Los partidos políticos nacieron bajo el ataque implacable de las monarquías, que a decir de Hans Kelsen no era sino una enemistad mal disimulada contra la democracia, motivo por el cual, en su conocida obra Esencia y valor de la democracia, advirtió lo siguiente: “Sólo por ofuscación o dolo puede sostenerse la posibilidad de la democracia sin partidos políticos. La democracia, necesaria e inevitablemente, requiere de un Estado de Partidos”.
Por tal razón, el citado filósofo austriaco, quien es sin dudas el jurista más notable del siglo XX, sostiene que “es patente que el individuo aislado carece por completo de existencia política positiva por no poder ejercer ninguna influencia efectiva en la formación de la voluntad del Estado, y que, por consiguiente, la democracia solo es posible cuando los individuos, a fin de lograr una actuación sobre la voluntad colectiva, se reúnen en organizaciones definidas por diversos fines políticos, de tal manera que entre el individuo y el Estado se interpongan aquellas colectividades que agrupan en forma de partidos políticos las voluntades políticas coincidentes de los individuos”.
No se puede negar que la esencia de la democracia es la participación del ciudadano en las decisiones del Estado, ni tampoco que para lograr la materialización de la participación son imprescindibles los partidos políticos.
Refiriéndose al principio de participación, en su obra Liberalismo, Constitución y Democracia, Ronald Dworkin señala que este “es suficiente para explicar porque asociamos la democracia con el sufragio universal o casi universal, con esquemas de votos singular, y con estructuras de representación que, en principio, hacen a los cargos públicos abiertos a todos”.
En ese sentido, el constituyente estableció, en el artículo 216 de la Constitución Política, los siguientes fines esenciales de los partidos políticos: 1) Garantizar la participación de ciudadanos y ciudadanas en los procesos políticos que contribuyan al fortalecimiento de la democracia; 2) Contribuir, en igualdad de condiciones, a la formación y manifestación de la voluntad ciudadana, respetando el pluralismo político mediante la propuesta de candidaturas a los cargo de elección popula; y, 3) Servir al interés nacional, al bienestar colectivo y al desarrollo integral de la sociedad dominicana”.
Debido a que los partidos políticos son los intermediarios entre la sociedad y el Estado, además de instrumentos fundamentales para la participación política, en su obra El Estado de partidos, Manuel García Pelayo califica a la demcracia como democracia de partidos y al Estado social y democrático como Estado de partidos, al cual define como “un Estado en el que las decisiones y acciones de un partido o de unos partidos llevadas a cabo dentro del marco de la organología estatal se imputan jurídicamente al Estado, aunque políticamente sean imputables a la mayoría parlamentaria o el partido en el poder”.
Ante la realidad de que los partidos políticos son imprescindibles para la democracia, resulta inútil el afán de la sociedad civil y, muchas veces, de algunos políticos, por desacreditarlos, con el fin de debilitarlos.
Finalmente, a propósito de lo anterior, cabe recordar que donde impera la democracia los partidos políticos no reciben una alta valoración de la ciudadanía, la cual, en cambio, los lleva a los más altos niveles de aceptación cuando la democracia ha sido desplazada por el autoritarismo.