A las voces amarillas, que no se callen.

Sólo en esta semana se escribieron decenas de artículos sobre el tema, y eso así desde hace meses. Vengo, a sabiendas, a darle más de lo mismo. Asumo que el lector que va a someter su vista a la tortura de la pantalla, a quemar sus pestañas, como dicen, un día domingo, busca, si no evadirse, al menos algo que lo aleje un poco de la cotidianidad. Como podrá apreciar, si no decide en este instante proceder al siguiente artículo, este texto es más de la misma vaina. No obstante, admitámoslo de una buena vez, cuando las vainas son persistentes, nos corresponde a los ciudadanos ser más resistentes que la vaina misma.

"No hay dinero" decía Balaguer a los uasdianos durante los doce años. Por coincidencias que sólo pueden ser explicadas por el azar del destino, le ha tocado al Dr. Fernández pronunciar las mismas palabras, o parecidas, que aquel caudillo de mano dura: decir "No" al reclamo del 4% para la educación. La coyuntura histórica, la crisis internacional, le jugaron sucio al Presidente. Muy a su pesar, el primer mandatario se vio obligado a la austeridad. El Presupuesto Nacional, que creció más de 100% desde el 2004 hasta la fecha, debió ser consagrado a lo absolutamente esencial: Nominillas, Metros, túneles, etc. Ello contribuyó sustancialmente a la estabilidad macroeconómica, a la circulación y el transporte en todo el país, y a mantener un cierto bienestar en toda la isla.

Dejemos de lado la ironía, que en grandes cantidades empalaga, y seamos un poco más directos. Hablemos de la indignación que genera el ser robados, con las manos atadas, por un gobierno que nos toma por estúpidos (sí, de los que no conceptualizan). La indignación de deber disertar sobre un tema superado en el Siglo XVIII. En realidad mucho antes, por viejos barbudos envueltos en paños que caminaban por la Antigua Grecia. Indignación de vernos obligados a convencer a los representantes del Estado de la urgencia de investir en la educación. No sólo por razones culturales, sino también por razones económicas (disciplina que le agrada al Señor Presidente).

Tener que decir, por ejemplo, que en el mundo de hoy (político, económico y social), la falta de formación se paga con pobreza. Argumentar que las grandes economías lo son por sus avances en tecnología y ciencias; por las patentes que producen y por sus presupuestos de investigación. Demostrar, con todas las pruebas que existen bajo el sol, que ser un país sin industrias competitivas no es una opción. Abundar, con estadísticas contundentes que muestren que mayores fortunas del mundo las poseen los magnates de la producción de la tecnología y la telecomunicación así como los fabricantes de productos con valor agregado. Por supuesto sin dejar de lado las fortunas jóvenes, como la de Mark Zuckerberg, propietario de Facebook, o la de los propietarios de Google, que andan creando empleo y riqueza.

Tener que decir todo eso para que sea tirado por el caño del olvido y se mezcle con la mierda que flota en los discursos politiqueros. Todo hay que aguantarlo. Pero no hay otra vía. Filtrar el aguar, agarrarse las manos y renovar los esfuerzos.

Sin duda, el esfuerzo, si es serio, no debe quedarse en el cumplimiento del modesto 4%. El sistema tiene sus fallas y es hora de una restructuración. El sistema, por ejemplo, es exclusivo y discriminatorio. La mejor educación es reservada a una élite social. Esto así desde los doce años de Balaguer, quien promovió el sistema privado para limitar la oposición de proveniente de la UASD. Desde entonces el problema se ha acentuado. La educación pública no puede soñar, ni aún en el mejor de sus sueños, con competir en igualdad de condiciones con su homóloga del sector privado.

El Dr. Fernández ha hecho referencia más de una vez, y con algo de razón, al déficit de conceptualización existente en nuestro país, y en el pensamiento político en general. Parecería, para un espectador que observa de lejos, que esto no le molesta particularmente al primer mandatario. Se diría, al contrario, que le conviene.  Ha apostado a que el silencio, con tiempo suficiente, callará los reclamos. El Presidente de la República, en este punto, ha decidido ser parte del problema y no de la solución. Que no se callen las voces amarillas.