"El poder no cambia a las personas,

solo revela quienes verdaderamente son"

José Mujica.

A menos de siete meses para las elecciones vale la pena hacer dos intentos que podrían resultar de utilidad para entender cómo y por qué llegamos hasta aquí.

Reconozco que el primero de esos intentos tiene que ver con el hecho de que ya resulta tedioso ver ‘pronósticos’ electorales sin un marco y con la persistente recurrencia al pasado, sin mayores explicaciones. La lógica en la que dichos pronósticos se apuntalan en el mejor de los casos es extraña e ignora sistemáticamente los objetivos de la política. Por lo general se limitan a indicar quien se cree que va ganar pero callando las consecuencias y los medios del triunfo ‘pronosticado’.

Esto, a mi entender, es resultado de no expresar que hoy el principal objetivo es el de la construcción democrática (elecciones competitivas, separación de los poderes del Estado, igualdad de acceso a los medios de comunicación, sufragio universal, libre, secreto y directo). Si se incorporaran esos componentes mínimos el pronóstico deberá incluir estos requisitos y los efectos de su irrespeto en la profecía.

El segundo tema es un desafío mayor pero que a todas luces hay que comenzar a enfrentar: la evidencia de que, al igual que en otras transiciones inconclusas, la República Dominicana está comprobando aquello de que las transiciones no son progresivas, que aquí se vive un momento de retroceso, de suspensión del avance hacia la democracia y que, como es de esperar, hay sectores que se juegan el último intento de salvar el autoritarismo heredado de Trujillo.  Se hace absolutamente necesario hablar sobre ello, puesto que no hacerlo significa ignorar el peso de esa herencia y no explica el actual cuadro político que se ha de expresar en la boleta electoral.

Mi impresión es que estamos enfrentados a una ruptura institucional que tardó algún tiempo en materializarse a pesar de los intentos inútiles de la Constitución del 2010.  Si el “pacto de las corbatas azules” hubiese pasado sin objeciones en la Asamblea Revisora del 2009, la actividad política electoral y los conflictos políticos en los partidos tradicionales serían de mucho menor intensidad. Claro que la prueba de la existencia de la democracia estaría siendo acreditada por las apariciones en televisión de Juan Bolívar, Huchi Lora, Marino Zapete, Edith Febles o Nuria Piera.

Si se hubiera aprobado el “mandato imperativo” en la Asamblea Revisora, propuesto en el primer acuerdo PLD – PRD,  el PRM no tendría en este momento ni un solo diputado por poner sólo un ejemplo. Igualmente los votos favorables a la reforma constitucional habrían sido igual al 100%.  Una fiesta.

Entonces, no me parece demasiado aventurado poner como suceso clave para entender la actual situación, la Reforma Constitucional del 2015. ¿Por qué lo digo? Pues porque de seguro lo ocurrido con esa reforma estará presente por muchos años en el ámbito político.  Y potencialmente en el judicial también, puesto que hay un recurso en la Procuraduría.

La reforma estableció la posibilidad de reelección del Presidente e igualmente, y por las razones conocidas, de todos los legisladores, no sólo de los del partido de gobierno, también de los que no están en el gobierno. Es decir, se premió el voto a favor y el voto en contra. Otra fiesta, y no precisamente democrática.

La ruptura generada por el proceso de reforma constitucional ha tenido también consecuencias en el Poder Judicial: las disputas públicas entre jueces del más alto tribunal de la Republica no pueden ser vistas como anécdotas.

Se ha detenido la construcción democrática. La brutal reforma del 2015 consiguió lo que el pacto de la corbatas azules no pudo lograr y ahora podemos verlos juntos nuevamente, sosteniendo el modelo autoritario. Y consiguió más todavía: a toditos juntos en la propuesta de impedir a la Junta Central Electoral la aplicación de la norma constitucional que ordena que la distribución electoral de los diputados se haga de acuerdo con el último censo.

Si hasta aquí estamos en algo de acuerdo, es mucho más relevante tratar de encontrar las consecuencias de quien gane las próximas elecciones sin referencias a que en el año…

Ya nada es igual.

Pero… ¿cuándo comenzó el proceso que cavó el sistema de partidos surgido en 1996?

Mi impresión es que se inició con la decisión del “padre de la democracia” de entregar la Presidencia de la Cámara de Diputados al PLD en el año 1990, cuando éste era aún un partido minoritario. Allí podría estar la génesis del proceso que tiene su momento culminante en la Reforma Constitucional del 2015. Un muy buen amigo me ilustra, además, diciendo que no se debe ignorar “La especial relación que siempre mantuvieron Bosch y Balaguer”. Es ése un gran desafío para los historiadores y sobre todo para los biógrafos, que por alguna razón no desconocida no lo han dicho todo, una forma elegante de mentir.

Lo del 1990 fue el ensayo general para el montaje de la obra escenificada por el PLD y el PRSC en el Palacio de los Deportes en 1996. Eso fue el inicio de un proceso que tuvo entre los hechos olvidados la salida y expulsión de dirigentes del PLD. Lo fundamental, es que el sistema se benefició de esta monumental obra de salvataje político.

Un año antes, el 15 de marzo de 1991, el presidente del PLD había renunciado a su presidencia y a su militancia, afectado por los intereses de los “pequeño burgueses” que solo buscaban cargos.

La construcción democrática obliga a recorrer estos vericuetos. Queda para la Ciencia Política dominicana estudiar, por ejemplo, qué representa hoy el leonelismo,  y qué representa el danilismo. Lo que no es correcto es que se intente entender la historia reciente a partir de presuntos indicadores de cuál es más corrupto o que donde uno tenía economistas el otro puso contables.

Conocer y reconocer estos temas para llegar a una adecuada comprensión, ayudará entre otras cosas a poder mirar con más perspectiva y con más optimismo el futuro de la República, aunque se esté escribiendo ‘con letra torcida’.