Releer a Bosch ahora, cuando la sociedad dominicana enfrenta tantos retos, es altamente provechoso. La democracia sigue siendo la cura a todos nuestros males. Cuando él llegó en octubre del 1961 declaró que: “Estamos a tiempo todavía, y lo digo para el pueblo dominicano, y lo digo para los gobernantes dominicanos, de emprender una cruzada de corazón limpio y brazo fuerte para matar el miedo en este país, para que termine el miedo del pueblo al gobierno y a los soldados, para que termine el miedo de los soldados y del gobierno al pueblo, para que termine el miedo de los opresores a la libertad, y para que termine el miedo de los luchadores de la libertad a sus opresores” (Bosch, 2009, v. IXX, pp. 7-8). Contra el miedo a la policía, contra el miedo a reclamar justicia social, la solución es democracia, más democracia y mucho más democracia.

En su obra Crisis de la democracia de América en la República Dominicana nuestro autor destaca el grado de desorientación política que existía en el país luego del ajusticiamiento del tirano. La Unión Cívica, que representaba a los de “primera” y una parte de la oligarquía dominicana, que se consideraban dueños del país, ni siquiera se había convertido en partido político a pocos meses de las elecciones. Bosch señala que: “De manera inevitable, una vez que probaran sus fuerzas, los cívicos pasarían a formar un partido, y ese partido, dada la posición social de sus líderes, pasaría a ser un partido de derechas, y no precisamente de derechas democráticas, sino de derechas dispuestas a alcanzar el poder por cualquier medio. Todas las noticias que me llegaban del país indicaban que ya a mediados de agosto la Unión Cívica Nacional, sin haberse convertido en partido, estaba luchando para conquistar el poder. A un mismo tiempo, la lanzaban hacia ese fin tres factores: sus propias fuerzas de casta, el Departamento de Estado y el núcleo comunista que tenía adentro. La conclusión era que Unión Cívica Nacional podía alcanzar el poder antes de convertirse en partido, y si sucedía así, no habría cambios sustanciales en las estructuras dominicanas” (Bosch, 2009, v. XI, p. 26-27). En el seno de ese movimiento coexistían los “padres” de derecha y los “hijos” de izquierda, que en la medida que el clima político se agitaba de cara a las elecciones provocó la escisión obligatoria en dos partidos políticos: la Unión Cívica y el 14 de Junio. Los Estados Unidos apostaban por una transición de derecha con la Unión Cívica.

Bosch lanzaba al PRD con un objetivo claro: la revolución democrática. Esta revolución tenía que ser desde el pueblo, organizándolo y dándole conciencia del objetivo político que debían perseguir, pero no excluía que se hiciera a la vez desde el poder. Los planes de Bosch iban más allá de las elecciones del 1962. “Estos serían planes de largo alcance, puesto que había que formar conciencia en el Pueblo para que el Pueblo mismo hiciera su revolución democrática —y pacífica, desde luego—, y ese largo alcance podía significar muchos meses, tal vez años, lo que equivalía a admitir que el tiempo crítico para hacer rápidamente la revolución desde el poder podía no presentarse más” (Bosch, 2009, v. XI, p. 30). Nadie puede achacarle a Bosch una visión inmediatista en la búsqueda de construir una democracia en suelo dominicano. Es una constante en él que las elecciones eran un medio, no un fin en sí mismo, como lo dijo varias veces en toda su vida política. Únicamente la conciencia y la organización del pueblo garantizaría una democracia y una justicia social al servicio de todos.

El ambiente antinorteamericano que las juventudes revolucionarias sostenían en sus declaraciones públicas, en gran medida por la influencia del triunfo de la revolución cubana, Bosch ahonda el análisis en dimensiones más allá de la coyuntura. Señala que: “En relación con esta actitud antinorteamericana se había producido en Santo Domingo un fenómeno de psicología social que difícilmente puede comprenderse en otro país. Bajo el mando de Trujillo se habían formado dos generaciones, y una de ellas había nacido y se había desarrollado sin conocer otro sistema político. Para los dominicanos de menos de treinta años, eso que llamaban democracia tenía que ser igual en todas partes. Si en la República Dominicana no sucedía nada —y no podía suceder nada— sin una orden de Trujillo, igual debía ocurrir en Estados Unidos. Así, cuando un periódico norteamericano, o un diputado, o un senador, o un embajador del gran país del Norte elogiaba a Trujillo, se debía sin duda a que ése era el criterio de todo el Gobierno norteamericano; y no debemos olvidar que hasta el Presidente de la Suprema Corte de los Estados Unidos elogió una vez sin tasa a Trujillo, llamándole el nuevo George Washington de la América Latina. Por otra parte, Trujillo tenía un control tan rígido de la prensa, la radio y la televisión dominicanas, que en el país no se publicaba ninguna declaración de ningún norteamericano que pudiera ser adversa a su régimen, y sin embargo, se publicaba con gran despliegue cualquier cosa favorable que de ese régimen dijera el norteamericano de menor significación, por ejemplo, un turista sin idea de lo que él representaba como ciudadano de su país a los ojos de los dominicanos” (Bosch, 2009, v. XI, p. 35-36). Este análisis sufriría modificaciones cuando miles de marinos invadieron el país en 1965 para detener el retorno a la Constitución del 1963, pero la relación entre ese sentimiento y la herencia trujillista Bosch en 1964 lo considera como una falencia contraria a la edificación de la democracia dominicana.

Los jóvenes de clase media que habían luchado internamente contra la dictadura deseaban replicar la experiencia cubana. La dictadura no les permitió a esos jóvenes madurar sus objetivos políticos y vincularse al pueblo. Era un atraso en su formación política que los llevó en un momento a aliarse con la derecha y luego a desconfiar del PRD y Bosch “… con ese grado de atraso en el desarrollo social y político del país, era tontería insigne esperar que la juventud de clase media se uniera a nosotros en la misión de encabezar a las masas del Pueblo para realizar una revolución democrática. Nosotros teníamos que seguir labrando un surco sin los bueyes que reclamaba el momento histórico. La revolución democrática dominicana no podía hacerse en la única coyuntura en que era posible realizarla, esto es, a fines de ese año dramático de 1961” (Bosch, 2009, v. XI, p. 43). Es lamentable que esos jóvenes vinieron a entender en parte su error con el golpe de Estado y se lanzaron a las Manaclas con más ilusión que cálculo político. La sociedad dominicana perdió a muchos de los líderes que pudieron impulsar el desarrollo político y la construcción de una democracia que permitiera realmente hacer la justicia social que reclamaba el momento histórico del 1962 y que lamentablemente sigue siendo un déficit del presente. Por eso hay que volver a leer a Bosch.