Para entender el proceso de transformación de la educación en la Republica Dominicana en la segunda mitad del siglo XIX debemos señalar que esta se encuentra vinculada a hechos ocurridos durante el siglo XVI, cuando la Iglesia comenzó a perder su hegemonía en Europa, al presentarse las escisiones religiosas que dieron origen a diferentes confesiones. Posterior a esta ruptura e identificada con la revolución francesa, sellada tras varios coloquios políticos y religiosos, nace una nueva ideología educativa, sostenida en el positivismo que transformaría la sociedad Europea y luego las sociedades en América Latina por medio del liberalismo y el Racionalismo, que apareció de manera tardía en la Republica Dominicana.
En la República Dominicana, durante el Siglo XIX, la política educativa de la nación estuvo especialmente ligada a la Iglesia. Por ser un país de fuerte arraigo católico, donde tradicionalmente la Iglesia ha ejercido una fuerte presencia en las instituciones de enseñanza.
Con la precaria situación de la Primera República, y frente a la inutilidad organizativa de la educación pública, se abandonaron transitoriamente las escuelas particulares y quedaron los nombres de algunos maestros. Estas escuelas siguieron siendo domésticas o vecinales, y usualmente dependieron de la presencia de extranjeros. Estos últimos se desempeñaron como preceptores privados o abrieron centros educativos, buscando quizás desempeñar la actividad como medio de subsistencia. En este sentido y desde 1835, se encontraban en Santo Domingo, y en condición de exiliados, un grupo de venezolanos instruidos, algunos de los cuales se dedicaron a dar clases a domicilio (1).
Hacia los años 1875-1890 la educación dominicana alcanza un gran apogeo, gracias a los distinguidos maestros y moralistas, entre los que podemos mencionar a Fernando Arturo de Meriño, de la corriente escolástica, excelente orador; y el maestro Eugenio María de Hostos, de la corriente positivista. Hacia 1875, el pensamiento y el sistema educativo vigentes poseían una fuerte influencia religiosa. La Iglesia Católica tenía a su cargo la totalidad de la enseñanza, instrucción en la que prevalecía la educación cristiana y a la cual, desde su pensamiento positivista, Hostos consideró carente y de muy pobre espíritu científico.
Las encontradas posiciones de los historiadores frente a lo acontecido en esos años se deben a que en algunos de ellos no existe una diferencia clara: una cosa es el hecho y otra muy distinta es la interpretación que se pueda hacer del hecho. La no distinción de estos hace que en muchas oportunidades se presente una simbiosis entre la presencia de la Iglesia y la corriente propuesta por Hostos.
Considerado uno de los principales promotores de las ciencias sociales en la educación dominicana y del insondable cambio en el método pedagógico, Eugenio María de Hostos impulsó el pensamiento positivista en la República Dominicana, aunque como ya hemos afirmado, el positivismo llegó a la República Dominicana de manera tardía. En 1876, habiendo ganado el concurso y el corazón de Gregorio Luperón, Hostos funda la primera escuela de carácter esencialmente doctrinario (2).
Eugenio María de Hostos, a través de sus escritos, comenzó a influir en personalidades que se convirtieron en seguidores y defensores de sus ideas; entre ellos los hermanos Francisco y Federico Henríquez y Carvajal, Américo Lugo, Salomé Ureña y otros intelectuales que marcaron el proceso histórico del país. Siguiendo esta pauta, como señala Camila Henríquez Ureña en su obra “El Ideario de Hostos”: “Un gran aporte al pensamiento dominicano lo constituye el método de la enseñanza racional que Hostos introduce. Hacía falta, pues, que en la educación dominicana se tomara en cuenta la educación basada, no en la tradición escolástica, en la cual ocupa un lugar importante el uso excesivo de la memoria, sino también basarse en el raciocinio estimulado por la ciencia” (3). En este contexto comprendemos que la influencia de Hostos rebasó las fronteras dominicanas, expandiéndose por el continente.
Los esfuerzos de Hostos como educador estuvieron encaminados a implantar un sistema de enseñanza científicamente fundado, que sustituyera la rutina de la memorización que se hacía de los textos dogmáticos. Puso en práctica el método intuitivo-inductivo-deductivo, que con el auge de las ciencias naturales reemplazaba el método educativo predominante en todo el mundo occidental.
El arzobispo Meriño estaba muy preocupado por la creciente influencia de las ideas positivistas en la juventud. Esto constituía una profunda revolución de sentido laicista. Positivistas europeos y latinoamericanos estaban en contra de la educación que se enseñaba en las escuelas y universidades dominadas por el clero, donde predominaban la teología, la filosofía, el derecho, las bellas artes y el latín, lo que a su juicio causaba un atraso en los pueblos donde predominaba este tipo de enseñanza.
Abogaban que, al igual que en las sociedades industrializadas, se enseñara principalmente ciencias naturales, matemáticas, agronomía, inglés, comercio y navegación, lo que haría progresar a las sociedades latinoamericanas.
El padre Billini fue uno de los que se unieron a quienes enfrentaron los planes de reforma educativa de Eugenio María de Hostos, en 1881,como se apreciaría en los contenidos de las instrucciones que envió el ministro de Instrucción Pública. Pero a diferencia de las polémicas de Meriño, la principal objeción de Billini al régimen pedagógico de Hostos estribaba en predilección por la educación clásica, alejada un poco de todo lo que supusiera innovaciones o apertura a las nuevas ciencias contenida en el pensamiento educativo de Hostos (4).
La labor del pedagogo y liberal latinoamericanista y caribeño, Eugenio María de Hostos en el desarrollo de la Educación Dominicana en las últimas décadas del s. XIX es una prueba fehaciente de que la misión de un Maestro debe ser colaborativa y de manera especial, en aquellos procesos críticos en el que es necesaria su intervención. Ahora bien, para que un Maestro extranjero participe de los procesos que se dan álgidos, ya sean de carácter pedagógico y/o de contenido, deberá el Ministerio de Educación indagar cuales son las debilidades, deficiencias o carencias de los Maestros/as y luego elaborar un plan en que especialistas se acerquen al Sistema Educativo Dominicano, como planteamos a continuación:
Primero, conocer la idiosincrasia del dominicano, segundo, revisar las leyes generales y las tocantes al Sistema Educativo y luego preparar programas académicos conducentes a eliminar las deficiencias antes señaladas.
El referido programa académico debe ser dirigido primeramente al cuerpo de técnicos/as del Ministerio y desde ahí a los Maestros/as de aula, a fin de que una vez terminado el Plan de Capacitación, los Técnicos/as puedan acompañar los procesos que fortalezcan los elementos innovadores de capacitación y actualización que hayan recibido los docentes.
Notas:
- Vitelio.Alfau,. "Ideario de Duarte". Revista de Educacion. Santo Domingo, n 5,1967.Vease p.22
- Camila Henríquez Ureña. “El ideario de Hostos”. En Cordero, A. Panorama de la filosofía. Santo Domingo, Tomo II, La Nación, 1962, pp. 40-51; véase p. 44.
- Ibíd., p. 182.
- José Luis Sáez. Cinco siglos de la Iglesia dominicana. Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2005, p. 96.