Recientemente me sentí conmovida por la noticia que daba cuentas de la muerte de la popular artista británica Amy Winehouse. Su juventud (27 años) y la copiosa carpeta de éxitos combinada con las dramáticas condiciones en que perdió la vida provocó titulares en todo el mundo. Fue en esas tristes circunstancias que me aboqué a conocer un poquito más a la joven Winehouse.

Un titular en particular me robó el aliento: "La generosa Amy gastó 150 mil dólares mandando a su amigo Alex Foden a un centro de rehabilitación cuando quizás debió gastarlos en ella misma." El titular es efectivamente racional, cualquiera que no sea adicto lo lee y probablemente concluye que Amy Winehouse, sobre todo si se toma en cuenta que era rica y brillante, debió internarse en alguna clínica para superar su problema con las sustancias controladas. Pero el punto con en el caso de Amy es que ella, igual que millones en el mundo y decenas de miles en República Dominicana, era una adicta. Se trata de una condición, por ponerlo en términos muy simples, en donde las razones pueden menos que los impulsos.

Mi oficio me pone en contacto regular con personas que sufren el yugo de las adicciones. En una ocasión un ex-interno/ex – adicto  ya reintegrado a la sociedad me contó lo siguiente: "Si le soy honesto, el superar mi adicción fue un camino muy solitario. Los programas de rehabilitación me dieron algunas herramientas, pero el viaje de regreso se hace solo. Tengo amigos que han sido adictos al igual que yo, todos coincidimos en que nuestra cura, en parte, es suerte. Sencillamente no existe una formula, tampoco un método, que garantice una salida. Al final, lo que pasa es que uno se agarra de algo dentro de uno mismo, te aferras a ese "lugar" en donde se tomó la decisión de vivir sin el veneno que tanto nos gusta y le pides a Dios y a María Santísima que te de la fuerza para no soltarte. Siempre es difícil, todos los que hemos sido adictos nos hemos visto tentados a retomar  hábitos que creíamos superados. Algunos nos mantenemos, otros que han tratado tanto como nosotros, no han tenido la misma suerte."

Las palabras de este exitoso empresario y padre de familia me hicieron pensar en las injusticias a las que nos puede llevar condenar los actos sin entender las razones detrás de los mismos. En general los seres humanos le tememos a lo que no conocemos y odiamos a lo que le tememos. A juzgar por la actitudes del colectivo social en torno al tema de las adicciones, parece que relativamente pocos nos hemos tomado el tiempo de intentar conocer las implicaciones de las mismas como condición médica. Esto ultimo me parece un error por el que pagamos un alto precio.

El narcotráfico y el lavado de activos producto del mismo, actividades que finalmente financian los adictos, es una amenaza real y afecta la calidad de vida de todos los dominicanos. Ante esas realidades, es curioso que como sociedad no reparamos en gastos a la hora de comprar pertrechos militares y levantar cárceles, independientemente de lo justificado que estén. Sin embargo tenemos una actitud muy distinta frente a los que se dedican a trabajar en la rehabilitación de adictos. Sin adictos no hubiera narcotrafico. Menos adictos implica menos narcotrafico. Son razonamientos elementales que no parecemos estar valorando como colectivo social. En cambio, parecería que como sociedad  estamos atrapados en un círculo vicioso que promete matarnos. Quizás no tan rápido como a la Winehouse, pero nos mata porque nos infecta con violencia, corrompe nuestras instituciones, llena nuestras cárceles, genera fortunas malhabidas y corroe las bases de nuestra juventud.