Todo en la vida todo tiene un límite.  Y en esta ocasión,  fue desbordado el de vergonzosa actitud de temerosa tolerancia con que siempre las autoridades se han comportado ante los frecuentes desmanes de algunos grupos de choferes, que más semejan maleantes que trabajadores del volante, incurriendo en todo tipo de excesos y manifestaciones de violencia.  Por lo común se trata de enfrentamientos entre ellos mismos, en feroces disputas por rutas e itinerarios, pero también en ocasiones,  contra ciudadanos convertidos en víctimas inocentes de sus acciones,  como acaba de ocurrir en un hecho criminal que ha provocado justo repudio general.

Seguramente esa tradicional impunidad de que hasta ahora han gozado ante la timidez oficial para reprimirlos y de los propios tribunales para sancionarlos, ha tenido mucho que ver en el insólito suceso de que fueron protagonistas una docena de choferes, conductores y parte de su parentela, al bloquear en Las Américas,  el tránsito de un ómnibus escolar perteneciente al Colegio Evangélico Episcopal San José, ubicado en Boca Chica, cuando conducía varias decenas de alumnos de edades entre diez y diecisiete años, algunos acompañados de sus madres más el director y profesores del centro educativo. La gira tenía como objetivo disfrutar de un pasadía educativo en el recinto de la Feria Internacional del Libro y  la razón de la ilegal acción, la exigencia de los asaltantes de que el plantel contratara sus servicios  en vez usar un transporte privado.

El insólito hecho delictivo no se limitó a impedir el paso del vehículo escolar.  Los autores fueron mucho más allá,  amenazando con incendiarlo con su carga humana dentro.   No hay  que hacer muchos esfuerzos mentales para imaginar la reacción de pánico provocada en los atemorizados pasajeros. Estremece y mueve a justa ira, el testimonio de uno de los indignados testigos que presenció impotente la salvaje escena de niños llorando y vomitando; madres angustiadas y los educadores implorando inútilmente detener el brutal atropello.

Quizás la expresión que mejor cuadra a esta acción vandálica, partió de los propios sindicatos a que pertenecen sus autores, al calificarla de “satánica”.  No es este  delito que aparezca tipificado en el Código Procesal Penal, pero sí en cambio, la transgresión de las leyes sobre secuestro de personas; protección de niñas, niños y adolescentes; interrupción del libre tránsito de vehículos y otras varias, así como la Convención de Derechos del Niño. El largo rosario de violaciones punibles, fue recitado por la Fiscal Olga Diné Llaverías, apoderada del expediente, quien adelanta que la pena de cárcel que afrontan por los delitos imputables pudiera ser hasta de treinta años.

Pudiera considerarse una condena exagerada tomando en cuenta que por suerte,  la situación no pasó a males mayores y los maleantes no llevaron a vías de hecho su salvaje amenaza de quemar el ómnibus escolar con sus pasajeros dentro, aunque persistirá en las infortunadas víctimas, sobre todo en los menores,  el daño emocional provocado por la misma.  Pero el caso no debe quedar sin una dura sanción que  sirva de merecido escarmiento.

En esta ocasión, los responsables traspasaron la raya de  la extrema tolerancia y vergonzosa impunidad de que han disfrutado los elementos más  agresivos dentro del sector choferil, donde sin dudas figuran trabajadores decentes que repudian  y se mantienen al margen de esta clase de acciones y  quienes sí pueden llamarse con razón “padres de familia”,  sin temor a caer en el abuso de la tan socorrida expresión que ha servido de escudo a todo género de vagabunderías.

Para los violentos de este conflictivo sector es hora de que las autoridades y la justicia, en nombre de la sociedad, envíen una señal clara  y contundente de que este tipo de comportamiento incivil y antisocial no será tolerado ni escapará a las merecidas sanciones.  Es lo menos.   En otras oportunidades  ha ocurrido ante el temor que inspiran los grupos choferiles más exaltados, cuyas acciones vandálicas terminan siempre arropadas por la impunidad.   De esperar que ahora no suceda igual.

Y ninguna ocasión más oportuna y necesaria.