Descontentos e indignados por los sufrimientos que tenían que seguir padeciendo, se desata una nueva oleada de emigrantes, con lo que se continúan concretizando las despoblaciones, no ya tan solo de la franja norte de la Isla, y con ellas el aumento de la miseria y escaso desarrollo.
Otro acontecimiento histórico, que se lleva a cabo durante los inicios de esta nueva era, fue el supuesto traslado de los restos de Cristóbal Colón hacia Cuba. Con lo que no solo se violentaba el deseo del Descubridor de que sus restos mortales permanecieran en la tierra que más amó, y en la que fundó la primera ciudad en el Nuevo Mundo (La Isabela), además de desarrollar toda una serie de realizaciones, sino de continuar socavando el respeto a que era merecedora la Primogénita de España. Casi todos empañados por sus erráticos gobiernos.
Afortunadamente para los hijos de esta sufrida tierra, los restos que se llevaron resultaron ser los de su hijo Diego Colón, que permanecían enterados al lado de los de su padre. Sobre tan interesante cuestión, el prestigioso historiador dominicano Emiliano Tejera, publico una obra, titulada LOS RESTOS DE CRISTOBAL COLON (1953), cuyo contenido no tiene desperdicios. Y que los dominicanos no hemos sabido defender como hombres, y cuya actitud ha permitido a los españoles continuar asegurando una grotesca falsedad, de lo que ellos mismos cometieron, en tiempos oscuros, durante los cuales el más grande se salía con las suyas.
Tratando de convencerme, algo más de lo que estoy, me puse a leer CRISTOBAL COLON Incógnitas de su muerte (1506-1902), de la autoría de Anunciada Colón de Carvajal, hija de Cristóbal Colón de Carvajal, Duque de Veragua, quien nos visitara para la inauguración de la Casa de Ponce León en Higuey. En la página 176 aparece una referencia del historiador alemán, Rudolf Cronau, quien visitó Santo Domingo entre los años 1890 y 1891, y quien es el autor de los dibujos que reproduzco a continuación.
Pero, como si lo hasta ahora narrado fuera poco, la decadente colonia francesa, vecina de la nuestra, convertida en la flamante República de Haití, por los emancipados esclavos de origen africano, se convierte en el más grande dolor de cabeza para los sufridos colonos españoles, posteriormente ciudadanos dominicanos, y que perdura hasta nuestros días.
Las sucesivas invasiones de los haitianos a la República Dominicana, que culminaran con la larga intervención de 22 años (1822-1844), acompañadas de las constantes desavenencias políticas entre los dominicanos, le pusieron la tapa al pomo, con sello indeleble, a nuestra eterna desgracia.
A partir de entonces, tuvimos un gobierno tras otro, siendo cada uno peor que el anterior, lo que nos condujo a la primera intervención norteamericana (1916) y, posteriormente, a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1930-1961).
Erradicada la dictadura, en cuyo período se logró empezar a organizar y modernizar la Nación, al igual que rescatarla de la onerosa deuda externa, que la mantenía colapsada, han asumido el poder varios gobernantes, sin que ninguno lograra institucionalizar el Estado, y se respetara la composición de los tres poderes. Además de mantener una secuela de desaciertos y, lo que es peor, imponer una rampante corrupción e impunidad, que nos ha llevado a extremos insospechados, mantenido en zozobra, y creado una indignación, similar a las padecidas anteriormente.
Como se ha podido advertir, con esta narración no trato de dar una clase de historia, ni escribir otra. Lo que he tratado no es más que intentar recordarle a los mayorcitos, y enseñarle a los párvulos, lo desgraciado que hemos sido, desde que Colón llegó a nuestra isla. Siempre, como es natural, con algunos intervalos de cuasi normalidad, aunque padeciendo la misma pobreza, y tratando de sacar la población de una ignorancia secular.
Estoy seguro, que algunos habrán de pensar que la tesis planteada aquí es un reflejo del pesimismo dominicano, al que tanto se refirió Américo Lugo, uno de nuestros más preclaros pensadores. Y no es así. No se trata de pesimismo ni de nada parecido. De lo que se trata es, más bien, de algo que requiere ser estudiado a fondo y, de ser posible, comparar nuestro caso con lo ocurrido en otros países de nuestra región. Es decir, encontrarle la cuarta pata al gato.
Manuel Arturo Peña Batlle, insigne intelectual dominicano, de recias condiciones patrióticas, dio un giro a la valoración pesimista dominicana. Peña Batlle concluyó en que los males de los dominicanos tenían su origen en la despoblación de la franja norte de la isla de Santo Domingo, lo que habría dado pie al establecimiento de la República de Haití.
En ese sentido, Peña Batlle concentraba nuestro pesimismo en el problema haitiano. Lo que no deja de tener razón. Pero, en mi modesta opinión, nuestra desgracia no ha radicado, única y exclusivamente, en un solo acontecimiento histórico (Haití) sino, más bien, en muchos otros, que, concatenados, justifican mi criterio, de lo que hemos sido, y lo que somos como conglomerado social.
Hay que ponerse a pensar, en lo que hubiera sido La Española, y posteriormente la República Dominicana, si la gestión del Descubridor hubiera sido otra. Si Felipe III no hubiera entregado el territorio ocupado por España a los franceses, si hubiéramos podido derrotar los haitianos, y así sucesivamente. Algo similar a lo que ha sido la isla de Cuba. Que aunque fue la última en independizarse, logró librarse del único problema que mantuvo en el transcurso de su existencia.
Recientemente, fuimos gobernados, durante doce (12) años, por un político, salido de las filas del segundo partido creado por el Profesor Juan Bosch (PLD), que impuso un sistema de gobierno contrario a las enseñanzas de su líder, que el tiempo, que todo lo juzga, no yo, dictará su veredicto. ¿Sería ese sistema el que Juan Bosch denominara DICTADURA CON RESPALDO POPULAR?, que él no pudo aplicar, y del que no se ha hecho el estudio que amerita.
Actualmente tenemos un gobernante, proveniente de las filas del mismo partido que, imbuido de la mejor buena fe, no sabemos lo que hará. De sus decisiones, mantenidas en el más estricto silencio, dependerá nuestro futuro inmediato y, por qué no, de mediano y largo plazo.