La Fundación Abriendo Camino trabaja hace 12 años en Villas Agrícolas, un barrio de la zona norte de Santo Domingo. Se ha enfocado en la niñez y la educación, adquiriendo un “expertice” reconocido en la nivelación escolar e integral, en trabajar con los preadolescentes, en dialogar con las familias, en apoyarlos con un servicio de psicología, así como en la formación técnica de jóvenes adultos.

En este barrio marginado como en los demás  la vida responde a solidaridades, amistades, enemistades, favores, chismes y ocultamientos y fluye  bajo un  fuerte control social, político y religioso.

Es un sector de los que llamo de libre acceso, con calles perpendiculares relativamente anchas, distinto a barrios más cerrados como Las Cañitas o Capotillo. El barrio vibra durante el día y su vida nocturna es muy activa, tomando en cuenta que es un sector importante y tradicional de moteles, bares y prostitución.

En Villas Agrícolas las “partes alantes”, con sus casas de concreto, son las partes visibles de un iceberg. Las que fueron en su tiempo casitas individuales -con sus patios- para trabajadores, se han transformado en casas donde generalmente ya no vive una familia nuclear sino muchas familias, una por habitación, por razones de herencia e imposibilidad de la familia de acceder a una vivienda unifamiliar.

La casi totalidad de los patios se han transformado en cuarterías con una toma de agua en el medio de callejones repletos de niños y niñas. La vida es dominada por la marginalidad, la mala calidad de los servicios básicos y la violencia es muy intensa en las “partes atrás” y los callejones.

Doce años es un tiempo suficiente para sacar conclusiones, para ver los niños y niñas de ayer llegar a la adolescencia. Los que salen a flote son, en un 99%, los que han tenido el apoyo de una familia comprometida con sus hijos, una familia nuclear donde ambos padres tienen la oportunidad de trabajar y donde no impera la violencia; asimismo los que vienen de familias monoparentales donde la madre, generalmente, pero también puede ser el padre, está comprometida con la educación de sus hijos y se sacrifica en todo para que éstos reciban la educación que ella (o él), no han podido alcanzar.

Sin embargo, un grupo siempre se escapa: los adolescentes más vulnerables, los rezagados del sistema. Son adolescentes que lo tienen todo en contra, que han crecido en un ambiente permanente de violencia verbal y física, en situaciones de conflicto producto de la miseria material y moral: una población volátil, desertora de las escuelas, en sobre edad, que se gobierna, en búsqueda desesperada  de sustento, capaz de venir todos los días al local de la Fundación a sentarse para “cherchar”, apegada  al espacio y al trato que se le dispensa pero incapaz de integrarse a grupos formales.

Es dentro de esta población que florecen los embarazos precoces, que se repiten los patrones de abusos y sus integrantes se ven empujados hacia las pandillas en búsqueda de familias de substitución, y hacia  la prostitución y las drogas porque se sienten bloqueados en sus aspiraciones y sus perspectivas de un futuro mejor.

En un barrio donde no hay ningún lugar para la diversión sana, a la excepción del club deportivo Los Pioneros, la Fundación es el único lugar que ofrece una estructura que funciona, una biblioteca y espacios acondicionados.

Para trabajar con esta juventud “boarder line”, que puede caer o no caer según las oportunidades que se le ofrecen o que cayó pero quiere salir del hoyo, es necesario dotarse de instrumentos que permitan entender este segmento de la población.

En nuestro caso el instrumento ha sido el estudio de la antropóloga Tahira Vargas “Retrato cualitativo de la adolescencia en Villas Agrícolas”, que ofrece claves que pueden servir de referencia y orientaciones a todas las instituciones que trabajan a favor del desarrollo humano y la construcción de ciudadanía en barrios desfavorecidos.