Los que creemos en la trascendencia y supremacía de lo espiritual sobre lo material, tenemos derecho a imaginarnos al profesor Juan Bosch como alma en pena, deambulando por sus círculos de estudio y desparramando con furor las cenizas en que una gran parte de su discipulado ha convertido sus toneladas de reflexiones y teorías políticas sobre la sociedad que se propuso construir para completar la obra de Juan Pablo Duarte.

Fue un inmenso entramado de obras para la formación política y la organización partidaria, de interpretación de la historia nacional, caribeña y hasta universal, tan  notable como su obra literaria, signada por una inmensa sensibilidad humana y social, que de haberse quedado en esta, su espíritu  no vagaría hoy escandalizado estrellándose contra el muro que sus discípulos han levantado de espaldas al clamor de la sociedad.

Imagínense al Bosch que hace 44 años se levantó del liderazgo del Partido Revolucionario Dominicano, increpando a la mayoría de sus dirigentes de no ambicionar más que poder y riqueza en su condición de burgueses y pequeños burgueses. Y eso fue en 1973, cuando ese partido sólo había estado en el poder los 7 meses en que él gobernó  aferrado a una escrupulosidad y una austeridad más que franciscanas.

Ciertamente que su abrupta salida del PRD estuvo marcada, en buena parte, por lo que fue su mayor debilidad como líder político: su dificultad para administrar las lógicas  disensiones y las derivadas de las debilidades y carencias de la naturaleza humana, como el individualismo y las ambiciones desproporcionadas en aras de acumular los bienes y espacios colectivos. Desde joven en las luchas del exilio antitrujillista, el profesor Bosch tuvo dificultades en el manejo de las contradicciones.

Pero por encima de esa debilidad, que a veces lo hacía aparecer como intemperante, palpitaba un ser humano embargado por sueños de bienestar colectivo, de avances sociales y de edificaciones institucionales, y sobre todo de justicia e inclusión social, desafiante de cualquier poder que encontrara en medio del camino.

Durante el último tercio de su vida, Bosch se dedicó a hilvanar la organización que soñaba, a imagen y semejanza de su alma portentosa, e inculcó a su discipulado la noción de entrega total, de servir al partido para servir a la nación, al pueblo, a los más carentes de fortuna, a los excluidos del pan, de la educación y la seguridad.

Cuando ya comenzaba a declinar su enorme intelecto, en 1991, escribió una carta renuncia al nuevo partido, impugnando el surgimiento de las debilidades pequeño-burguesas que tanto había combatido, y la recogió acosado por promesas de enmiendas, sin sospechar que vendría la negación del credo boschista.

De aquella obra arquitectónica hoy sólo queda el recuerdo, y para tratar de ocultar la inmensa traición y espiar sus pecados capitales los renegados bautizan  puentes, escuelas, carreteras, barios y hasta ciudades con su nombre. Mientras se tapan ojos, oídos y nariz para no ver, escuchar ni respirar el clamor nacional contra un entramado de corrupción que infecta el cuerpo social dominicano y expulsa pus por donde quiera que lo pinchan.

No, el profesor Juan Bosch no merecía la vergüenza en que han convertido su PLD, con más millonarios que todos los otros, ripiado en grupos que se enfrentan por el poder, acuciados por inmensos colectores de fortunas mal habidas, temerosos hasta de ellos mismos, espoleados por proyectos sin límites, fundados en la corrosión de las instituciones y los seres humanos. Con un cierto progreso material, pero edificado sobre un inmenso pantano de control social y político y de compra de conciencias.

Ya que han perdido la sensibilidad siquiera para interpretar los gritos que se plasman en plazas y calles, en las redes sociales, periódicos y medios audiovisuales, esos miles de nuevos empresarios peledeístas deberían renunciar a profanar la memoria de Juan Bosch y dejarlo descansar en paz, con la frugalidad en que siempre vivió, ligero de equipaje, con sus eternos sueños de redención humana y social.-