Imperativo y pedagógico resulta contextualizar nuestro presente sociopolítico. Necesitamos saber, y no olvidar, lo que hemos sido, como única forma de entender lo que somos, y lo que podemos ser. Si se quiere, conocer el hoy de acuerdo con el ayer para comprender las posibilidades del futuro. Ese conocimiento coloca nuestros sueños frente a realidades ineludibles. De no tenerse en cuenta lo fáctico, sufriremos decepciones tempranas y caeremos presa del “Weltschmerz”.
“Weltschmerz“ es un término que aparece en la literatura germánica de principios del siglo diecinueve; describe la tristeza y la angustia sufrida por las imperfecciones y calamidades del mundo: comprobada la inexistencia del mundo al que aspiramos, deviene un profundo desencanto. En el padecimiento predominan tristeza, cinismo, pesimismo, y escepticismo político.
Muchos dominicanos de buena fe imaginaron una reivindicación moral e institucional de esta sociedad a pocos meses de la derrota del PLD. Hoy, algunos comienzan a padecer de algo así como un “Weltschmerz”. Frustrados, al no ver realizados sus sueños, comienzan a sumarse a las desautorizadas y desesperadas críticas de la vandálica oposición, argumentando que aquí no ha cambiado nada.
Criticar y cuestionar es tan válido como necesario. Ahora bien, hacerlo sin tomar en cuenta el legado de pasadas administraciones, si civilizaron o no a este país, es injusto y desfasado.
Ayudando a contextualizar – ubicando y entendiendo la herencia recibida – vuelvo a recordar datos irrebatibles que definen los aportes de la clase gobernante dominicana luego de más de medio siglo en democracia. En otras palabras: lo que encontraron quienes hoy intentan gobernar. (Por cierto, timoratos y negligentes en detallarle a la ciudadanía el saqueo aquí perpetrado).
Repasemos los desastres que enfrentan día a día las actuales autoridades. Lo he puntualizado antes, pero es necesario repetirlo hasta que se entienda. Veamos.
En el Índice de Desarrollo Humano ocupamos el puesto 89 en el mundo, y el 12 en Iberoamérica. Nos superan Ecuador, Colombia, Costa Rica, México, Brasil, Panamá y Cuba.
En los índices de Pobrezas estamos cercanos al fondo. Ocupamos el lugar 18 en Sur y Centroamérica; nuestra expectativa de vida no llega a los 74 años, mientras que en otros países de la región ya superan los 78. En cuanto a mortalidad infantil, todavía estamos en 22.7 por mil nacidos. Costa Rica está en 15, Panamá en 13, Nicaragua en 12, y Uruguay en 6.7
Obtuvimos los resultados más bajos de la prueba PISA (Evaluación Internacional de Alumnos) realizada entre jóvenes de 15 años que cursan el bachillerato. Igualmente desastrosas fueron las calificaciones de competencia de nuestra educación superior. El aumento del 4% para la educación sirvió de poco, excepto para financiar campañas a dos ministros que fungieron de precandidatos, y construir escuelas irresponsablemente. El magisterio exhibe una bajísima calidad profesional.
No se puede excluir – es indispensable – la prevalencia histórica de la corrupción en la clase gobernante, agravada por la inclusión de ventajistas financieros, mercenarios políticos y narcotraficantes, dentro de los partidos principales. Como si fuera poco, y completando el paradigma del subdesarrollo, un cuerpo legislativo tomado por forajidos.
Las más elevadas y sinceras intenciones de cambio encuentran frente a ellas resistentes murallas de calamidades morales e institucionales. Si hubiésemos elegido a Dios en estas paupérrimas circunstancias, a Él tampoco le hubiese sido fácil el cambio. Quizás, gobernando entre santos, ángeles y arcángeles, el tigueraje político hubiese amainado, si no es que alguno de la corte celestial llegase a pervertirse, o a darse por vencido ante tan difícil tarea.
Entendiendo el presente recibido, debo ubicar mis sueños, pensar en lo posible y descartar lo ideal. Invito a otros a que hagan lo mismo. Haciéndolo, atenuaremos frustraciones y desencantos, evitando el angustiante “Weltschmerz” y manteniendo algo de esperanzas.