“¡Mierda!, me dije,
esta vaina no avanza ni a empujones.”
José Luis Taveras
Como está de moda eso de las evaluaciones de impacto, vale proponer una “línea de base” que sirva para aproximarnos a una visión más exacta de los avatares de la transición desde aquel 30 de mayo.
¿Cuánto ha cambiado de entonces a acá el sistema político dominicano? Mi pregunta parte de entenderlo como la forma de gobierno del Estado, de cómo se organizan e interrelacionan los poderes públicos, la estructura socioeconómica, la cultura política (las tradiciones, las costumbres) y las fuerzas políticas.
Jesús de Galíndez cuando se refiere al sistema político de la era, lo describe como un régimen que adopta “apariencias constitucionales democráticas, que en la práctica se pervierten (elecciones, congreso, tribunales, reformas constitucionales…, etc.), “una dictadura, o más bien tiranía, de tipo personal”. Esta descripción es útil muy especialmente para hacer el análisis comparativo del funcionamiento de las instituciones. Por cierto, no es ocioso recordar con la más absoluta honestidad que la referencia a algún “Trujillo del Siglo XXI” nunca han sido nuestras.
Respecto a “las fuerzas políticas” de entonces -siempre a partir del análisis de Galíndez- el “sistema de partidos” es un sistema de partido único, el Partido Dominicano, “íntimamente engranado en la estructura del gobierno” y que “exige a sus afiliados lealtad, entusiasmo y disciplina, y consagra y proclama el principio de la reelección presidencial”. Tampoco sobra recordar que los siete partidos existentes al asumir Trujillo fueron destruidos.
Otro aspecto que puede ser incorporado a la “línea de base” es el carácter personal del ejercicio de la autoridad, al que Galíndez le pone nombres como megalomanía, peculado, nepotismo, adulación y servilismo. Esto es interesante sobre todo pues deja tácitamente establecido el “objetivo” de la política: el Estado como botín.
Si hacemos el ejercicio propuesto, podremos establecer los avances efectivos en la “construcción democrática” y cuánto de todo eso sobrevive en un sistema político al que le viene bien nombrarlo como "autoritario post Trujillo”. Esa denominación reconoce, además, al padre verdadero de la creación por sus inocultables características genéticas.
La idea de la “construcción democrática” es de los estudiosos de las transiciones democráticas latinoamericanas para distinguir los diferentes procesos de países que vivieron transiciones de “recuperación de la democracia” como Chile, Argentina y Brasil, donde los actores fueron políticos con experiencia republicana anterior a la ruptura antidemocrática. Es decir, países que contaban con políticos y ‘elites democráticas’, con todos sus defectos y sus virtudes.
Respecto a la transición dominicana, vuelvo a citar a Galíndez cuando advierte: “El futuro del país pudiera ser caótico, por no existir fuerzas político-sociales ni instrumentos democráticos que faciliten una sucesión normal al desaparecer el tirano”.
Caótica o no, la inexistencia de una elite democrática se ha pretendido salvar con una manida frase repetida hasta la saciedad con una buena cuota de irresponsabilidad y sin profundizar en sus consecuencias “No hay democracia sin demócratas”. Entonces vale el viceversa: si no hay demócratas, no hay democracia.
Las conductas políticas propias del “autoritarismo post Trujillo” se repiten con mucha mayor frecuencia que las conductas democráticas. En el primero de los artículos de esta serie publicado la pasada semana, anotábamos como momento culminante de ese autoritarismo que se intenta siga vivo, la reforma constitucional de este año, pero el intento fue practicado también con éxito en la reforma del 2002. Perdonen que insista y siga sosteniendo que la Constitución del 2010 pudo ser mucho peor si en la Asamblea Revisora hubiera pasado sin modificación la propuesta hecha por el “Pacto de las corbatas azules” producto del acuerdo PLD-PRD (sin dividirse).
Otra de las características únicas de la transición dominicana que se hace necesario destacar es la ausencia de fuerzas políticas de izquierda y/o progresistas, actores principales en todas las transiciones latinoamericanas y con una decisiva incidencia en el tema de los Derechos Humanos. No viene al caso discutir las causas, basta por ahora recordar la ausencia puesto que en casi ningún momento fueron un factor gravitante en la política y en la “construcción democrática”.
Repasando la escasa historiografía política de esta transición inconclusa se descubre sin mucho esfuerzo que señalados paréntesis no han sido en nada decisivos. Si alguien no me cree, le recomiendo revisar la lista de los nombramientos ministeriales de los gobiernos 1978-1986 para comprobar que el sistema nunca fue cuestionado y que la ‘transición’ no fue a la democracia sino a Balaguer.