No un hecho casual que demografía y pandemia tengan un mismo origen etimológico y ambos nombres comiencen a usarse en fechas muy cercanas de principios de la segunda mitad del siglo XIX. Ambos provienen en parte del vocablo del griego antiguo demos ("pueblo"), en el primero, combinado con gráphein (“grafía” o escribir); y en el segundo con otro término griego –pan ("todo" o “la totalidad”). Con el nombre demografía Achelar Guilar, botánico y estadístico francés, designa por primera vez en 1855 la disciplina que estudia la dinámica de la población, en su obra Elements de Statistique Humaine, ou Demographie comparée. El término pandemia –acuñado en idioma español en 1853-, se refiere a “la propagación mundial de una nueva enfermedad”, de acuerdo con la definición de la OMS.
La dimensión demográfica siempre ha estado y estará muy presente en todas las epidemias y pandemias, no sólo porque, por definición, la enfermedad en esos eventos afecta a la población, sino sobre todo porque han sido un factor determinante de la dinámica demográfica a lo largo de la historia de la humanidad, impactando no sólo la mortalidad sino también los otros dos componentes del cambio demográfico (la fecundidad y la movilidad territorial de la población).
A largo de la historia humana, hasta los inicios de la transición demográfica que en Europa y Norteamérica con el abatimiento de la mortalidad que produjo la Revolución Industrial (RI) arranca en el siglo XVIII, el tamaño de la población mundial fluctuó en respuesta a crisis de mortalidad producida por cambio repentino en factores externos o exógenos al sistema demográfico (epidemias, guerra, hambrunas, desastres naturales), denominados por Malthus “frenos positivos” y planteados como endógenos al sistema en su Principio de la población. Esos eventos catastróficos eran de tales magnitudes que alteraban profundamente uno de los términos de la relación población-medio ambiente que tiende al estado de “equilibrio” permanente. En palabras del destacado demógrafo Livi Bacci, esos shocks demográficos o disturbios violentos del sistema demográfico causado por un aumento repentino de muertes “puede verse como perturbaciones externas al funcionamiento normal de un sistema demográfico (…); (…). En otras palabras, el estado estacionario o semi-estacionario está roto y las poblaciones luchan por recuperar el equilibrio”.
Si bien otros acontecimientos trágicos como los enfrentamientos bélicos, las hambrunas y los desastres naturales también tenían efectos demográficos devastadores, es sobre todo por la frecuencia de ocurrencia de los brotes epidémicos a nivel local y de las pandemias abarcando todo el mundo, un continente o una región, y por la altísima mortalidad que producían -más allá de la alta mortalidad endémica- que el crecimiento de la población mundial se mantuvo en una situación casi estacionaria hasta nuestra era, con valores cercano a cero y fluctuaciones con ciclos de expansión y de inflexión o volatilidades hasta bien entrada la era de la RI. Las crisis de mortalidad provocadas por las epidemias y pandemias han implicado una duplicación o más del número de muertes ocurridas en años normales: por lo general, pueden afectar a una población una o dos veces más de una generación (unos treinta años). Como bien apunta Livi Bacci, el impacto del shock, así como la recuperación del mismo fue una función de muchos factores, como la causa y la naturaleza de la mortalidad y su patrón de edad; si la enfermedad mortal induce o no la inmunidad en sobrevivientes; el impacto negativo en la nupcialidad y fertilidad y en sus repuntes; y la selección operada por la migración.
La mortalidad por epidemias y pandemias han afectado el volumen y crecimiento de la población no sólo de manera directa e inmediata o a corto plazo sino también reduciendo el potencial de crecimiento al futuro mediato y en el largo plazo al afectar a la población femenina y masculina joven adulta en edad de procrear. También se ha encontrado evidencias de que algunas de las epidemias y pandemias han provocado un descenso en la fecundidad por hambrunas o crisis alimentaria derivadas de la paralización de la producción de bienes y servicios por el confinamiento -como pronostica la FAO ocurrirá al final de la actual pandemia del COVI-19-, al verse obligados las parejas a posponer, por razones económicas de carencias y necesidades de sobrevivencia, los hijos deseados. Los embarazos generalmente disminuyen, alcanzan un mínimo cuando la mortalidad llega a su punto máximo y se recupera uno o dos años después de la crisis. Los nacimientos siguen el mismo curso con un retraso de nueve meses.
