El incesante ceceo de pronto cesó. Los dos expertos internacionales sobre desarrollo local se miraron sorprendidos. El uno esperaba que contestara el otro y, el otro, el uno. “¡Ostia!, ¡Me cago en el cura!” Los asistentes al Seminario, expectantes, esperaban la respuesta.
Se habían pasado todo el seminario en actitud pedante, mostrándole a estos indígenas caribes cómo es que funciona la cosa. Y, de paso, valorar la creatividad del pueblo español para empujar iniciativas de desarrollo que tocaron todos los niveles de la sociedad ibérica. Pero dentro del público estaba Rafael Pengsien Sang Ben, quien con la serena sabiduría de los Sang Ben, no iba a perder la oportunidad de poner algunos puntos sobre las íes. Pidió la palabra. Levantándose de su asiento, y no sin antes elogiar la sapiencia de los consultores, preguntó:
— “Sería bueno que nos expliquen cómo ha influido la inmensa cantidad de dinero, y otros tantos recursos, invertidos por la Unión Europea en España desde hace más de treinta años con el objeto de promover y garantizar el desarrollo que hoy ustedes pueden exhibir ante nosotros”.
Conforme los españoles no contestaban, sino que se veían azorados, Pengsien continuó: “porque el desarrollo tiene un costo. Ese costo puede variar, según las circunstancias, en cada caso. Yo quiero saber, ¿Cuánto le ha costado a España y a la propia UE ese desarrollo? ¿Cuáles riesgos han enfrentado y cómo lo han superado?”
Gracias al planteamiento de Rafael, diestro en dar galletas sin mano, los debates del evento empezaron a coger color y sabor. Facilitó aprender de las experiencias ajenas, examinándolas con los pies bien puestos en la realidad nacional.
La anécdota viene a cuanto porque hace casi cuatro años que en el país se aprobó la Ley No. 1-12, la cual establece la Estrategia Nacional de Desarrollo 2030, (END). La creación de este instrumento legal comprendió un proceso de consultas ciudadanas que abarcó el universo de los sectores productivos de la nación. Muy pocas veces se ha desarrollado una iniciativa legal tan participativa e inclusiva en nuestro país.
A pesar de esa amplia participación, debemos anotar que, en general, en cuestión de leyes, nosotros estamos bien. El problema está en cumplirlas. Es decir, tenemos la experticia de crear leyes. De hecho, nuestros legisladores crean leyes de una manera tan rutinaria, creativa y eficiente, que ni las leen. Nosotros podemos enseñarles a esos gurúes internacionales ese punto.
Y eso, precisamente, es lo que pasa con la END. Confieso que cuando leo esa Ley No. 1-12, al contrastarla con la realidad, creo que estoy leyendo una apasionante novela de ciencia ficción. Los archi-famosos Objetivos del Milenio sólo se cumplen en los informes oficiales. También tenemos un gran talento para hacer informes maravillosos .
Pues, con todo y el interés puesto en la aprobación de la ley que obliga al gobierno a invertir en el desarrollo local y nacional, no pasa nada. Ni siquiera se ha generado un clima de inversión. ¿Y los organismos de cooperación internacional? Bien, gracias.
En un principio, por otro lado, se creyó que las cacareadas ¿visitas sorpresas? del Presidente Danilo Medina, desembocarían en un programa en esta dirección. Pero nada, nadita de nada.
Tal parece que llegaremos al 2030 y los sectores productivos del país no verán aterrizar la inversión del Estado en la promoción del desarrollo en las localidades necesitadas. Mientras lo que sí marcha viento en popa son las garantías de evasión de impuesto para el gran capital. Evasión que aleja cada día más las posibilidades de reducir la brecha de la pobreza.
¡Ostia! ¿De dónde vendrán entonces los recursos?