Si me preguntaran cual es el principal problema dominicano, aunque no contestaría intuitivamente; lo haría rápida y racionalmente: nuestro mayor obstáculo para poder dar un salto más grande al desarrollo es la falta de acciones que se correspondan con un pensamiento que, además de su conexión con ideales, principios, valores y virtudes, nos fije, colectiva e individualmente, una ruta por y para el desarrollo.

A las grandes civilizaciones les debemos mucho. Para solo citar una, lo somos del legado helénico. Ya hace más de 2,500 años que Grecia crecía en el cultivo de la virtud y con sus genios creadores de un ideal de humanidad del que todavía somos deudores.

Fundados en la verdad, la libertad y la belleza, Grecia forjó un admirable monumento de arte, arquitectura, escultura, filosofía (no hay un día que no se piense y hable del legado socrático, platónico y aristotélico, de la filosofía presocrática y de la sofistica griega), ciencia, literatura, política (las polis o ciudades-estados, definitorias de la civilización griega, porque representaban el centro político, cultural y ciudadano)-, oratoria, educación (recordemos los cuatro modelos o pandeias educativas –la arcaica, la espartana, la ateniense y la helenística gestada por Alejandro Magno) y deporte, todo lo cual se manifiesta en la trilogía del sabio, el estadista y el poeta. Aun hoy, esta riqueza de conocimientos sigue avivando muchas iniciativas.

Pero, a mi juicio, uno de los mayores legados de la Grecia antigua es el areté, concepto esencial de la ética y la política en la antigua Grecia. Y sobre todo más ligado a su significado de excelencia o perfección o el cumplimiento acabado del propósito o función y la posesión de las virtudes, particularmente la valentía y la destreza, con un sentido parecido al que se conserva en las obras de Hesíodo y Homero.

Creo que la rutina nos aleja del conocimiento, o más bien del saber. Y allí donde no hay sabiduría, entendida como la sumatoria de conocimiento y experiencia vivida con areté (integridad), no hay conciencia ciudadana y mucho menos compromiso. La República Dominicana tiene un gran déficit de pensamiento consciente y comprometido con el desarrollo. No es cosa solo de gobiernos. Es deuda de todos.