“…la atracción de la nostalgia, esa celestina del recuerdo…”

Guillermo Cabrera Infante

A raíz del estreno de la película “Veneno. Primera caída: El relámpago de Jack”, en su programa radial El Matutino Alternativo (que ya cumplió un cuarto de siglo en el aire, toda una proeza), Carmen Imbert Brugal refirió anécdotas que le ha contado René Alfonso sobre su amistad con Jack Veneno, surgida cuando ambos (el arquitecto y el luchador) coincidían en un gimnasio en la década de los 1980s.

Yo también coincidía con ellos dos en dicho gimnasio, sobre el cual escribí un artículo en  la revista Vetas (número 60, marzo de 2002), cuyos dos primeros párrafos decían así:

“Durante algunos años de la década de los ochenta, yo era socio del gimnasio del hotel Sheraton, al cual asistía casi todos los días, incluyendo sábados y domingos, a hacer ejercicios y bañarme en la piscina. ¡Qué buena vida me daba entonces!

En esa época, y hasta principios de los noventa, el inolvidable Federico Astwood presentaba todos los meses sus famosos conciertos de jazz en la discoteca que tenía dicho hotel, llamada Omni. Además, en el hotel había un piano bar, cuyo nombre era El Yarey, en el que actuaba frecuentemente Sonia Silvestre, quien, a fines de aquella década de los ochenta, estableció un récord de más de cien sábados consecutivos presentándose en otro piano bar chulísimo, también desaparecido, que se llamaba Las Pirámides y estaba en la avenida Rómulo Betancourt. ¡Qué buenos tiempos aquellos!”

En la siguiente edición de la revista Vetas (número 61: septiembre de 2002), escribí otro artículo en onda nostálgica, titulado “Helados que el tiempo derritió”, que reproduzco a continuación:

“Tal como escribió José Báez Guerrero, en su columna Día a día, en el Listín Diario, el 31 de diciembre de 2001, “me parece que hay que obligarse a sacar cada día algún momentito para recordar cosas lindas que se han vivido, no sólo para deleitarse acordándose, sino para entender que la mayoría de los mejores momentos de nuestras vidas son realmente sencillos, tan simples que uno debiera cuestionarse por qué nos enredamos tanto con complicaciones”.

En estos días me ha dado por recordar los helados que me gustaban en mis años de infancia, como los Imperiales, en la calle Hostos, entre El Conde y Arzobispo Nouel; Capri, en la Arzobispo Nouel entre Palo Hincado y Espaillat (y después también en el malecón, entre 19 de Marzo y Sánchez); Cremita, en la Independencia esquina Las Carreras; Manresa, que hacían los jesuitas en Manresa Loyola (en el «trece de Haina»); y Frigor, que tenía una guaguita o camioncito que recorría la ciudad con un altoparlante tocando la canción Do Re Mi, de la película La novicia rebelde.

Eso era en la década de los sesenta. En las dos siguientes, la de los setenta y la de los ochenta, surgieron los helados Bon, Nevada, Rex, Chielo, Polo (hoy Nestlé), San Remo, Allegro, Italianísima, Perugina y otros que he olvidado. Muchos de ellos desaparecieron y en años recientes, han llegado otros, como Baskin Robbins y Häagen Dazs, que son sabrosísimos y me quedan cerca pero no han podido quitarme el deseo o sueño imposible de querer atravesar la capital y desplazarme hasta Ciudad Nueva, a deleitarme con una barquilla de la máquina de los extintos Cremita o a la Ciudad Colonial, a disfrutar un helado de uva de playa y otro de coco con pasa en los difuntos Imperiales (por mucho que me gusten los del Capuccino frente al Teatro Nacional, el Bon con sabor a Malta Morena y el Nestlé con sabor a leche Carnation).”   

Y como la nostalgia es una vaina que me da seguidilla, de otro artículo que escribí en la revista Vetas (número 56: mayo de 2001), reproduzco algunos fragmentos:

El Fantasma del Paraíso, película de Brian de Palma que, a mediados de 1975, se estrenó sin pena ni gloria en el Rialto donde apenas duró una semana y casi nadie fue a verla. Pero en los meses siguientes, el soundtrack se puso de moda principalmente en la emisora preferida por un amplio sector de la juventud de entonces: HIN Radio, conocida como “La Pantera” (y después como “La misma fiera”, cuando uno de los locutores se fue para otra estación y registró el nombre de “La Pantera” en Industria y Comercio).

