El domingo 28 de abril estaba compartiendo con unos amigos dominicanos que viajaron a New Orleans para asistir al Festival de Jazz que se celebra en esa ciudad cada año y de seis personas presentes, tres habían sido atracados en condiciones de extrema violencia, incluso en más de una oportunidad.
En el preciso momento en que redacto esta nota, me entero por los medios de comunicación online, que el joven Marío Alberto Herrera Cortorreal, cayó víctima de seis impactos de bala, que le dispararon tres desconocidos desde una motocicleta en movimiento, en el sector de Herrera y que sólo perseguían arrancarle un teléfono celular.
No soy un experto en la ciencia que estudia la conducta humana; sin embargo, cualquiera con dos dedos de frente, puede notar que en el curso de unos veinticinco años se ha ido operando un cambio en la personalidad de los dominicanos, que nos ha llevado a ser esencialmente violentos, en capacidad de agredir por cualquier nimiedad a la pareja, al que comparte la vía pública, al que nos sirve, etcétera; mientras la otra parte, aquellos que no ejercemos la violencia, somos indiferentes y actuamos como sí esto fuera completamente normal.
Desde mi punto de vista, este es un tema fundamental, no sólo por las evidentes consecuencias económicas que se derivan del mismo, sino también y mucho más importante aún, por el envilecimiento que ha ido produciendo en la sociedad, en la cual tendremos que ver crecer a nuestros hijos.
De acuerdo con datos ofrecidos en un trabajo realizado por los Edylberto Cabral Ramírez y Mayra Brea de Cabral, titulado Violencia en la República Dominicana: Tendencias Recientes y publicado por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD); en el 1995 la República Dominicana ocupaba el lugar número trece entre los países más violentos de la región. Evidentemente, estos números han cambiado para peor y hoy día se pueden contar como excepción aquellos que no han sido víctimas de algún evento violento, dentro de la población general del país.
Sin embargo, las autoridades se empeñan en señalar que se trata de casos aislados, procurando ocultar lo que está a la vista de todos; que no encuentra otra explicación que la del fracaso total de la política de seguridad ciudadana, con el agravante de la que en el gobierno no hay la más mínima idea para resolver el problema, siempre que cada vez que se plantea algún tipo de programa, se trata de una reedición de las viejas prácticas represivas, que no han solucionado nada en el pasado y no van a hacerlo en el futuro.
La falta de voluntad para resolver este tema la representa el hecho de que a la fecha nadie desde el poder se haya planteado de forma concreta la necesidad de una reforma integral en la desacreditada Policía Nacional y que no obstante el fracaso de la gestión actual, el “jefe” de la policía siga siendo el Mayor General Polanco Gómez, no obstante que el mismo haya amenazado de muerte a supuestos delincuentes, ante los medios de comunicación en más de una oportunidad y sin importar que éste sea corresponsable del evidente deterioro de las estructuras e instituciones encargadas de proveer seguridad para todos los dominicanos y dominicanos.
Entiendo que la solución del problema de seguridad no se circunscribe únicamente al tema de la reforma policial; sin embargo, desde la perspectiva que me brinda el haber servido en el ejército de los Estados Unidos, puedo indicar que la reforma es un tema fundamental dentro del universo de medidas necesarias para resolver el desorden.
Este tema debe ser afrontado más allá de los salarios y beneficios, como a menudo escucho opinar, porque aun entendiendo que los salarios son importantes, no se puede concebir un cambio positivo, sin la modificación del liderazgo, la educación de los efectivos y el establecimiento de un sistema de valores que conlleven al necesario sentido de pertenencia y fomenten el respeto por la organización, los ciudadanos y las leyes.
Después de todo, hasta el maratón más largo inicia en un punto específico y es evidente que si no se modifican las estructuras de la Policía Nacional desde sus simientes, los dominicanos reunidos dentro o fuera del país, tendremos que continuar relatando nuestras historias de terror por mucho tiempo, sí es que se tiene la suerte de no resultar víctima de las balas de un delincuente civil o uniformado.