A propósito de “Derecho Internacional y Derechos Humanos: Reflexiones de dos generaciones”
- Introducción
Al menos en el ámbito del derecho, la manifestación más perturbadora de lo que se ha dado en llamar “crisis de la industria editorial” es la proliferación incontrolada de textos superfluos, repetitivos, faltos del mínimo rigor, de imaginación, de novedad. Esta realidad somete cotidianamente a prueba la capacidad del estudioso para discriminar lo que merece ocupar el tiempo-, siempre escaso- de la lectura, y los espacios en las tramerías de las bibliotecas. Desde la búsqueda de títulos pomposos que muchas veces guardan poca o ninguna relación con el contenido del texto, hasta la fiebre de publicar por un interés meramente curricular, antes que por aportar al debate de las ideas, el estudio de nuestra disciplina está rodeado de trampas que hacen recordar la ficción de Borges: “Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.”
Es por eso que siempre se agradece cuando, uno se encuentra con un libro como “Derecho Internacional y Derechos Humanos: Reflexiones de dos generaciones, 1955-2016”. Se trata de un libro singular en varios sentidos, entre los que quiero destacar tres. Lo es, en primer lugar por su contenido: en el mismo se abordan cuestiones de suma relevancia no solo para el derecho internacional, sino para la forma en que la sociedad dominicana ha de enfrentarse a un ajuste de cuentas con un pasado no cerrado, al que está hipotecado parte de su presente y de cuyo adecuado abordaje podría depender la forma en que decidamos dar continuidad a nuestra evolución futura como comunidad política. Lo es, en segundo lugar, por el exquisito cuidado editorial que se aprecia en cada detalle.
Pero lo que hace especialmente singular este texto es el acto de justicia y el sentido de merecido homenaje que su propio contenido revela: es de justicia que la comunidad jurídica nacional tenga acceso fácil a los trabajos señeros de Don Ambrosio Álvarez Aybar. Al mismo tiempo, su compilación en este volumen es el mejor tributo que a su memoria y a su vocación por el Derecho Internacional, pudo rendir el hijo que siempre quiso, con merecido éxito, seguir de cerca los pasos en su trayectoria profesional. Enhorabuena, Roberto!
El sentimiento de gratitud por la entrega del libro de parte de Roberto Álvarez Gil, en la sobremesa de un exquisito almuerzo, se convirtió en honrosa distinción cuando me pidió que escribiera unas palabras para su presentación en el país. Confieso que esa honrosa distinción se me fue presentando como cada vez más inmerecida, en la medida en que me adentraba en el estudio de este magnífico ejemplar. Muchísimas gracias, querido amigo.
Suele esperarse que en la presentación de un libro se explique, así sea a grandes razgos, su contenido. Lamento mucho defraudarles. Porque a parte de la emoción que me embarga por algunas de las cosas ya dichas, lo que sigue son unas breves reflexiones motivadas sobre todo por dos de los trabajos contenidos en el texto que hoy se entrega a los lectores y que desde ya constituye un referente obligatorio para la comprensión de algunos de los problemas más sensibles a los que se enfrenta el país en sus relaciones con la comunidad internacional. Me refiero a los trabajos que aparecen bajo los títulos: i) “Hacia una Comisión de la Verdad Oficial para la dictaruda de Rafael Leónidas Trujillo Molina y ii) “Esquema para la elaboración de un plan de trabajo para una Comisión de la Verdad Oficial de la dictadura de Trijullo.
2. Memoria y verdad en el ajuste de cuentas con el pasado
“Cómo voy a olvidarme!/ya sé que les estorba
que se abran las cunetas/que se miren las fosas
y que se haga justicia/sobre todas las cosas
que los mal enterrados/ni mueren ni reposan”
(Víctor Manuel San José Sánchez)
Una de las cuestiones más trascendentes abordadas por Roberto Álvarez Gil, ya en la segunda parte del libro, es la propuesta para la “Creación de una Comisión de la Verdad Oficial para la Dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina”. El motivo central de esta propuesta lo explica el mismo autor cuando nos recuerda que “cincuenta y siete años después del ajusticiamiento del dictador, el oprobioso régimen que Trujillo fundó y presidió no ha sido objeto de una calificación jurídico política de parte de una instancia oficial dominicana que –reivindicando, entre otros, el derecho a la memoria histórica, el derecho a la verdad, y el derecho a la justicia- deje para la posteridad una historia oficial- una narrativa única e innegable- que sirva de faro y guía para las futuras generaciones de dominicanos y dominicanas, de forma tal que nunca más pueda repetirse en nuestro país un régimen tan aberrante”.
Cuál es la importancia de esa mirada inquisidora hacia el pasado dictatorial, y de la existencia de una calificación jurídico política oficial que reivindique el derecho a la memoria histórica, a la verdad, y a la justicia, en los términos propuestos por el autor? La cuestión, a mi juicio, tiene que ver con la fuerza condicionante del pasado sobre el presente y sobre el futuro. Cuando ese pasado viene marcado en su índole por el crimen como forma de resolver la diferencia política, la sociedad precisa un ajuste de cuentas con el crimen que ese pasado representa, como condición para que su evolución futura se produzca sobre bases distintas a la situación de impunidad que, a la postre, es a lo que se reconduce la condición del crimen no resuelto.
