“Yo soy un convencido de que

un país sin memoria es algo así

como un álbum familiar sin fotos”

Ignacio Franzani

En esta tercera entrega (serán cuatro) considero necesario abordar un aspecto distintivo de la transición democrática dominicana como es el de la justicia transicional que debió considerar las medidas políticas y judiciales para sancionar las violaciones a los Derechos Humanos, la reparación a las víctimas y el conocimiento más amplio que sea posible de la verdad de lo ocurrido.

República Dominicana y España, por ejemplo, comparten el triste record de no haber cumplido con este imperativo legal, político y ético.  Ignorar la aplicación de la justicia transicional no sólo afecta a las víctimas o sus familiares, sino que tiene un efecto destructivo en las instituciones difícil de cuantificar y cualificar, especialmente en el Poder Judicial, la policía, las fuerzas armadas, los partidos políticos y en la cultura política. Eso nos enseñan las transiciones latinoamericanas.

El asunto no es fácil, sobre todo porque es difícil modelar un conjunto de instituciones democráticas sin referencia histórica, lo que ha conducido una y otra vez a situaciones que a falta de verdad no conducen a reconciliación sino a eternas conciliaciones con los resultados conocidos.

La democracia nunca llega si no se ajustan cuentas con el pasado y las excepciones son demasiados escasas. He intentado rastrear iniciativas y acciones orientadas a la búsqueda de justicia en los últimos 65 años y -lo hemos anotado antes- no pasan de tres o cuatro. Se intenta, sin éxito, remplazar la justicia por la recordación y anualmente se hacen discursos de efemérides gloriosas que dejan a las víctimas cada año más muertas, sin responsables conocidos y mucho menos sancionados.

Decíamos la semana anterior que la izquierda política incidió e incide en la búsqueda de justicia en las transiciones de recuperación democrática. Por acá algo ha ocurrido que este sector político no tiene entre sus preocupaciones este tema de importancia fundamental lo  que explica rasgos de una cultura política que no valora la vida y donde el valor de la justicia se agota en la acusación de corrupto al adversario, y no alcanza para explicar por qué siempre se impone la impunidad, que no es otra cosa que la renuncia del Estado a la sanción. Ya hemos visto extremos en que actuar institucionalmente depende del estado de ánimo de algún funcionario o/y de la conveniencia del partido.

Rafael Valera Benítez, fiscal en el juicio por el crimen de la Hermanas Mirabal, en su libro “Complot develado”, imperdible para conocer la crueldad de la dictadura, identifica las primeras causas de que se haya mantenido el sistema político autoritario post Trujillo: “La primera manifestación de ese vacío ético la constituyó el slogan borrón y cuenta nueva con el que llegaron al país algunos exiliados anti – trujillistas a quienes el régimen de Trujillo, desde luego, no les dio jamás ni un pellizco siquiera y el cual, por añadidura, pusieron a circular al servicio del mercurialismo electoralista y la venta de perdones en las jornadas políticas comprendidas entre el fin de la hegemonía de la familia Trujillo y las elecciones celebradas en diciembre de 1962”.

Así las cosas, resulta de lo más desafiante seguir la búsqueda para poder entender, si se puede, fenómenos políticos recientes y no tanto.

Nadie podrá discutir que no se vive en una dictadura. Los opositores no terminan lanzados al mar, fusilados, torturados, encarcelados o exiliados. El cambio nunca se explicó mejor: “Preferí pagar a matar”.

Pero la renuncia a la justicia es también renuncia política. Tratando  de entender sucesos y rescatarlos para instalarlos en la coyuntura, se encuentra uno con acontecimientos como el “Acuerdo de Santiago” de 1974 en el que quien nueve años antes comandó las fuerzas militares que combatían a los constitucionalistas de abril de 1965 fue designado como candidato vice presidencial.

A lo mejor, esa es la escuela de las alianzas: sumar “to’o”.  Los resultados son conocidos: la política se mantiene dentro de la reivindicación pequeña, la del “quítate tú, para ponerme yo”.