En la pasada entrega citaba una definición de la democracia expresada por Bosch en su obra Crisis de la democracia de América en la República Dominicana. Vuelvo a transcribirla para comentarla a fondo. “Todavía estaba distante el día en que yo asumiría la Presidencia y ya se tergiversaba la doctrina democrática en forma tan increíble. Todo el mundo sabe que las doctrinas políticas son producto de pactos sociales, que se establecen sobre un acuerdo expreso o tácito de la sociedad, y que todas, sin excepción, reconocen que en cada una de ellas hay un punto de partida convencional y sin embargo dogmático en sus resultados —y yo diría que en su propia naturaleza de hecho que no admite discusión—, y que no hay forma humana de fundar un sistema político sin esa convención fundamental. El sistema democrático parte de un punto: la soberanía reside sólo en el Pueblo y lo que éste decide por voluntad mayoritaria es sagrado, y por tanto debe ser admitido sin un titubeo por todas las partes. En pocas palabras, no puede haber democracia representativa si no se acepta que la voluntad del Pueblo, expresada libre, legítima y limpiamente, es la base misma del sistema” Bosch, 2009, v. XI, p. 142. Es impecable la compresión de Bosch sobre la democracia representativa en sintonía con el pensamiento moderno en Europa y la tradición de los fundadores de los Estados Unidos. En el contexto del 1962 y el 1963 el único líder político que apostaba por la democracia era Juan Bosch. Ni la UCN, ni el 14 de Junio, ni los líderes menores, ni el empresariado, ni las fuerzas armadas, ni gran parte del liderazgo eclesial, deseaba la democracia para el pueblo dominicano. Ni siquiera el Departamento de Estado de los Estados Unidos impulsaba la democracia en República Dominicana.

El desprecio por la voluntad del pueblo cuando no favorece los intereses de determinados grupos o no va acorde con determinados criterios ideológicos no es cosa de hace 60 años. En la actualidad un narrador latinoamericano, Mario Vargas Llosa, en un evento de la Fundación Internacional para la Libertad, se refería a la democracia colombiana y señalaba que: “¿Qué va a pasar en Colombia? ¿Qué va a pasar si gana (Gustavo) Petro las elecciones en Colombia? Bueno, es la catástrofe de América Latina, sin ninguna duda. Las encuestas nos dicen que Petro va subiendo en la aceptación popular. ¿Qué va a ocurrir si gana? Que el mundo dictatorial latinoamericano va a crecer, va a seguir creciendo como ha estado creciendo todos estos años”. La democracia de Vargas Llosa es su voluntad para decidir quién gana en Colombia, o cualquier otro lugar, y le importa un pepino la voluntad del pueblo en las urnas. Bajo ese tipo de argumentos fue derrocado Bosch y por lo visto para el novelista peruano se justificaría un golpe de Estado contra el candidato Petro si gana las elecciones. En su natal Perú llegó incluso a respaldar a la hija de Fujimori con tal de que no ganará el otro candidato.

Continúa Bosch en el mismo texto: “Las elecciones dominicanas del 20 de diciembre de 1962, supervisadas por la OEA, no fueron impugnadas, ni en conjunto ni en detalle, por ninguno de los grupos políticos que tomaron parte en ellas; toda América las comentó jubilosamente como unas elecciones modelo. Sin embargo, uno de los candidatos presidenciales, que había sacado apenas el uno por ciento de los votos, decía que no eran válidas porque “Juan Bosch había engañado al Pueblo”, esto es, el Pueblo había votado por el PRD engañado por mí. El autor de esa novedosa reforma a la doctrina del Gobierno democrático representativo había sido un exilado de Trujillo durante más de veinticinco años, era médico graduado en la Sorbona, había sido profesor de Filosofía en una universidad de Venezuela, había escrito varios libros. ¿Qué podía esperarse de los dominicanos que no habían recibido esa preparación? Ese ilustre reformador de una doctrina que tenía casi doscientos años de aplicación en los países más avanzados de Occidente había descubierto, para gloria de la intelligentsia dominicana, que los que ganan elecciones engañan al Pueblo, de donde resulta que los que las ganan por más del sesenta por ciento de la votación total —como fue el caso del PRD en esa ocasión— son criminales peores que los que las ganan por márgenes estrechos, puesto que engañan a más ciudadanos; y ese extraordinario descubridor era, como por casualidad, un típico dominicano de “primera”, nieto y biznieto de Presidentes de la República” (Bosch, 2009, v. XI, p. 142-143). Bosch se refiere a Juan Isidro Jimenes Grullón. Las viejas rencillas en la Cuba de los años 40 entre Bosch y Jimenes ganaron relevancia al retorno del exilio y condujo a posturas del segundo contra el primero durante su gobierno, y apoyo explícito al golpe de Estado, de las que luego se arrepentiría. De alguna manera, guardando las diferencias, Jimenes fue el Antonio Salieri de Juan Bosch. Nunca pudo tolerar la brillantez en la escritura y el liderazgo político de Bosch, sin negar que también tenían importantes diferencias ideológicas.

Definitivamente la postura de Bosch de formar a la sociedad dominicana en los valores de la democracia y participar en las elecciones siempre desde posturas democráticas, fueron singulares en relación a los otros actores sociales. Reclamar que se respetara la voluntad del pueblo, ese pueblo pobre, campesino, era inconcebible para los otros candidatos y para los grandes actores sociales. La aporofobia heredada del trujillismo y la ideología de los de “primera”, los pueblitas, como Bosch los llamó en 1940, despreciaban a la mayoría del pueblo dominicano. Ellos se consideraban dueños del país. Todos, de diversas formas, querían ocupar el lugar de Trujillo.

Ese escenario de fracaso en intentar superar el trujillismo con democracia y que culminó con el golpe de Estado y la posterior invasión norteamericana en 1965 marcó nuestra historia hasta el presente, donde la democracia sigue siendo una agenda pendiente. Es indudable que la formalidad de las elecciones se ha estabilizado, pero no nos engañemos, Trujillo mantuvo las elecciones durante toda su dictadura. La democracia va más allá de las elecciones.