Hacia el año 1833, en el primer capítulo de la primera parte de La Democracia en América, Alexis de Tocqueville sostenía: “el hombre entero, por decirlo así, está ya envuelto en los pañales de su niñez. Algo análogo ocurre con las naciones. Los pueblos
se resienten siempre de su origen. Las circunstancias que acompañaron a su nacimiento y sirvieron a su desarrollo, influyen en el resto de su Carrera.”
El asesinato político, el exilio, la tortura, las desapariciones forzosas, el encarcelamiento, en definitiva, el proceso sistemático de institucionalización de la violencia que hicieron posible el mantenimiento de la dictadura por más de 31 años, afianzaron una cultura política esencialmente autoritaria que todavía se expresa en múltiples manifestaciones de la práctica social y política en nuestro país y, lo que es aun peor, se expresan con la tranquila indiferencia que otorga el supuesto de que el autoritarismo siempre paga.
Enfrentar el pasado en la forma propuesta por el autor tiene que ver con la aplicación de la ley y su justicia a los directamente involucrados. Pero tiene que ver con algo más. Remite a las posibilidades de construir causes para la regeneración moral y política de nuestra sociedad, sobre la base del esclarecimiento de los hechos efectivamente ocurridos, es decir, sobre la base de la búsqueda y el establecimiento de la verdad. Y es que la memoria histórica solo es importante, en tanto que memoria de la verdad, que es de lo que en esencia se trata.
En el curso dedicado a la “Esencia de la Verdad”, dictado en 1933, Martin Heidegger somete a examen la noción tradicional de verdad según la cual ésta consiste en la coincidencia entre lo que se dice y aquello sobre lo que se dice algo. Y lo hace a partir de una reinterpretación del mito platónico de la Caverna. Para el filósofo alemán la verdad es lo no oculto. “Ya desde su infancia”, nos dice, “y conforme a su naturaleza el hombre está puesto ante lo no oculto (…) De ser hombre forma parte estar en lo no oculto, o como decimos: en lo verdadero, en la verdad. Por muy inusitada que sea la situación, ser hombre significa, no únicamente, pero sí entre otras cosas: comportarse respecto de la verdad”.
Pero lo que está en la esencia de lo no oculto, es decir, de la verdad, es la libertad. Efectivamente, en el mito platónico los hombres no solo se encuentran en la caverna, sino que además se encuentran atados de manos y alrededor del cuello. Entre el segundo y tercer estadio de la narración, se produce la liberación de sus ataduras, mas no todavía la libertad. El estadio de libertad solo lo adquieren cuando ascienden hacia la luz del día, hacia lo iluminado, hacia lo no oculto, hacia la verdad.
La propuesta de creación de una Comisión Oficial de la Verdad para el esclarecimiento de los crímenes de la dictadura de Trujillo es una propuesta para iluminar ese pasado de terror y de sangre, para sacarlo de la caverna oculta desde la que todavía se manifiesta, de modo amenazante, sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro. Y es que, de la misma manera que soltar las amarras no convirtió en seres libres a aquellos entes platónicos, decapitar la dictadura no bastó, no es suficiente, para el reclamo de libertad política que una comunidad digna del ser humano precisa en el mundo que hoy vivimos.
Nuestros males de hoy son trozos de las cadenas de ayer que todavía nos atan el espíritu. Sacarlos de lo oculto, escudriñarlos en su esencia, es una terea todavía pendiente en el proceso de liberación real y definitiva de la amenaza que ese pasado todavía representa.
Hasta dónde los límites de nuestra institucionalidad democrática y las amenazas latentes que sobre ella se ciernen tienen que ver con ese pasado no resuelto y con las posibilidades de continuidad que esa irresolución le ha permitido? Hasta dónde la cultura de la corrupción privada y administrativa, y el manto de impunidad que se han revelado como estructurales en nuestra sociedad, no son una transmutación de la impunidad del crimen de Estado, normalizado a fuerza de terror y de reiteración, a lo largo de más de 31 años de dictadura? Hasta dónde una y otra forma de impunidad tienen que ver con un sustrato cultural común que nos corresponde esclarecer a todos como comunidad política, si queremos de verdad reorientar la evolución de nuestra sociedad por senderos de democracia e institucionalidad, antes que contribuir a retrotraerla a épocas que, muchas veces por comodidad, nos gusta suponer como superadas?.
Creo que el libro que hoy presentamos aporta algunas de las claves para responder a esas y otras muchas cuestiones de capital importancia. Es por eso que vale la pena dedicarle el tiempo que su atenta lectura merece, y a abrirle un hueco privilegiado en nuestros anaqueles.