He visto con cierta preocupación el hecho de que en los últimos tiempos ha surgido un movimiento contestario, sobre todo desde las academias y gestores culturales, como de intelectuales y artistas, de oposición a todo lo que huele a colonización y sus huellas y cicatrices en los pueblos impactados por tan nefasto acontecimiento.
Historia, memoria e identidad van de la mano en la construcción de lo que somos. Eso que somos es una mezcla agradable y desagradable de hechos del pasado que entonces, sí entiendo debe verse con sentido crítico, pero no necesariamente con amnesia o borrarlo de nuestro interior porque de una u otra manera, son parte de nuestro ethos cultural, de nuestra idiosincrasia y de nuestras identidades, muchas veces conflictuadas.
Por eso le acompaña a descolonización, desmemoria. La desmemoria es muchas cosas a la vez: olvidar algo, no querer acordarse de algo, distanciarse de algo en el inconsciente o luchar contra algún fantasma dentro de nosotros para alejarlo, aunque sea parte nuestra.
Soy partidario, como hace hoy la UNESCO con los sitios de memoria, de contar la historia con equilibrio y sentido crítico, para evitar que no se repitan las atrocidades humanas que la han marcado, pero sin resentimientos
La historia construye memoria social como le dice la antropología o memoria histórica como le llama la ciencia de la historia, en ambos casos se relacionan a la construcción de una conciencia nacional que cohesiona los conglomerados y ayuda a construir nación, territorio, pueblo y estado, en la visión global que de ella asume la sociología.
No obstante, la memoria no es selectiva al momento de escoger los hechos, aunque algunos sean privilegiados por el poder y la ideología dominante ciertamente. La noción de Max Weber, el sociólogo alemán de finales del siglo XIX, de cohesión social supone aglomerar en un todo los hechos sociales y amalgamarlo para hacer de este proceso un factor unificador colectivo, con mitos y realidades de manera que los pueblos den razón de ser al proyecto de nación o de otra manera dicho, razón social.
La lucha y esfuerzo de nuestros patriotas por distanciarnos de los haitianos de quienes obtuvimos la independencia nacional en 1844 como parte de la construcción de la conciencia nacional y la dominicanidad, hizo que, al negar a Haití para reafirmarnos como dominicanos, implicó la negación de nuestra propia africanía y por tanto, contaminó una parte de la joven nación, solo por el hecho de borrar todo lo que nos asemejaba con el vecino país, convencidos ellos, que nos permitiría construir una identidad propia, pero con ello afectábamos al mismo tiempo la sanidad de la nuestra.
La tesis en boga de la descolonización es interesante y a la vez contradictoria como todos los hechos del pensamiento social.
Descolonizar es desmontar el discurso histórico del dominador que aun prima desde los grandes procesos coloniales europeos que dominan desde el siglo XV.
Esta descolonización desmonta la explicación histórica, aun fuera esta, fundamentada, para explicar los hechos y razones que lo provocaron, como los argumentos de quienes lo encabezaron, las razones históricas que lo condicionaron, los hombres y mujeres que allí participaron, las maneras desiguales de estos encuentros, así como las causas sociales y económicas que en ellos gravitaron, y así por el estilo podría mencionar múltiples argumentos y posturas para descolonizar que me lleva a pensar que este esfuerzo por negar parte del pasado, obviando ya la historia crítica, la historia social, la historia de lo cotidiano, se hace con sus nuevos enfoques teóricos y metodológicos, lo que podría llevarnos a una desmemoria y a una despersonalización social, sin que ello implique de mi parte, negar el enfoque crítico, todo lo contrario, solo advierto que todo fundamentalismo, conduce indefectiblemente a la cerrazón y al contrasentido.
Hablo de nuevas miradas que impliquen visibilizar hechos, grupos sociales, culturas, personajes, que a veces se encuentran omitidos en el discurso histórico. Sabemos que estos movimientos, que los entiendo como grandes rupturas con el orden social y las ideas prevalecientes en un momento determinado, no pueden borrar hechos y acontecimientos que sin ellos no nos explicamos nosotros.
En mis aulas lo digo y posiblemente esté errado: el creole es un orgullo de identidad para los haitianos y otros pueblos que lo hablan, pero surgió de un desangramiento colonizador y la necesidad de entenderse el uno y el otro, borrarlo le quita el 50% de identidad a los haitianos. El mecenazgo se reivindica hoy por el movimiento cultural como un componente importante para desarrollar el arte y la cultura, pero viene de la iglesia y las familias poderosas italianas como los Medici, que fueron grandes banqueros, convertidos en el blanco estos sectores, sobre todo la iglesia (también mecenas), por el movimiento renacentista.
Por ello solo llamo la atención de que, descolonizar sin entender la historia como un proceso centrífugo, contradictorio, sinuoso, zigzagueante y a veces, marcado por la pasión, los intereses humanos y sociales, la tozudez de algunos y las ideologías prevalecientes en un momento, podría llevarnos a extremos.
Soy partidario, como hace hoy la UNESCO con los sitios de memoria, de contar la historia con equilibrio y sentido crítico, para evitar que no se repitan las atrocidades humanas que la han marcado, pero sin resentimientos que nos conduzcan a confrontaciones sobre viejos hechos ya acaecidos, que no se pueden olvidar, ni repetir, ni ser motivo de nuevas grietas entre los seres humanos, más bien es recordar, para conocer, conocer para no repetir ni olvidar.
Muchos de los hechos cuestionados, como la propia llegada de los europeos a América, a la larga nos cuestiona a nosotros mismos porque somos la resultante de ese proceso colonizador, con sus buenas y sus malas cosas, con sus defectos y bondades, con sus virtudes y distorsiones, por ello veo con ojeriza abrazar causas que se manejan con pasión, con fervor a lo que se tiene derecho y hasta razones justificadas, pero el comedimiento, el análisis histórico y las fundamentaciones antropológicas, deben mediar para evitar los sesgos en los nuevos discursos y practicas sociales, y evitar repetir la misma receta puesta en el péndulo del juicio histórico.