PRINCETON – El pasado mes de noviembre, Michael Bloomberg hizo una donación que bien podría ser la mayor donación privada a la educación superior en los tiempos modernos: 1.800 millones de dólares para permitir que su alma mater, la Universidad Johns Hopkins, ofreciera becas a estudiantes elegibles sin posibilidades de pagar la matrícula de la facultad. Bloomberg está agradecido con Johns Hopkins, explica, porque la oportunidad de estudiar allí, gracias a una beca, “abrió puertas que de otra manera habrían estado cerradas y me permitió vivir el sueño americano”. En el año después de graduarse, donó 5 dólares a la universidad, todo lo que podía dar. Gracias al éxito de Bloomberg L.P., la compañía internacional de información financiera que fundó en 1981, lleva donado un total de 3.300 millones de dólares.
Mucha gente dona en señal de gratitud, no sólo a las universidades a las que asistieron, sino también a sus escuelas primarias y secundarias, y a hospitales que los trataron cuando estaban enfermos. Estas razones para donar, todas aparentemente loables, están en tensión con la idea, popularizada por el movimiento del “altruismo eficaz”, de que deberíamos hacer el mayor bien posible. Bloomberg parece consciente de este razonamiento, ya que ofrece otra razón para su regalo más reciente: “a ningún alumno calificado de escuela secundaria se le debería prohibir el ingreso a una universidad en base a la cuenta bancaria de su familia”.
En Estados Unidos, a diferencia de otros países ricos, los estudiantes muchas veces no pueden ir a las facultades y universidades de su preferencia porque no pueden pagar los altos honorarios que cobran. Puede haber préstamos estudiantiles, pero tendrán que ser cancelados después de la graduación. La donación de Bloomberg suma una universidad más al puñado de instituciones (incluida la Universidad de Princeton, mi empleador) donde quienes no tienen los medios para pagar tendrán su matrícula y sus gastos de subsistencia totalmente cubiertos.
Bloomberg tiene un historial admirable de hacer el bien. Fue tres veces electo alcalde de la ciudad de Nueva York y desde su administración salvó vidas al prohibir fumar en restaurantes y en el interior de los lugares de trabajo y redujo la contaminación ambiental, inclusive una disminución del 19% en las emisiones de gases de tipo invernadero en toda la ciudad. Hizo campaña contra las armas ilegales y luego fundó y respalda financieramente la organización sin fines de lucro Everytown for Gun Safety (Cada ciudad por la seguridad de las armas de fuego).
Según Forbes, que este año comenzó a publicar un ranking de la gente más rica del mundo por su filantropía, Bloomberg ha donado más de 5.500 millones de dólares. Eso lo ubica en el tercer lugar de la lista de Forbes, detrás de Warren Buffett y Bill y Melinda Gates. Esta lista tiene en cuenta tanto la suma absoluta donada como la proporción del patrimonio de una persona representado por esa suma. Bloomberg se ha sumado a la iniciativa Giving Pledge (Promesa de Donar), comprometiéndose a donar al menos la mitad de su fortuna en concepto de caridad. De hecho, ha escrito que “casi todo mi patrimonio neto será donado en los años por delante o quedará para mi fundación”.
Sin embargo, no puedo aplaudir la donación de Bloomberg a una universidad que ya tenía un fondo de 3.800 millones de dólares y cobra a sus estudiantes de grado 53.740 dólares por año. Mi preferencia es por Hank Rowan, quien allá por 1992 dio 100 millones de dólares a Glassboro State College, una universidad pública de Nueva Jersey que en aquel momento tenía un fondo de 787.000 dólares y honorarios anuales de unos 9.000 dólares. El propio Rowan era egresado del MIT, una de las universidades de mayor excelencia del mundo, pero la gratitud no fue su motivación para donar. Quería hacer la mayor diferencia posible, y creía que uno hace una mayor diferencia fortaleciendo los eslabones débiles en el sistema de educación superior que donando un poco más a los que ya tienen mucho. (Si quieren saber más sobre Rowan –y por qué es probable que haya tenido razón-, escuchen el entretenido podcast sobre él de Malcolm Gladwell).
Pero si bien hacer el mayor bien posible debería tener prioridad frente a sentimientos personales como la gratitud, no tenemos que dejar de lado por completo nuestros sentimientos personales. La gratitud podría haber llevado a Bloomberg a donar, digamos, 1 millón de dólares a la Universidad Johns Hopkins sobre la base de esos sentimientos. Eso habría hecho algo más que satisfacer cualquier deuda moral que pueda haber sentido con su alma mater, y dejar 1.799 millones de dólares para hacer el mayor bien posible.
Afortunadamente, no es demasiado tarde. Desde apenas el 2014, la riqueza de Bloomberg ha crecido un 50%, a 48.000 millones de dólares. Si piensa que aumentar la igualdad de oportunidades en la educación es hacer el mayor bien posible, puede seguir el ejemplo de Rowan y buscar instituciones necesitadas. Sin embargo, los eslabones realmente débiles en la educación no están en Estados Unidos. George Soros, otro filántropo espectacular, fundó la Universidad Centroeuropea para ofrecer nuevas oportunidades educativas a estudiantes de todo el mundo, pero especialmente de los ex países comunistas de Europa central y del este.
Hoy, la mayor necesidad de educación está en los países en desarrollo, donde muchos niños ni siquiera terminan la escuela primaria. En Kenia, los salarios de un maestro de escuela primaria arrancan en 17.000 chelines por mes, o 2.000 dólares por año. A ese nivel, 1.800 millones de dólares se traducirían en 18.000 maestros durante los próximos 50 años.
Tampoco la educación es el único espacio donde se puede hacer el mayor bien posible. Dylan Matthews, que escribe sobre altruismo eficaz para Vox, se inspiró en las estimaciones del evaluador de entidades benéficas GiveWell para sugerir que si Bloomberg hubiera donado sus 1.800 millones de dólares a la Fundación Contra la Malaria para que pudiera comprar y distribuir más redes mosquiteras, podría haber salvado más de 400.000 vidas. También hay muchas otras instituciones de beneficencia sumamente costo-efectivas con técnicas probadas para ayudar a la gente en condición de extrema pobreza (si quieren ver ejemplos, vayan a The Life You Can Save, una organización sin fines de lucro que yo mismo fundé). Y no hace falta ser un multimillonario para marcar la diferencia.