Hemos vivido de espaldas los unos a los otros, dice una persona entrañable. Y es que, para ser vecinos, de un lado y otro de la frontera vivimos en el más penoso desconocimiento de la otra mitad. Es ése el desconocimiento que da pie a los prejuicios que dificultan el diálogo. El mismo que da también vigencia a figuras que se llenan la boca con el tema mientras le sacan provecho al Estado. Tan interesada es su actitud frente al tema que no han sabido (¿querido?) dar una sola respuesta sensata. Con su pericia en contratos inútiles (pero rentables), proponen un muro. Declaración efectista, pero hueca.

El mejor y único muro contra la presión migratoria es el desarrollo de Haití. Pero esta respuesta no gusta, pues supone salir de su discurso maniqueo y bélico; el de pasiones y fobias sin argumentos. Aquél que habla de invasores e invadidos. Supone superar la retórica –por demás infértil- del Estado fallido –como si todos no hubiéramos tenido esas cualidades alguna vez-. Un concepto que hace estático lo dinámico, y que empobrece la reflexión al cerrar las puertas al futuro.

Se acomodan en denuestos. No quieren pensar la colaboración, la crítica constructiva y el desarrollo mutuamente beneficioso. Y es que eso supone dejar atrás la confrontación y las consignas vacías para mirarnos de frente y estrechar las manos. Supone, para garantizar el éxito, que revisemos todos nuestra actitud; dominicanos, haitianos y la comunidad internacional por igual.  Pero sobre todo, supone que actores que viven de empujar contratos y defender desfalcadores pierdan vigencia. Que pongan en evidencia lo sabido: no tienen soluciones (ni votos).

Para pensar el desarrollo posible es indispensable entender el fracaso.  Haití se ha convertido en el símbolo de la miseria en nuestro hemisferio. Esto le ha ganado grandes sumas de dinero en ayuda internacional. Luego del terremoto, la conferencia de donantes en Nueva York prometió US$ 5,600 millones. US$ 3,100 millones suplementarios fueron prometidos por actores privados. Los resultados no se han correspondido con la inversión, y los donantes comienzan a dar señas de agotamiento.

Es necesario retomar el contexto. Durante todo el siglo XX, Haití se caracterizó por la inestabilidad política, en la cual la intervención extranjera ha jugado un rol importante.  Desde 1806 hasta la fecha, sólo 9 presidentes han cumplido su mandato. Los Estados Unidos han tenido su carga de responsabilidad. Según Buss y Gardner, éstos han participado en la salida forzada de 5 presidentes. Además, las intervenciones norteamericanas no contribuyeron a la construcción de capacidad administrativa en el Estado.

Otro punto importante a considerar en la crisis actual son los efectos de las reformas obligadas por actores internacionales, que han producido desconfianza hacia los extranjeros y una falta de apropiación de la agenda desarrollista.

Pero el elemento que ha producido tal vez la mayor desconfianza entre los locales es la utilización política de la ayuda internacional en un país cada vez más dependiente; que puso la dignidad de gran parte de la población a colgar del hilo de los ánimos extranjeros. Durante la Guerra Fría los Estados Unidos apoyaron económicamente a Papa Doc, quien aseguraba ser un dique de contención contra el comunismo. Pero ese anti-comunismo naturalmente sirvió para justificar su represión de los haitianos. Para 1970, la ayuda internacional representaba cerca de 70% de los ingresos a las arcas públicas. Los vaivenes del mar político se hicieron sentir. Kennedy bloqueó la ayuda estadounidense para presionar a Papa Doc por el tema de la violenta represión, mientras que Nixon restableció la ayuda a Baby Doc a cambio de reformas.

Al llegar Aristide al poder, percibido como oportunidad de desarrollo para el país, la ayuda internacional subió a niveles inéditos. Sin embargo, luego del golpe la  cooperación internacional fue nuevamente bloqueada y el PIB se contrajo en 20%. La desconfianza y la dependencia a la ayuda extranjera crecieron paralelamente.

Al llegar el terremoto, el Estado haitiano es ya muy dependiente y carece de la capacidad institucional para responder.  Se llamaba a Haití una “República de ONG”. Su base fiscal es además sumamente estrecha, con el 80% de la población ganando menos de US$ 2 al día. Las ONG permitieron dar una respuesta rápida en una serie de áreas esenciales como la atención médica, el agua y saneamiento, la alimentación, infraestructuras, abrigo, empleo y entrenamiento. No hay duda de que esos esfuerzos salvaron miles de vidas.