Las razones para la disminución de la fecundidad por pandemia pueden ser muy variadas: disminución de nuevos matrimonios; disminución en las relaciones sexuales, causadas por el estrés ante el confinamiento y el peligro inminente de la muerte; control deliberado del embarazo; el hambre o infección. El aumento de las pérdidas fetales puede determinar una disminución adicional en nacimientos.
Con respecto al cambio en la nupcialidad, un impacto probable posterior a la crisis de mortalidad ha sido el renacimiento de matrimonios pospuestos, un aumento en los matrimonios de personas viudas, una aceleración de los matrimonios posibles gracias a la transmisión de bienes de padres fallecidos, entre otros efectos. El repunte en los embarazos y nacimientos puede deberse, entre otros factores, a la recuperación de los matrimonios, pero también a un probable aumento en la fecundidad marital.
Por otro lado, una selectividad de la mortalidad (por género, edad, fragilidad, características sociales, entre otras) tiene un impacto en crecimiento demográfico posterior, determinando repuntes en el corto o mediano período que amortiguan las pérdidas de corto plazo. Las consecuencias pueden también ser de naturaleza negativa, porque las cohortes más afectadas por las crisis pueden más tarde padecer de una mortalidad más alta que las que no la sufrieron. En las epidemias y pandemias se replican las diferencias por género en la mortalidad general, y en particular en las muertes por enfermedades infecciones y dolencias crónicas asociados o comorbilidades. En las pandemias de las que se dispone de registros de la enfermedad por sexo se ha observado una sobre mortalidad en hombres, con brechas similares al patrón que se verifica en la mortalidad general endémica.
En muchas de las epidemias y pandemias la morbilidad, y más aún la mortalidad en la población y la letalidad entre los contagiados de la enfermedad, varían sustancialmente por edad -como ocurre en la actual pandemia del coronavirus (COVI-9) -, en algunos casos de manera muy similar al patrón universal de la mortalidad general por edad: con una baja mortalidad en la adolescencia y la juventud, que se hace muy elevada y creciente en la adultez y con un mayor ascenso en las edades envejecientes o de retiro de la actividad económica. La estructura por edad de la población influye en el comportamiento de la pandemia en cada país, así como la relación entre generaciones en términos de contacto cotidiano, estrategias de cuidado y arreglos de residencia.
La movilidad territorial de la población, tanto de movimientos pendulares laborales y de otros fines como las migraciones tanto a nivel internacional como a lo interno de los territorios nacionales, es consustancial a las epidemias y pandemias, toda vez que el contagio implica un traslado del agente infeccioso que portan las personas seropositivas. Puede aumentar la emigración del área afectada durante la crisis a otras áreas; los emigrantes tienen a regresar después de la crisis, pero es probable que algunos no retornen. Los migrantes tienen mayor probabilidad de contagio, teniendo en cuenta que tienden a concentrarse en los centros económicos urbanos (ciudades) y más vulnerables a la transmisión comunitaria de la enfermedad. Pero también las personas migrantes y refugiadas son desproporcionadamente vulnerables a la exclusión, el estigma y la discriminación, particularmente cuando son indocumentados.
En relación con el impacto económico, los trabajadores migrantes tienden a ser particularmente vulnerables, más que los trabajadores nativos, a las pérdidas de empleo y salarios en su país anfitrión durante la crisis económica producida por las pandemias. Por tanto, dado que las remesas de los migrantes proporcionan una importante ayuda económica a los hogares pobres en muchos países en desarrollo, una reducción en los flujos de remesas que envían los emigrantes a esos países podría aumentar la pobreza y reducir el acceso de los hogares a los más necesarios servicios de salud.
Finalmente, la dimensión territorial de las epidemias y pandemias es un factor que determina apreciables diferencias y desigualdades en los niveles de contagio, letalidad y mortalidad entre contextos espaciales de alta y baja densidad demográfica, campo-ciudad o zona urbana -zona rural.
Cuáles son las pandemias que se han registrado en la historia de la humanidad, tanto en la antigüedad como en la época moderna; cuáles han sido las magnitudes de sus impactos demográficos, particularmente en el tamaño y crecimiento de las poblaciones a nivel mundial y regional; y cómo los perfiles demográficos y los avances en la transición demográfica están afectando de manera diferente a los países en la actual pandemia del Coronavirus-19 son algunos de los temas que serán abordados en próximas entregas de este artículo.