A los lectores de esta columna de los viernes en Acento.com que pueden sentirse algo desorientados por tantas entregas con el título genérico de Democracia en Juan Bosch quiero ubicarles en el propósito de este análisis. Estoy revisando tres grandes textos de Bosch entre 1955 y 1964 y su perspectiva en torno a la defensa de la democracia. Estoy comenzando con Crisis de la democracia de América en la República Dominicana, que es el último de esa trilogía, escrito en Puerto Rico en 1964, donde Bosch analiza las razones que provocaron el golpe de Estado de 1963. Procuro en la medida de lo posible vincularlo con el presente de la democracia en nuestro país. Posteriormente analizaré Trujillo causas de una tiranía sin ejemplo publicado en Venezuela en 1959 y luego el primero: Poker de espanto en el Caribe, escrito en 1955, pero publicado en Santo Domingo en 1998. Todo este material son subproductos de mi tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid.
Vivimos tiempos complejos, no sólo por la pandemia, sino por la fuerza que tiene el neofascismo en nuestro continente y en algunos países europeos. Indudablemente la presidencia de Trump fue un profundo avance en esta corriente autoritaria, negadora de los derechos humanos y radicalmente enemiga de la democracia. El teólogo español Juan José Tamayo lo denomina cristofascismo por la presencia del integrismo religioso cristiano en el seno de este movimiento, justificador de prácticas misóginas, racistas e intolerantes. Esta corriente tiene como enemigo al Papa Francisco y ha provocado que muchos creyentes adopten ingenuamente los postulados de estos discursos autoritarios por su barniz religioso. En América Latina tenemos el caso ejemplar del golpe de Estado en Bolivia en el 2019 que llevó al poder a los cristofascistas, pero el movimiento popular boliviano en las elecciones de octubre del 2020 los sacó del poder y hoy muchos de sus dirigentes están presos o se esconden para escapar de la justicia. Aquí han traído un sofista argentino que funge como vocero de esa corriente, pero sus payasadas han degenerado en chistes de mal gusto.
En 1962 el anticomunismo fue uno de los arietes más fuertes para socavar el camino hacia la democracia dominicana. Ya había ocurrido en Guatemala en 1954. El anticomunismo se agotaba en atacar a todo movimiento político o gobierno que pusiera en peligro los intereses económicos de las transnacionales norteamericanas o la política de sometimiento de los pueblos latinoamericanos por parte del Departamento de Estado. Bosch destaca la relevancia de esos esfuerzos e intenta develar sus intenciones contrarias al bien del pueblo dominicano. Frente a la acusación de que Ángel Miolán era comunista él señala: “Y resultaba que Ángel Miolán no había sido nunca comunista. Había sido aprista, en sus días de México; y toda persona versada en filiaciones políticas en América sabe que aprismo y comunismo son posiciones tan opuestas como lo eran años atrás evangelistas y católicos, y así como unos y otros tienen a Cristo por la base de sus creencias, así apristas y comunistas tienen en la filosofía de Carlos Marx su fuente de origen. El lenguaje socio-político de casi todos los partidos modernos del mundo occidental es parecido; socialistas de Europa, apristas del Perú, revolucionarios de México, accióndemocratistas de Venezuela, liberales de Colombia, hablan de proletariado, lucha de clases, burguesía, imperialismo, revolución social. En aquellas páginas escritas por Ángel Miolán en el México de 1938 ó 1939, cuando todo México trepidaba bajo el impulso revolucionario, no había el menor asomo de comunismo” (Bosch, 2009, v. XI, p. 139-140). Para un pueblo que había vivido bajo la dictadura de Trujillo 30 años y que no pudo ser parte del proceso de conciencia política que había desarrollado América Latina durante ese tiempo, la acusación de comunista era un baldón terrible, difuso, venenoso, y precisamente el trujillismo lo había utilizado para denigrar a sus enemigos y buscar el visto bueno de los Estados Unidos.
Entre 1945 y 1946 el Departamento de Estado había estimulado la aceptación de los comunistas en nuestro continente por la alianza antifascistas que había ganado la Segunda Guerra Mundial y de la cual la Unión Soviética había sido una parte esencial. Y Trujillo invitó en ese tiempo a los exiliados dominicanos a establecerse en el país, incluidos los que se definían como comunistas, pero el inicio de la Guerra Fría y la articulación de la propaganda anticomunista norteamericana le permitió a Trujillo atrapar a los incautos que habían aceptado su oferta y renovar su identificación como campeón del anticomunismo en la región.
En 1962 el escenario se prestó a incentivar el anticomunismo como ideología política para impulsar el control de los que se consideraban dueños del país e intentar frenar a quienes le adversaban, tanto el PRD como los jóvenes del 14 de junio. “El odio de la casta de “primera” y de la alta clase media al Pueblo, operando sobre una clase media sin propósitos, sin principios, sin patriotismo, sin amor, iba a destruir en poco tiempo lo que el Pueblo había hecho con su fe democrática. Todo lo que la gente de “primera” había aprendido en la Universidad de Santo Domingo y en universidades extranjeras, los libros que habían leído, los títulos que habían obtenido, fue usado para esa tarea destructora” (Bosch, 2009, v. XI, p. 142). El propósito era sacar al PRD de las elecciones, como ocurrió con el 14 de junio, o en último término abortar los comicios, ya que de hecho esos de “primera” controlaban el poder ejecutivo, no así las fuerzas armadas que seguían siendo trujillistas medularmente. Con un pueblo mayoritariamente analfabeto y una clase media juvenil enamorada de la idea de replicar la epopeya de Sierra Maestra, Bosch y el PRD eran los únicos que defendían a capa y espada la democracia y unas elecciones libres.
Bosch argumenta sobre la democracia: “Todavía estaba distante el día en que yo asumiría la Presidencia y ya se tergiversaba la doctrina democrática en forma tan increíble. Todo el mundo sabe que las doctrinas políticas son producto de pactos sociales, que se establecen sobre un acuerdo expreso o tácito de la sociedad, y que todas, sin excepción, reconocen que en cada una de ellas hay un punto de partida convencional y sin embargo dogmático en sus resultados —y yo diría que en su propia naturaleza de hecho que no admite discusión—, y que no hay forma humana de fundar un sistema político sin esa convención fundamental. El sistema democrático parte de un punto: la soberanía reside sólo en el Pueblo y lo que éste decide por voluntad mayoritaria es sagrado, y por tanto debe ser admitido sin un titubeo por todas las partes. En pocas palabras, no puede haber democracia representativa si no se acepta que la voluntad del Pueblo, expresada libre, legítima y limpiamente, es la base misma del sistema” (Bosch, 2009, v. XI, p. 142). Esa era la clave para superar el trujillismo y permitir que el pueblo dominicano asumiera la democracia, contra ello militaba la UCN, los militares y el Departamento de Estado.