“Nunca desaproveches una buena crisis”
Rahm Emmanuel
No por obvio debe olvidarse que sin diálogo no hay política, pero -y esto es un asunto que nuestros dialogantes olvidan- si bien el diálogo es una columna que sostiene la política, la otra es el antagonismo. “El antagonismo es a su vez la condición del diálogo. Sin antagonismo el diálogo es una simple con-versación (hacer versos juntos).” (F. Mires)
Un “diálogo político” supone para su éxito que los actores en conflicto tengan equilibrio y consistencia interna. Su posibilidad de negociar con “el otro” estará muy determinada por estos factores. En el caso que nos ocupa es obvio que si usted pone de frente al CONEP y al COPADEBA, se les cae la consistencia y el equilibrio.
Tal como en ocasiones anteriores, ha venido en mi auxilio mi viejo profesor Fernando Mires con uno de sus más recientes artículos en el que enfoca el tema de manera que puede ayudarnos a dar una mirada al nuevo diálogo tripartito, o a lo que queda de él.
Como para el éxito del “dialogo político” es decisivo el apoyo de las mayorías nacionales, lo primero que vemos es que las mayorías nacionales que favorecen el diálogo caben en la PUCMM y en algún programa de televisión.
Aún cuando no es posible encontrar normas acerca del cuándo y cómo del diálogo político no está nada de mal que participen en él actores políticos. Los “acompañamientos”, de su lado, se expresan muchas veces como una demostración de arrogancia ilimitada y nada democráticos además de buscar, sin duda, ventajas inconvenientes. Cuando los actores políticos necesiten información o asesoría, deberán buscarla cada uno.
En segundo lugar, respecto del “dialogo tripartito” se oyen voces que no pueden ocultar su molestia por la existencia de antagonismos y que sin más responsabilizan a “los políticos”. Eso es resultado de un pensamiento y una cultura profundamente antidemocráticos, incapaz de entender que, como muy bien dice Mires, la democracia es antagonismo y debe pugnar por procesar esas contradicciones, nunca por eliminarlas.
Pero si el diálogo tiene como fin la institucionalidad democrática nadie puede olvidar que la democracia tiene un lugar institucional para el diálogo que no es otro que el parlamento. No resulta comprensible que autoridades convoquen a un diálogo fuera del parlamento al que asistan otras autoridades que de hecho se ponen fuera de la institucionalidad. El interés de invitar a reuniones como las que motivan este comentario sólo puede ser entendido por la necesidad de los grupos de presión y de la Iglesia que actúan como poderes fácticos con el interés de instalar un espacio que no se han ganado en los marcos institucionales.
En democracia hay un solo motivo para que el diálogo político se realice fuera del parlamento y es cuando se requiere la participación de actores políticos extraparlamentarios, como es el caso de los diálogos de La Habana para la paz en Colombia.
De modo que si la democracia está funcionando (separación de poderes, justicia independiente, elecciones libres y competitivas y funcionamiento de partidos políticos) llamar al diálogo es un llamado innecesario puesto que la política y especialmente la política democrática es diálogo permanente. En otras palabras, de considerarse ineludible el ‘diálogo’, si éste apunta a mejorar la democracia debe ser parlamentario y la primera condición debería ser restablecer la primacía del poder legislativo para este tipo de acciones.
Si en realidad se piensa que el parlamento no está habilitado para ser el lugar del diálogo político, debe decirse y deben explicarse las razones por las cuales se pretende desconocerlo como espacio institucional. Y de ser cierto que el Congreso no funciona, o que no cuenta con las condiciones o que no se cree en los legisladores como actores habilitados por el voto para llevar adelante el diálogo, entonces hay dos puntos que deberemos asumir: el primero significaría que la situación institucional y política está mucho más deteriorada que lo que dicen los periódicos. Lo segundo nos obliga a encontrar maneras de defender instituciones decisivas de la democracia sin dejar de denunciar a quienes las conforman.
Como decíamos, para un correcto desempeño y un feliz término del diálogo se deben enfrentar fuerzas sólidamente agrupadas, pero la debilidad de cualquiera de los interlocutores conspira con los resultados.
Otro detalle que no debe pasar desapercibido es que si alguno de los participantes “no es político” (caso de las FARC) debe ser obligado a politizarse.
Así las cosas, quienes insisten en repetir antiguas prácticas, deberían revisar sus potenciales consecuencias: por un lado la politización de organizaciones gremiales, académicas y sociales y, por otro, la evidencia de partidos, nunca mejor definidos como electorales que parecen no encontrar qué hacer frente a un calendario que les ha puesto demasiado lejos las próximas elecciones.