Nuestro pueblo, antaño exigente en los momentos cruciales de su historia, se ha mantenido en las últimas décadas apático en el reclamo de sus derechos. Esta desidia ha sido excesiva en clase media. Esta importantísima estamento social satanizó la política. Entendió que los que la ejercen eran poco más que delincuentes, y que involucrarse en la misma era entrar al club de los descreditos.
Decidieron mantenerse al margen, sin darse cuenta de que incrementaban el poder de los que ellos mismos criticaban. En otras palabras, el temor de que los confundieran con políticos desacreditados les hizo apartarse y someterse. El miedo a mancharse los venció.
La clase mas empobrecida, la mayoría, ha participado de las acciones y actividades políticas. Sin embargo, ha sido instrumentalizada y mercantilizada para fines electorales. Es colocada en la difícil situación de elegir entre un pago momentáneo, que luego podría convertirse en recurrente a través de los programas de “solidaridad”, o reclamar lo que le corresponde ejerciendo su derecho sin vender su voto. Lo último le es difícil, porque no tiene la inmediatez de aliviar sus penurias en el corto plazo. O sea, que también en ellos el miedo se impone. Además, sufren de incredulidad: ningún gobierno ha intentado la solución de sus problemas
Para muestra basta un botón. En la República Dominicana se ha vivido con miedo, a pesar de no haber una política pública de exterminio y tortura física contra los que se opone al sistema político.
Sin embargo, al agravarse la situación económica nacional, acompañada por la descarada protección a los autores de actos de corrupción, o sea, estimulándola, el miedo de muchos dominicanos ha sido vencido por el instinto de supervivencia. La conciencia colectiva sabe que no es posible vivir en un país en donde las alternativas han sido las del sometimiento o la de la sumisión. Han despertado los reclamos, las movilizaciones y el ejercicio de los derechos civiles y políticos. Surge la necesidad de controlar el poder. Parafraseando al sociólogo español Manuel Castells, “del miedo se saltó a la esperanza”.
Ese ha sido el logro inequívoco de la presencia ciudadana en las plazas públicas. Las manifestaciones de apoyo, y el sentimiento de poder en las movilizaciones colectivas, es un gran paso de avance. Para que no desvanezca, es necesaria ahora una acción política con fines electorales. Es la única manera en la que el pueblo podrá convertir en realidad sus esperanzas.