La comunicación tiene algunos principios básicos. Uno de ellos hace alusión al significado del mensaje. Sobre el mismo se plantea que no es determinado por quien lo emite, como muy frecuentemente se asume, sino por quien lo recibe.
Quien no entiende ese principio suele errar cuando intenta comunicar. Por eso es muy común encontrarse con quien dice una cosa y hace otra.
Pero lo peor del caso es que, quien así opera confía en que está engañando a los demás. ¡Pobre infeliz! Parece no reparar en que nos ha correspondido vivir en una etapa en la que cada vez hay menos vida privada.
Hace mucho tiempo que lo explicó el decimosexto presidente de los Estados Unidos: "Se puede engañar a todo el pueblo parte del tiempo y a parte del pueblo todo el tiempo; pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo".
Abraham Lincoln lo dijo cuando por acá todavía nos debatíamos en torno a si éramos capaces de mantenernos independientes o si necesitábamos estar a la sombra de alguien más fuerte. Pero todavía en nuestro patio abundan quienes necesitan tropezar y volver a tropezar para entenderlo.
En algún lado leí una frase lapidaria, una de esas que suelen ser atribuidas a cualquiera con gran renombre. Desconozco si tiene autor establecido. Pero en este momento es suficiente con el contenido: “Lo que haces habla tan fuerte, que no puedo escuchar lo que dices”.
Tanto lo expresado por Lincoln como la frase sin autor indicado resultan muy oportunas para los mensajes emitidos de forma (prefiero pensar) involuntaria por influyentes personalidades del ámbito político nacional.
Las dos frases están cargadas de gran contenido aleccionador y oportuno. De ellas tenemos mucho para aprender quienes desde diversos ámbitos incidimos en las masas. De esa fuente debemos tomar quienes –lo explico con términos de mi tocayo García Canclini- vivimos en una etapa en la que se trata a las personas como consumidoras “aunque las interpelemos como ciudadanas”. Pero hay quien “se pasa” y luego se ve obligado a ”devolverse”, cuando quizás es demasiado tarde.
Ocurre que, aunque haya terminado la campaña y se estrene un nuevo gobierno, quien se dedica a la actividad política sigue siendo percibido como tal por las audiencias. Continúan siendo personas públicas, y lo que hagan o dejen de hacer seguirá siendo percibido por personas que darán significado a lo que reciben (oralmente, por escrito, pero fundamentalmente como hechos) para construir una imagen que termina consolidándose como reputación.
Desde las acciones que desdicen de las buenas costumbres por parte de quienes salen del gobierno, hasta alguien que llega para hacer lo mismo que criticaba, están enviando mensajes a un pueblo que, por más que alguien lo quiera hacer creer, no es bruto.
Todavía en el hipotético caso de que realmente se logre embaucar a cierta parte de la población, alguien atinará a destapar lo que terminará afectando la imagen de quien quiera pasarse de listo.
Como muchas veces se gana, pero el otro camino (el de perder) también queda abierto, quizás sea oportuno invitar a acortar el trecho entre el dicho y el hecho. Quizás sea oportuno invitar a practicar coherencia, como modo de demostrar que realmente avanzamos.
Si no es suficiente con las lecciones aquí referidas, quizás deba advertir que vivimos en un mundo en el que mucha gente tiene oportunidad para hacer saber. Aunque unos logran incidir más que otros, cada mensaje nace con la vocación de incidir. Esa vocación puede quedar en la ingenuidad de quien emite, pero también puede lograr la virtud que encuentra soporte en la sagacidad de quien cuida cada etapa de su recorrido.
Quizás resulte de gran utilidad hacerle caso a Manuel Castells porque, principalmente en democracia, “las sociedades evolucionan y cambian deconstruyendo sus instituciones bajo la presión de las nuevas relaciones de poder y construyendo nuevos conjuntos de instituciones que permiten a las personas vivir juntas sin autodestruirse, a pesar de sus intereses y valores contradictorios”.