Lo criticable es la consolidación del Estado privado o “República ONG” dónde la gran mayoría de los servicios públicos son canalizados a través de estructuras privadas. Esto se ha debido fundamentalmente a la desconfianza de los donantes hacia las élites políticas haitianas. Temiendo que el dinero sea perdido en corrupción, han optado por recurrir a los actores privados.

Sin embargo, la grave falta de controles, transparencia y fiscalización condujeron a un gasto ineficiente y la reducción del impacto concreto de la ayuda. Muchas de las ONG no estaban listas para operar en Haití o no conocían el terreno,  lo que las llevó a incurrir en altos gastos en logística y relocalización. Muchas ONG “importaron” la mayor parte de su mano de obra, aumentando así los costos administrativos y reduciendo la cantidad de dinero efectivamente dedicada a la ayuda, así como su impacto económico.

La política de la ayuda humanitaria tuvo además efectos no deseados imprevistos. Buena parte de los burócratas con capacidad técnica emigró a las ONG, cuyos empleos ofrecían mejor remuneración y prestigio. El alcalde de Puerto Príncipe lo llamó el “segundo terremoto”, pues contribuyó a debilitar aún más la capacidad administrativa del Estado.

Pero sin duda, los peores efectos de la respuesta privada a la situación en Haití son su falta de sostenibilidad en el tiempo y de coordinación del esfuerzo de reconstrucción. Las iniciativas privadas vía las ONG tienden a duplicar esfuerzos y concentrar geográficamente la ayuda. Se observa además que las ONG tienden a ocuparse de actividades visibles y cuyos efectos son de corto o largo plazo (salud, educación). Sin embargo, otras actividades igualmente necesarias, como la eliminación de escombros, fueron retardadas durante años por la mala distribución de los recursos y la mala organización del trabajo (para más detalles sobre las deficiencias del gasto de los fondos donados, ver el trabajo de Vijaya Ramachandram y Julie Walz “Haiti: Where has all the money gone”).

Para intentar organizar y coordinar esfuerzos se creó, 6 meses después del terremoto, la Comisión Ínterin para la Reconstrucción de Haití (CIRH).  Pero esta Comisión se creó por decisión internacional y se invitó al gobierno a participar de ella muy tarde, a pesar de que la CIRH tendría poderes especiales. Esto marcó la dinámica de la CIRH a lo interno, caracterizada por la tensión entre el gobierno y los actores internacionales. La CIRH se vivía como nuevas imposiciones exteriores que vulneraban la soberanía haitiana apropiándose de competencias propias mediadas por el interés de controlar decisiones potencialmente lucrativas. Esta dinámica y los problemas de diseño institucional evitaron que la CIRH fuera completamente operacional y al final del período de 18 meses, no fue renovada.

Las autoridades locales tienen también una cuota importante de responsabilidad. La debilidad institucional juega a favor de clanes que se disputan el poder para devengar beneficios particulares, aunque esto implique la miseria de tantos. A pesar de los grandes esfuerzos para atraer la inversión extranjera (incentivos y construcción de infraestructura), los inversionistas ven en la inestabilidad política, la falta de capacidad burocrática e institucional grandes trabas a un clima favorable para la actividad económica. Tanto los ciudadanos haitianos como la comunidad internacional (incluyendo a RD) deben hacer lo posible para promover la estabilidad política de nuestro vecino.

El desarrollo haitiano ha encontrado muchos obstáculos y errores. Si bien es cierto que el Estado no contaba con la capacidad institucional necesaria para manejar el flujo de fondos que ingresó en Haití luego del terremoto, dar soluciones a los servicios públicos de espaldas al Estado haitiano es inviable e insostenible como lo indicaba el Banco Mundial en el 2010.  No importa cuántos recursos tengan, ni cuán buenas sean sus intenciones, “las ONG nunca podrán suplir las innumerables necesidades del pueblo haitiano” (Paul Farmer).

Tampoco importa que tan corrupta sean sus élites políticas, la inversión en capacidad institucional es indispensable y no habrá desarrollo al margen de ella. Tampoco lo habrá sin una agenda consensuada, pues el desarrollo no avanza a base de imposiciones extranjeras, sino en la medida en que dicha agenda se asuma desde el Estado.

Hasta ahora, sólo un 60% de los fondos prometidos han sido desembolsados (lo que no quiere decir gastados). Tiempo hay para reencausar la estrategia de desarrollo. Para ello, es de vital importancia la creación de mecanismos de control y transparencia indispensables en la administración de los fondos tanto para las entidades públicas como privadas. También lo es mejorar el diálogo, el entendimiento y la colaboración mutuamente beneficiosa entre Haití, la República Dominicana y la comunidad internacional.