La República Dominicana vive, en medio de la pandemia del Covid-19, la coyuntura político-institucional de mayor velocidad de cambios de los últimos años a consecuencia de la grave situación económico social e institucional, en que la dejó la estructurada mafia política que regenteó el Estado dominicano y cuasi disolvió sus débiles instituciones democráticas, sumergiendo, en medio de una fantasmal manipulación mediática, al pueblo dominicano en la peor y más disimulada pobreza.

20 años de construcción por vías extraeconómicas (corrupción, lavado, connivencia con el poder del narco, apropiación directa del patrimonio público, clientelismo y manipulación de los procesos de financierización de la economía) facilitaron, permitieron y garantizaron la construcción de un nuevo grupo económico, que, construido desde “la clase política”, reestructuró los grupos tradicionales y disputó exitosamente con ellos, subordinándolos política y socialmente, hasta lograr competirles en poder y a alcanzar la condición de segundo núcleo social, que controlando el poder político, amenazaba desplazar el primero de los grupos económicos y de poder del país.

La combinación del poder depredador del grupo gobernante, en paralelo al desplazamiento progresivo de grupos tradicionales, facilitó la absorción de algunas franjas de la élite social y la reestructuración del clan gobernante, al precio de erosionar a tal grado la institucionalidad, que la velocidad de acumulación y el poder político resumido en el mismo, pusieron el país al borde de una crisis de gobernabilidad.

De su parte los grupos tradicionales hicieron un uso inteligente de la situación creada por la hipercorrupción interestatal de la mafia internacional del grupo de Marcelo Odebrecht y avanzaron en remolinar alrededor del grupo económico más importante del país a las élites monopólicas y a los estamentos intermedios con fortuna, del poder económico.

La división del PLD por el centro y desde arriba quebró su liderazgo y la dimensión de los turbios negocios y las dobleces políticas, hicieron crecer la desconfianza y la sed de venganza de los grupos oligárquicos, frente a un “Clan de Clases Medias” que se apoderó del gobierno, desde aquella jugada política del viejo Balaguer, cuando hizo presidente a Leonel Fernández, en apuesta a una transición que le sirvió de pesadilla, porque este, desde un franja corporativa de las clases medias, asistió al ocaso de todo el liderazgo político tradicional (Bosh, Peña Gómez y Balaguer mismo) por razones de existenciales y heredó un gobierno, que le permitió, tranquilamente, junto a Danilo Medina, constituir el aparato corporativo PLD, en grupo económico de poder competitivo con los tradicionales.

Pero el ejercicio del gobierno, en una institucionalidad famélica, los emborrachó de poder, y las ambiciones grupales y el carácter inexorable de los acontecimientos de clase, llevaron las pugnas a su seno y así, con el PLD derrotado por su propia división, acorralado por el desgobierno que lo desgastó ante un pueblo hambreado en medio de luces y vitrinas, con el desconcierto político que arropó el mando Danilista en sus empeños de continuidad y reelección, surgió y se desplegó la acción colectiva, que en masas movilizadas como nunca antes en la historia y al grito justiciero de la Marcha Verde, se exigió y logró, perseguir y acorralar un liderazgo en crisis, que ante el peligro de una gobernabilidad incontrolable, cerró el camino de la reelección, y colocó el país en el inicio de una transición que aún se vive y todavía no se despliega totalmente, en la que se presenta una de dos posibilidades:

1º.  Se afianza la captura del gobierno por LA NUEVA CLASE POLITICA (empresarios directamente y no “intelectuales orgánicos”, ejerciendo funciones de gobierno) que articulan los propios grupos tradicionales, con sus cuadros “sin capuchas”, directamente, asaltando el gobierno y los partidos, para terminar la obra de desguazar el Estado dominicano, engulléndose los restos del patrimonio público y las capacidades del mismo, controlando el gobierno directamente para evitar que ante sus propios ojos, clanes sociales intermedios, desde el gobierno, le compitan y subordinen, generando lógicas de acumulación capitalista distintas de las propias y que deslealmente le adversan, como lo hizo la mafia corporativa que controló el país los últimos veinte años.

2º. O se avanza EN UNA TRANSICIÓN POLÍTICA PACTADA hacia una efectiva y real democratización de la vida nacional, de la economía y las instituciones, para asegurar transparencia, desarrollo inclusivo, defensa del medio ambiente, reducción de las discriminaciones, servicios públicos estatales eficientes, desarrollo de las fuerzas productivas nacionales, justicia social, recuperación de lo robado y castigo a los corruptos, para clausurar el sistema de impunidad entronizado desde el poder político en la vida republicana del país.

Aquí, en el breve plazo, en una coyuntura que evoluciona, sobre una crisis que no puede ser resuelta con los mismos esquemas y sin satisfacer efectivamente el cuerpo fundamental de las demandas sociales, NO SE PODRÁ ASEGURAR GOBERNABILIDAD EN EL MEDIANO Y LARGO PLAZO, porque los grupos oligárquicos tradicionales y el empeño conservador de la receta norteamericana así lo imponen en la lógica de la política de dominación regional.

El presidente Abinader, acorralado por la presión conservadora de esas élites que arropan su gobierno, quebrará en el corto plazo toda posibilidad de manejo tímidamente populista y pseudo-democrático, no superará los problemas de “gobernanza” que desafían su mandato, y la voracidad empresarial se tragará toda simulación populista, ante la vorágine de la reprivatización y la proto-privatización, que recuperan del PLD y las recetas imperialistas, proponiendo la oleada de APPs, Fideicomisos, endeudamiento y subordinación al capital minero y a la banca.

Decisiones fundamentales del gobierno, indudablemente, constituyen un serio error de cálculo, que ojalá y después no sea tarde, para impedir una confrontación entre un pueblo que aprendió y las fieras que, ante la falta de tacto político intentan recomponerse y volver, aprovechando las vacilaciones que imponen los grupos oligárquicos al nuevo gobierno.

El pueblo no volverá jamás a ser espectador, como no lo fue en la pasada coyuntura. El PRM cobró, sin ningún sacrificio de su cúpula empresarial y pro-empresarial, los resultados de la gigantesca y continua movilización social que derrotó, en coyuntura internacional favorable, al PLD y el Danilismo, que aún no castiga, sino que trata con guantes de seda el gobierno de Luis Abinader, mientras la gente clama y exige justicia, recuperación de lo robado y castigo a sus responsables, para que no vuelva a suceder jamás.

Ninguna otra posibilidad hoy está a la vista, en tanto nada asegura que se produzca impune la captura por completo y definitivamente la voluntad de cambio del pueblo que desde la calle derrotó el Danilismo, para que ahora cobre y disfrute la misma  oligarquía que solo se alejó del peledeismo corrupto porque ponía en juego la gobernabilidad y le competía deslealmente, y que como franja conservadora y rentista, ahora aspira a controlar, por primera vez en forma directa el Estado, para terminar la obra de destruir el estado, desguazando toda la propiedad pública y cerrando el capítulo nacional de la vieja república.

O la transición opera en dirección a lo conservador y la reprogramación del control oligárquico y mafioso del poder y el gobierno, o evoluciona en la dirección de la democratización efectiva de esta sociedad.