Uno de los que tenía su programa en HIN era Teo Veras y otro era Armando Almánzar, la “leyenda viviente del cine”, como dice Carmen Imbert Brugal. Cuando el soundtrack estaba pegadísimo, a principios de 1976, el Capitolio presentó El Fantasma del Paraíso con un lleno total todo el fin de semana y la repitió varios fines de semana y luego todos los lunes, durante varios meses y siempre se llenaba.

Es bueno recordar que el Capitolio daba una película distinta cada día, de lunes a jueves, y otra todo el fin de semana, de viernes a domingo, en dos tandas: a las 5:30 de la tarde y a las 8:15 de la noche. Además, había otra película los domingos a las 10:30 de la mañana, en la tanda vermouth. Los precios eran “damas 50 centavos y caballeros 75 centavos”, mientras el Independencia era a peso y los cines de estreno, con aire acondicionado, eran a peso y medio. (Ni el Independencia ni el Capitolio tenían aire acondicionado). Después, los precios de los cines de estreno fueron subiendo a dos pesos, tres, cuatro, cinco, diez, quince, veinte, etcétera, hasta llegar a los escandalosos ochenta pesos de hoy día que pronto subirán a noventa, cien, etcétera.

ABRO PARÉNTESIS

(¿Quién se acuerda de las “tandas para guapos”, con películas de terror como las de Drácula, a las 10:30 de la noche? ¿Y de las tandas separadas en las películas de sexo: Por la tarde, las mujeres; por la noche, los hombres? ¿Y de Isabel Sarli, que hasta llegó a visitar el país cuando se estrenó su película Fuego y desfiló por la calle El Conde, mucho antes de ser peatonal, encaramada en un camión de los bomberos tocando sirena? ¿Y de la visita de Bruce Lee, que presentó una exhibición de karate en el Agua y Luz? ¿Y del sensurround de las películas Terremoto y La batalla de Midway? ¿Y de la ambulancia en la puerta del Triple cuando se estrenó El Exorcista, para atender a los espectadores que se “pusieran malos”?)

CIERRO PARÉNTESIS

De los siete cines de estreno que había al empezar la década de los setenta, sólo queda el Lido (patrimonio de la humanidad), en la avenida Mella, inaugurado en 1963 y que desde 1973 es porno, pero no lo fue en sus primeros diez años, en los cuales estrenó muchas películas “para toda la familia”, entre las cuales recuerdo haber visto, cuando niño, Viva Las Vegas (con Elvis Presley y Ann Margret, ¿se acuerdan?), Help (con The Beatles), La Novicia Rebelde, El mundo está loco, loco, loco, loco y 2001, Odisea del Espacio, entre otras.

Los restantes seis eran el Leonor (en la Arzobispo Nouel, entre José Reyes y 19 de Marzo, que en los ochenta resucitó como Colonial y hoy es un parqueo), el Rialto (en la Duarte, entre El Conde y Salomé Ureña, que hoy también es un parqueo), el Santomé (en El Conde, entre José Reyes y Sánchez, que hoy es un salón de juegos electrónicos con un billar en el segundo piso), el Olimpia (en la Palo Hincado, entre Padre Billini y Arzobispo Nouel, que hoy no sé lo que es), el Independencia (en la Mariano Cestero esquina Enrique Henríquez, frente al Parque Independencia, que hoy es el canal 5) y el Élite (en la Pasteur, entre Santiago y Josefa Perdomo, que hoy es el canal 13, ¡zafa!).

Casi todos esos cines eran de dos pisos, o sea, platea y balcón, pero el Rialto tenía tres, y en el tercer piso se hacían películas mejores que la proyectada en la pantalla. A esos cines se les añadieron, a lo largo de la década de los setenta, los siguientes (con el año de inauguración entre paréntesis): Triple y Plaza (ambos en 1971), Naco, Palacio y Cinema Centro (los tres en 1976), Millón (1977) y Bolívar y Avenida (ambos en 1979).

