¿Quién soy yo para pretender pautar a quienes dicen empeñarse en cambiar el estado de cosas del país? ¿Quién para decirles cómo hacerlo?

Solo uno más de entre miles de dominicanos y dominicanas a los que se les ocurren y lanzan ideas que uno piensa que quizás puedan servir. En mi caso lo asumo como un trabajo, una acción política, y no como un simple ejercicio intelectual más o menos desinteresado. Creo estar haciendo política. Incluso con sus riesgos.

El más importante de estos riesgos no es el desacierto: equivocarse –lo cual me ha pasado y me pasará tantas veces que soy incapaz siquiera de un estimado—no es tan grave si uno no tiene tanto peso y si se cuenta con tantos y tantas por ahí en condiciones de enmendarnos la plana. No son los posibles errores e inevitables insuficiencias lo que me preocupa: mi temor es estar escribiendo, mayoritariamente, para los demasiado convencidos: gente muy temerosa de ser perturbada, sacada de su ensimismamiento, de sus sistemas de ideas debidamente acabadas.

¿Qué esperar de los demasiado convencidos? Primero, que difícilmente gastarán su tiempo en leerte o escucharte. Puede que lleguen a ser corteses y simulen alguna atención, pero de lo cortés difícilmente pasarán a lo valiente, es decir, a confrontar detenida y verdaderamente sus ideas con las de los demás.

Nada, pues, o muy poco que esperar de los demasiado convencidos. Ahí el diálogo e incluso el acto simple de la comunicación son por definición imposibles.

Sin embargo, de esa gente hay que hablar porque estorban. Se estorban a sí mismos al privarse de las ideas ajenas, a las que a lo sumo pretenderán usar para afianzar sus propias convicciones. Pero son sobre todo obstaculizadores del conjunto porque todo fundamentalismo se cree con derecho natural para imponerse a los demás y para impedirle toda “mala influencia”.

¿Cuánto de ello muestra la tradición política dominicana? Todos conocemos, sin ir más lejos, el caso paradigmático de la izquierda dominicana de hace varias décadas, afectada de un sectarismo que para colmo era reforzado desde fuera del país… El entendimiento era poco menos que imposible. Los resultados son evidentes. ¿Se quiere una izquierda más debilitada?

Esa tradición de autosuficiencia no ha podido ser superada aún porque es hija de un déficit teórico tampoco superado. El peor de los déficits es el que no se reconoce a sí mismo.

¿Qué hacer con los demasiado convencidos? De ellos que se encarguen los hechos. Tal vez éstos hasta puedan avalar algún acierto en aquéllos. Lo malo de estar demasiado convencidos no estriba necesariamente en el error de las creencias mismas –como tampoco en creer firmemente en lo que se cree– sino en la negativa a aceptar que el error es posible, que los demás tienen cerebro y que otros podrían estar viendo lo que uno no ha logrado ver.

Pienso, por ejemplo, que a nadie en su sano juicio deberían escapar las implicaciones complejas y  arduas de la tarea de desarrollarse, en las condiciones actuales del país, una opción política con carácter negador del actual modelo social y con el vigor requerido para llegar a gobernar. Debería ser obligatorio escuchar a quienes tengan algo que decir. Es parte misma de la verdadera voluntad política.

Mientras tanto, hay que seguir suponiendo que sí hay quienes tienen la suficiente sensatez para atreverse a leer y escuchar a los ddemás, a ver qué tal… Por ellos y ellas vale la pena escribir.