“De vez en cuando hay que hacer
una pausa
contemplarse a sí mismo
sin la fruición cotidiana
examinar el pasado
rubro por rubro
etapa por etapa
baldosa por baldosa
y no llorarse las mentiras
sino cantarse las verdades.”
Mario Benedetti
No habrá democracia en República Dominicana sin un nuevo relato en el cual cada uno de los actores políticos asuma sus responsabilidades, sus identidades y sus lugares en el devenir histórico sin ningún tipo de pudores. Un relato que obligue a una nueva mirada y ponga en primer plano nuevos dilemas. La historia dice sin temor a equivocación que fueron muchas y buenas las intenciones y fueron pocos y malos los resultados si los medimos con la vara de la democracia que fue puesta con mucha simpleza y profundidad por la calle: Fin de la impunidad.
Como casi siempre la cuestión electoral está de moda. Por lo que hasta ahora puede apreciarse, los resultados de las reformas al sistema electoral serán, en la perspectiva de la democracia, completamente insuficientes y hasta frustrantes. Vale, por lo tanto, instalar en la discusión si acaso algunos seguirán con el cuento fallido de la “unidad de la oposición” conformándose nueva vez, y como se repite cada cuatro años, con un proyecto electoral (perdedor) o si tras la lectura que impone la Marcha Verde se intentará por fin un proyecto político con todas sus consecuencias, especialmente bregando con plazos que pueden ir más allá del próximo evento electoral.
La semana pasada remití a tres obras necesarias para acercarnos a las reformas del sistema electoral. En una de ellas hay dos capítulos escritos en 1996 cuyos simples títulos, sin necesidad de adentrarse en su lectura, demuestran el inmovilismo al que pareciéramos condenados: “Una historia de farsas electorales” y “La ilusión de las reformas políticas”. Si a eso le sumamos el efecto que la Marcha Verde tendrá respecto de los estándares éticos en el 2020 y que exige asumir que el tema es llegar a la democracia, nadie podrá intentar socorrer con recambios a favorecidos en el usufructo del Estado. Con los estándares que ha puesto la “Marcha Verde” es impresentable que para conducir las necesarias reformas políticas se pretenda asumir como responsable a un partido que tiene a su presidente y a su principal vocero legislativo “encartados” (no sumo a un asesor porque los asesores son así).
Si todavía algo de la historia política reciente sirve de referente, queda claro que ninguna de las citas siguientes calza con las exigencias de la Marcha Verde: “Yo hablo por decreto” (20 de septiembre de 1997), “Los presidentes no se tocan” (2000), “Ha tenido que priorizar qué primero, si persecución o gobernar, y el presidente de la República ha escogido el camino de la gobernabilidad” (2005), “No perdamos el tiempo en lanzar piedras hacia atrás” (2012).
Hay que insistir en todo esto porque se ha intentado hacer pasar las reclamaciones de la Marcha Verde como dirigidas solo a quienes hoy están en el gobierno. La tradición dice que si estás fuera del gobierno y apoyas a alguno de los grupos fácticos eres buena gente, políticamente correcto pero esto definitivamente no es así. Las calles “chivatearon” a los responsables políticos de lo que ocurre hoy cuando se ha llegado al extremo de lo que ninguna sociedad puede aceptar sin arriesgar su propia existencia.
Es cierto que habrá que insistir acerca de las proyecciones y significados de la Marcha Verde pero eso también hay que hacerlo con decisión y franqueza. Lo que no es cierto es que la Marcha Verde resulte de las experiencias fallidas que adornan el itinerario político y social dominicano, sino que por el contrario se trata justamente de que los verdes abandonaron esas socorridas prácticas “de concertación”. Ocurrió también que ante un fenómeno delictivo de proporciones gigantescas actores sociales que tradicionalmente formaban parte de innumerables listas de “adherentes” pasaron a ser los que toman las decisiones. Como he anotado antes, para ‘descifrar’ el éxito de la Marcha Verde resulta más sencillo identificar a los que no están, antes que a los que están. Eso explica por ejemplo que la lucha por el Fin de la impunidad y lo que se pide en los manifiestos al final de cada marcha, poco tiene que ver con aquella lucha contra la corrupción inspirada en Transparencia Internacional que no conoció más que algún éxito mediático gracias a programas televisivos y que nunca consiguió ni siquiera un preso aunque tuvo muchos casos, varios sospechosos y conocidos acusados.