También había tres autocinemas que desaparecieron en la misma década de los setenta: a principios, el Naco (donde hoy está Plaza Naco), a mediados, el Iris (en la Feria o Centro de los Héroes, donde hoy están algunas de las instalaciones de la Coca Cola o Refrescos Nacionales), y a finales, el Jacqueline (que estaba en Divertilandia, un parque de diversiones que quedaba por el kilómetro 12 de la carretera Sánchez).

DE SEGUNDO Y TERCER TURNO

Volviendo al principio de la década de los setenta, había cines de segundo turno: Max y Diana (ambos en la Duarte y hoy “convertidos” en templos evangélicos), San Carlos (en la calle Abreu, el más grande de todos los cines, con mil y pico largo de butacas, mientras el más chiquitito era el Petit, en la Venezuela del Ensanche Ozama, que no tenía nada que ver con el Petit Chateau), Balani y Lux (ambos en la Teniente Amado García Guerrero, después 27 de Febrero. El Lux antes se llamó Cupido y después Fénix).

Con los años, a esos cines se les sumaron el Doble y el Triple Nacional (ambos en la Duarte), Portal y Caribe (ambos en la prolongación Independencia), Los Prados (en la Núñez de Cáceres) y creo que hubo más que no recuerdo.

Pero también había cines de tercer turno, que presentaban “dobletes”, o sea, dos películas en una función. La mayoría era al aire libre, aunque algunos eran techados. Había varios cuyos nombres eran marcas de cigarrillos (Premier, Montecarlo, Marlboro, Superior), bebidas (Siboney, Cinzano) o pasta de tomate (La Famosa), entre otros productos. Pero los había con otros nombres tales como Apolo (vecino y hermano porno del Lido, en la avenida Mella), Atenas, Estela, Coliseo Brugal, Coloso, Cometa, Ketty, Trianón, Ana, Alma, etcétera.

Las Fuerzas Armadas tenían el Cine Militar donde hoy está el auditorio del Arzobispado (en la calle Las Damas, frente a la Fortaleza Ozama, que entonces era de verdad un recinto militar) y Radiotelevisión Dominicana tenía dos cines: uno al aire libre y otro techado, con aire acondicionado”.

Hasta ahí lo que escribí en 2001. Al cabo de 17 años de publicado el citado artículo, añado que casi todos esos cines desaparecieron en las dos últimas décadas del siglo XX. Dos de los pocos que quedaban al comenzar el siglo XXI, cerraron sus puertas en noviembre y diciembre de 2001, respectivamente: Cineplex Naco y Lumiere, lo cual me motivó a escribir, en febrero de 2002, lo siguiente:

“No puedo precisar con exactitud en cuál año de la década de los sesenta comenzó a operar el Autocinema Naco, el cual desapareció, no recuerdo si a fines de esa misma década o principios de la de los setenta, para dar paso a la construcción de Plaza Naco, mientras enfrente, en el Centro Comercial Naco, se inauguraba el cine Plaza, en septiembre de 1971, al mes siguiente de haberse inaugurado el cine Triple del malecón (también desaparecido, el cual tenía en cada una de sus tres salas, durante sus primeros años de existencia, cuatro tandas diarias, a partir de las dos de la tarde, los siete días de la semana, aunque mis sobrinos no me lo crean).

En 1976 fueron inaugurados, al lado de Plaza Naco, los cines Naco, que eran dos (y grandes) pero años más tarde fueron remodelados y convertidos en cuatro (y chiquitos) y luego remodelados otra vez y convertidos en seis (y más chiquitos) con el nombre de Cineplex, hasta su cierre en noviembre pasado. A su vez, el cine Plaza desapareció a fines de la década de los ochenta para dar paso a la construcción del conjunto de tiendas denominado Galerías de Naco.

El Lumiere, manejado por Arturo Rodríguez Fernández, tuvo una primera etapa a principios de la década de los ochenta en el viejo Élite de la calle Pasteur (donde hoy está el canal 13, ¡zafa!) y luego se mudó al antiguo cine Avenida, en la Independencia, donde funcionó hasta el 5 de diciembre de 2001, dejándome los gratos recuerdos de muchas películas excelentes que pude ver allí, de directores como el argentino Eliseo Subiela (Hombre mirando al sureste y El lado oscuro del corazón), el mexicano Paul Leduc (Reed: México Insurgente y Frida: Naturaleza Viva), el español Juamma Bajo Ulloa (Alas de mariposa y La madre muerta), el también español Alex de la Iglesia (Acción mutante y El día de la bestia) y un largo etcétera.

