por mucho el desorden administrativo y la asignación de las obras grado a grado como otrora. La calidad de la educación dominicana, por el nivel del profesorado, deja mucho que desear, pero nunca como en la actualidad tantos niños y adolescentes habían asistido a tantas, nuevas y mejores escuelas, con la posibilidad del desayuno escolar y tanda extendida. Nuestra seguridad social, con todas sus imperfecciones, es mucho mejor que la del viejo sistema de reparto y su principal deficiencia es no poder cubrir toda la población laboral, esto así por uno de los graves defectos de nuestro modelo económico: el desempleo estructural, el no crear empleos formales y de calidad. La justicia, con todo lo que se le imputa a diario y con todo lo mucho que falta por avanzar, es la mejor justicia que hayamos tenido en nuestra historia, un modelo incluso a emular a nivel regional, a pesar de su relativamente bajo presupuesto. Nuestra economía ha crecido, la clase media también. Los grandes problemas son la deuda pública -que requiere una reforma tributaria estructural-; los bajos salarios; y la necesidad de mayor inversión nacional y extranjera, principalmente para los grandes proyectos de infraestructura (puertos, presas, tratamiento de aguas, etc.), que hagan nuestra economía más medioambientalmente sostenible y competitiva y que, sobre todo, permitan reducir aún más la pobreza.

Hasta ahora los políticos alternativos no han capturado el desencanto de parte de la población y la indignación es, sobre todo, digital, es decir, en el caso dominicano, elitista. Por eso los partidos tradicionales siguen convocando con gran intensidad la adhesión de militantes y simpatizantes. Nuestra democracia, como prácticamente todas las democracias realmente existentes, sigue siendo fría, gris y aburrida, y estoy convencido que el descontento y las necesarias e impostergables reformas se canalizaran por la vía electoral e institucional, y no ocurrirá el “milagro chileno” de la revuelta popular violenta conducente a la querida por algunos asamblea constituyente popular, que casi siempre desemboca en el mesías político, el hombre fuerte, el amo de Lacan que algunos no esconden anhelar. Si la plegaria de la revuelta, la constituyente y el caudillo que algunos elevan es atendida, no duden, que verán -como lo vio Manuel Chaves Nogales en la España de los 1930 y como cuenta Lluis Foix (La Vanguardia, “Libre pero desdichado”, 24/12/2019)- “convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados”. De ser atendida la plegaria, yo, al igual que Chaves Nogales, “eso que los sociólogos llaman pequeño burgués liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”, opto sin duda por el “exit” de Albert O. Hirschmann, la “yola” de Silvio Torres-Saillant, para así, fuera del país, poder seguir siendo lo que muchos dominicanos en su patria hoy sienten ser: desdichados pero libres.