Se vive en un mundo donde hay una enorme circulación de bienes, mercancías y personas, y por eso la movilidad humana es una de las situaciones más comunes de la contemporaneidad. (VENTURA, 2015).

Si por un lado migrar es un derecho humano, previsto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, siendo inherente a todo ser, donde quiera que esté; por otro lado, nunca hubo en el planeta tantas restricciones en cuanto a esta movilidad, ya que las propias políticas estatales conducen a una serie de limitaciones a derechos básicos de dignidad humana, sea para los que entran en sus territorios, sea para aquellos que allí ya se encuentran: sin más ni menos.

Aunque migrar sea un derecho, la complejidad por detrás de este derecho es infinito, principalmente cuando hablamos de las implicaciones de este derecho sobre las personas que migran, la población que queda en origen y la población que recibe a estos migrantes.

La falta de alimentos, los conflictos armados, la búsqueda por mejores condiciones de vida, persecuciones, amenazas a la supervivencia, devastaciones causadas por fenómenos naturales, violación de derechos fundamentales, oportunidades de trabajo en otros Estados, entre otros, son algunas de las motivaciones para dejar donde se está, para ir a otro lugar, muchas veces desconocido y siempre, sin dudas, distinto.

Los procesos migratorios y los límites impuestos por cada país a partir de leyes y decretos pueden traer a la mente la siguiente pregunta sobre los desplazamientos humanos: ¿Todos tenemos efectivamente el derecho de migrar? Y aún más, ¿se nos es garantizado el derecho que permanecer dignamente en destino?

Esa pregunta debe retumbar cada uno de nosotros, en todas partes del mundo, independiente del país donde estemos, de donde somos, cual es nuestra formación, de que nivel cultural somos, etc.

¿Que implica permanecer dignamente en otro Estado? Pienso, por pertenecer a una familia de luchadores migrantes, que permanecer dignamente tiene que ver con un sentimiento de pertenencia a ese lugar sumado a garantías de derechos.

Tomando como ejemplo, una vez más, a la migración haitiana en República Dominicana, como comentada semana pasada, se trata de una migración de hace bastante tiempo, que monta de 1920, con la finalidad inicial para trabajar como temporeros en la zafra (recolección) de la caña de azúcar y después, en función de la caída de los precios del azúcar, la demanda de estos trabajadores sufrió un brusco descenso. Sumados a nuevos trabajadores migrantes procedentes de Haití, empezaron a abrir camino hacia la República Dominicana y a recolocarse en otros sectores agrícolas, en el sector de la construcción y en el sector turístico.

El Informe del Banco Mundial, "Haití, República Dominicana: Más que la suma de las partes" (2012) apunta que la inmigración haitiana beneficia a la economía de la República Dominicana una vez que ofrece a las empresas nacionales una fuerza laboral joven con salarios relativamente bajos.

Ya datos del año 2009, indican que algunos sectores de la economía dominicana ampliamente utilizan la mano de obra haitiana en sus actividades productivas. El Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA) establece que 85 de cada 100 trabajadores en el sector construcción son haitianos. En el sector Turismo se estima que más del 50% de la mano de obra son inmigrantes haitianos, la mayoría indocumentados. En el sector agropecuario la Junta Agroempresarial Dominicana sostiene que más del 60% de los obreros son haitianos, lo que en números absolutos son unas 302.647 personas.

Esa población de personas haitianas y principalmente los descendientes, nascidos en República Dominicana tienen a RD como referencia de nación, aunque tengan padres haitianos y no reconocen a Haiti como su tierra. Esos descendientes no suelen tener vínculos con Haití, más allá de sus padres, nunca han estado allí y hablan con dificultad la lengua local.

Muchos de ellos son hijos o nietos de personas que también nacieron en la República Dominicana. Para estas familias, la República Dominicana ha sido su hogar durante generaciones.

Seguramente República Dominicana fue y es el país donde estos inmigrantes haitianos y sus descendientes sienten lo que hablábamos de pertenencia. Muchos de ellos, ayudan a construir diariamente una República Dominicana más desarrollada, adunada con su crecimiento económico.

¿Pregunto, que respuestas y condiciones de dignidad estos inmigrantes haitianos y sus descendientes están encontrando del Estado Dominicano y principalmente de su población, principalmente aquella que ciegamente niega el derecho de migrar de esas personas, rechazándolas y más, tapa con las manos los beneficios que esta migración garantiza desde hace mucho al Estado Dominicano?

Termino esta columna con una tierna música brasileña que nos convida a pensar y reflexionar algunos de los sentimientos de resultan de encuentros y principalmente de despedidas, que pueden ser motivadas por desplazamientos, en sus más diversas formas.

Mande notícias do mundo de lá

Diz quem fica

Me dê um abraço, venha me apertar

Tô chegando

Coisa que gosto é poder partir

Sem ter planos

Melhor ainda é poder voltar

Quando quero

Todos os dias é um vai e vem

A vida se repete na estação

Tem gente que chega pra ficar

Tem gente que vai pra nunca mais

Tem gente que vem e quer voltar

Tem gente que vai e quer ficar

Tem gente que veio só olhar

Tem gente a sorrir e a chorar

(Música: Encontros e Despedidas. Composición: Milton Nascimento, Fernando Brant)

VENTURA, Deisy. Migrar é um direito humano. Disponible en: http://operamundi.uol.com.br/conteudo/opiniao/33594/migrar+e+um+direito+humano.shtml.

BANCO MUNDIAL. Informe "Haití, República Dominicana: Más que la suma de las partes", 2012. Disponible en: http://documentos.bancomundial.org/curated/es/320641468028144981/pdf/716640WP0SPANISH00PUBLIC00HAITI0RD.pdf