Soy de los pocos que logró asistir a la primera y a la última de las películas estrenadas en el Lumiere (Four Friends y Memento) y también a la primera y a la última de las películas estrenadas en el Plaza (La Hija de Ryan y Ojos Negros). Por cierto, al ver la transmisión por Televisión Española, a principios de febrero, de la ceremonia de entrega de los premios Goya, que otorga la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, cuando el Goya de honor fue recibido por el octogenario director Juan Antonio Bardem, recordé que vi dos películas suyas, Muerte de un ciclista y Calle Mayor, en aquella memorable muestra retrospectiva de cine español (1909-1980) que hace exactamente diez años, durante todo el mes de febrero de 1992, exhibió el Lumiere como parte de una presentación itinerante que recorrió Latinoamérica con los auspicios de tres instituciones oficiales españolas: el Instituto de Cooperación Iberoamericana de la Agencia Española de Cooperación Internacional, el Instituto de la Cinematografía y de las Artes Audiovisuales del Ministerio de Cultura y la Sociedad Estatal Quinto Centenario.

Además de los dos mencionados filmes de Bardem, formaron parte de dicha muestra tres películas de Luis García Berlanga (Bienvenido, Mr. Marshall, Plácido y El verdugo), dos de Luis Buñuel (Viridiana y Tristana), dos de Fernando Fernán Gómez (La vida por delante y El extraño viaje), dos de Marco Ferreri (El pisito y El cochecito), dos de Florián Rey (La aldea maldita y Morena clara), dos de Juan de Orduña (Locura de amor y El último cuplé), dos de José Luis Sáenz de Heredia (Historias de la radio y Raza), dos de Basilio Martín Patino (Nueve cartas a Berta y Canciones para después de una guerra), y una de cada uno de los siguientes directores:

Segundo de Chomón (Visita a Júpiter), Benito Perojo (La verbena de la paloma), Luis Marquina (Don Quintín el amargao), Edgar Neville (La vida en un hilo), José Antonio Nieves Conde (Surcos), Miguel Picazo (La tía Tula), Jaime de Armiñán (Mi querida señorita), José Luis Borau (Furtivos), José Luis Garci (Asignatura pendiente), Bigas Luna (Bilbao), Iván Zulueta (Arrebato), Fernando Trueba (Ópera prima) y José Antonio Salgot (Mater amatísima).

He sentido mucha nostalgia al cumplirse diez años de la presentación de la referida muestra de cine español en el Lumiere, en aquel memorable febrero de 1992, en la que recuerdo la entrañable presencia del profesor Juan Bosch y doña Carmen Quidiello, quienes asistieron casi todos los días.

Termino estas líneas compartiendo lo escrito por Iván de Paula: “Un cine clausurado es comparable a un gran amigo que se va de nuestras vidas sin explicación. Puede ser sustituido por otro, pero la sensación de vacío perdurará para siempre”.”

Hasta ahí lo que escribí en febrero de 2002. Y para despedir esta entrega, en la que mencioné, entre otras películas, el clásico de Stanley Kubrick, 2001: Odisea del espacio, con motivo de cumplirse 50 años de su estreno, se le rinde homenaje en la sección Cannes Classics del Festival de Cannes que presenta, este sábado 12 de mayo, en primicia mundial, la versión original en 70mm de la película, en una copia nueva a partir de elementos del negativo original, con el objetivo de recrear la experiencia cinematográfica que vivieron los primeros espectadores de la película hace medio siglo.

La proyección será presentada por Christopher Nolan, quien ha declarado: “Uno de mis primeros recuerdos de cine es haber ido con mi padre a ver 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, en 70mm, al cine de Leicester Square en Londres. La oportunidad de participar en la recreación de esta experiencia para una nueva generación de espectadores y de presentar en el Festival de Cannes nuestra nueva copia en 70mm de la obra maestra de Kubrick, en todo su esplendor analógico, es un honor y un privilegio”.

Enlace relacionado:

http://www.revistavanityfair.es/la-revista/articulos/2001-odisea-espacio-stanley-kubrick/30149