Afirmaba en el artículo anterior que falta por estudiar muchos de los acontecimientos de la historia dominicana entre 1953 y el 1966 en relación a actores eclesiásticos jerárquicos: obispos y sacerdotes. Curiosamente el nombre de Hugo Eduardo Polanco Brito está en los extremos de dichas fechas de manera relevante. El 25 de septiembre de 1953 Pio XII lo nombra obispo auxiliar de la diócesis de Santiago de los Caballeros, recién creada, y consagrado el 31 de enero de 1954. Dos años después asume como primer obispo de Santiago de los Caballeros. El 14 de marzo de 1966 fue nombrado por Paulo VI Administrador Apostólico Sede Plena de la Arquidiócesis de Santo Domingo. Entre un hecho y otro fue de los firmantes de la Carta Pastoral de 1960, uno de los fundadores de la Conferencia Episcopal Dominicana, creó el Seminario San Pio X y la Universidad Católica Madre y Maestra. Estudiarlo hilvanando muchos de esos hitos, y otros que no menciono, incluso posteriores a 1966, demanda de una investigación que vaya más allá de la simple hagiografía eclesial o civil.

Debido a la participación política de varios sacerdotes de manera hostil contra el PRD y Juan Bosch en el contexto de la campaña electoral y durante todo su gobierno, hasta su derrocamiento, él formula la siguiente cuestión: “…algunos sacerdotes extranjeros, que no eran gente dominicana de “primera”, ¿por qué tomaron con tanto entusiasmo sobre los hombros la tarea de impedir que la democracia se desarrollara en Santo Domingo? ¿Quién los dirigía; qué poder desconocido de aquende o allende los mares les daba órdenes: a qué señor servían?” (Bosch, 2009, v. XI, p. 143). Ya exploramos parte de la respuesta, tanto por la formación de algunos de esos sacerdotes en el contexto del nacionalcatolicismo del franquismo español, la reacción de una parte del clero español en Cuba frente a las decisiones de la Revolución cubana y de manera eminente la identificación de gran parte de esos sacerdotes con la clase media y alta dominicana. Para esas minorías era un hecho intolerable que la gente del pueblo asumiera el liderazgo de la sociedad y fueran arquitectos de la nueva constitución. Y esos sacerdotes, alienados a los intereses de clase de ese grupito, contribuyeron como agitadores en contra del primer gobierno democrático que se daba el pueblo dominicano. Bosch lo analiza de la siguiente manera.

“Cuando la Constitución fue promulgada el 29 de abril de 1963, la Iglesia no envió un representante a los actos oficiales de la promulgación. Era un acto de rebeldía que la propia Iglesia condenaba, puesto que la Iglesia tiene como doctrina el respeto a los Gobiernos y a las instituciones legalmente establecidas. Pero los altos dignatarios de la Iglesia en la República Dominicana actuaban de acuerdo con el medio en que se movían; y en ese medio, entre la gente de “primera” y de alta clase media se decía que esa Constitución no tenía validez porque había sido redactada por gente “sin importancia”, por ignorantes. ¡Imagínese el lector que en la Asamblea Revisora había obreros, estudiantes, mujeres de su casa, hombres cuyo apellido no se había oído nunca en un salón! Verdaderamente, eso era imperdonable en una democracia representativa de un pueblo que en poco más de tres millones de habitantes apenas tenía dos millones de campesinos y quizá sólo setecientos u ochocientos mil entre obreros, sin trabajo y sus familias. En verdad, no había derecho a que esa poca gente fuera tomada en cuenta. La Asamblea Revisora de la Constitución, el Congreso y el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo debieron haberse escogido entre las cien familias ilustres del país; ellas eran en verdad las únicas con derecho a representar al Pueblo. El Pueblo no debió votar nunca por el PRD, y como hizo lo que no debió hacer, sería castigado de manera ejemplar” (Bosch, 2009, v. XI, p. 147-148).

El castigo inevitable era su derrocamiento y que el poder pasara a manos de los “de primera”. La constitución en sí misma era muy avanzada si la comparamos con las del trujillato, pero no eran tan progresistas como lo fue la de Cuba del 1940, en cuya elaboración participó Juan Bosch. “La Constitución de 1963 no era nada del otro mundo, pero tenía atrevimientos como estos: el de no mencionar el Concordato, el de establecer que los trabajadores tenían derecho a participar en los beneficios de las empresas en que trabajaban, el de que la Ley fijaría los límites máximos de la propiedad territorial dedicada a la agricultura, el de que todas las libertades ciudadanas serían intocables. En un punto dado, los Constituyentes quisieron afirmar la democracia sindical diciendo que en todo centro de trabajo se admitiría como sindicato sólo el que tuviera mayoría de miembros, y se armó un escándalo colosal porque eso era constitucionalizar la central única de trabajadores, es decir, el comunismo. Todavía siendo yo Presidente me llegaban una tras otra las reclamaciones del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas por esa acción dictatorial del Gobierno dominicano. El Gobierno no tenía nada que ver con la Constitución, excepto en que debía respetarla y hacerla respetar; la idea de los Constituyentes en el punto debatido no tenía nada que ver con una supuesta central sindical única, puesto que cada sindicato era libre de afiliarse a la central que le pareciera mejor, pero evitaba que se crearan los sindicatos patronales ya que parecía muy difícil que los patronos de una empresa pudieran organizar un sindicato favorable a sus intereses a base de la mayoría de los trabajadores, y en cambio era fácil que lo formaran con una minoría” (Bosch, 2009, v. XI, p. 148-149). 

El grave pecado del gobierno y la constitución del 1963 fue que no se convirtió en el instrumento dócil a los intereses de la minoría económica dominicana y la aberrante “aristocracia” de los “de primera”. Los sacerdotes que atacaron despiadadamente al gobierno y la constitución fungieron como instrumentos adocenados a los intereses de la codicia de la minoría que consideraba este país y su población, al igual que lo consideró Trujillo, como su propiedad. Otros muchos sacerdotes no participaron en esa guerra contra los intereses del pueblo más pobre, pero los medios de comunicación de ese momento -en manos de la minoría mencionada- favorecían a los primeros y no a los segundos, al permitir el acceso a las páginas de sus periódicos o los micrófonos de sus estaciones de radio. Todavía la sangre derramada por miles de jóvenes durante los siguientes 3 lustros a causa del golpe de Estado sigue en la orfandad, porque unos fueron los que dispararon, pero otros fueron los que agitaron el asesinato de la democracia y sus defensores. Seguimos ciegos a hechos y nombres relevantes para entender cómo nuestra sociedad se fue formando en los últimos 60 años.