Ese recambio en lo social, esa nueva hegemonía en el marco de las relaciones de las organizaciones sociales y populares inaugurado por el movimiento verde es el que debe tener consecuencias en el plano político pero eso solo ocurrirá cuando las organizaciones políticas democráticas y comprometidas con el fin de la impunidad se sienten a conversar, a dejar en claro sus acuerdos, ¡sus diferencias!, sí sus diferencias, y convengan lecturas de la realidad social, política y electoral.
Sobre lo electoral -que puede resultar el terror de los pequeños- se deben comenzar a decir o a repetir algunas obviedades: el PRD, en cualquiera de sus versiones no le va a ganar una elección al PLD. Luego del mejor desempeño electoral de 2012 con su candidato Hipólito Mejía comenzó una decadencia marcada y confirmada en 2016. Y conste que no parece aceptable en el marco de la discusión sobre nuevos escenarios responsabilizar al ex presidente Mejía de su derrota en 2012 por aquello de que la señoras del servicio se llevaban para su casa el salami. Eso no es verdad. Tampoco es cierto, aunque sea un expediente fácil, que la derrota del sector del PRD (en su nueva versión) haya perdido en 2016 por la defensa de la cementera familiar que quería asaltar un parque nacional o del intento de formar el bloque del transporte en el Congreso con resultado de muerte de un hombre bueno y ex rector de la UASD o los amores con el balaguerismo, etc.
Entonces ahora, cuando la hora de la creación política ha llegado, cuando es posible pensar el país sin el stress de la próxima elección porque hay tiempo, propongo que se haga un ejercicio: veamos el escenario político, hagamos la lista de los candidatos que están sonando y aunque nos aparezca algo de pesimismo marquemos uno, solo uno -sea del gobierno o de los que no están en el gobierno- al que le creeríamos que va poner fin a la impunidad en la dramática situación potencial de que alguno de ellos ganara la elección.
Por supuesto van a aparecer los sabios clamando que cualquier solución distinta es imposible. Lo primero que hay que hacer es no poner oídos a quienes argumenten así. Es lo que han hecho por cincuenta años y entre otras cosas deben explicar a un presidente suicida, otro preso y otro candidato impenitente. Tampoco faltarán los que desde la galería, pues se resisten a ser parte de la obra, vociferen “que se vayan todos” ignorando, entre las muchas cosas que ignoran, que cuando se quiere que se vayan todos, la historia política les demostrará que no se va nadie.
La Marcha Verde ha dejado en evidencia que hay una falta de alternativa política, esa es su única debilidad y no es su responsabilidad. Los que no se quieren hacer cargo de sus deudas intentarán colgarle responsabilidades políticas a la Marcha Verde cuando lo que falta –alternativa- es también producto de años de intentar frente a una planilla Excel sumas imposibles. Es la hora de que miren su obra: haber impedido el surgimiento de alternativas y haber apostado a la “unidad de los que no están en el gobierno”. La lucha por el fin de la impunidad ha dejado esa obra frente a todos como lo que era, el producto del miedo, la nostalgia del cheque, el tímido desasosiego o simplemente el recelo, sin más. Por eso es que muchos la hicieron mucho más cortita: se cambiaron de bando.
Así, aunque con algo de incomodidad, debo volver a anotar que los países sin organizaciones políticas alternativas, son países sin alternativa.