La escuela pública tiene un rol fundamental en una sociedad democrática. Su defensa y sostén es un asunto que debe ser de meridiano interés ciudadano. Las razones son al menos tres. 

Primero, la escuela pública es uno de los espacios concretos en el que una sociedad de individuos teóricamente iguales, garantiza que lo que somos ante las fuerzas del mercado o la suerte, no necesariamente es lo deseable como ciudadanos frente al Estado. La escuela pública se legitima cuando en vez de de reproducir las inequidades que heredamos, corta la cadena que ata el porvenir de los sujetos a sus condiciones de origen, a la cuna en que nacieron, sea de oro o de lodo. Es la esencia de lo que establece el artículo 63 de la actual Constitución dominicana cuando reza: "Toda persona tiene derecho a una educación integral, de calidad, permanente, en igualdad de condiciones y oportunidades, sin más limitaciones que las derivadas de sus aptitudes, vocación y aspiraciones…". 

Segundo, la escuela pública tendría la virtud de ser el espacio fundamental de socialización de las personas. Entre sus paredes, en la relación cotidiana con sus pares, con maestros y maestras que no sustentan el credo particular ni la agenda de ningún grupo de interés o sector de poder, sino el interés público, los futuros ciudadanos y ciudadanas aprehenden los valores cívicos indispensables para la vida democrática: igualdad, justicia, solidaridad, tolerancia, derechos humanos. A través de la educación científica debemos transformarnos en sujetos que, auxiliados de la razón y de compromiso cívico, superamos el pensamiento mágico, comprendemos el mundo y asumimos la religión como experiencia personal no limitante para nuestras capacidades.   

Y tercero, y no por ello menos importante, en América Latina la escuela pública tiene, o debería tener, un papel liberador de primera importancia. Paulo Freire, pedagogo brasileño, explicó hace décadas cómo las nuestras son "sociedades cerradas, caracterizadas por una estructura social rígidamente jerárquica", en la cual se ha edificado un sistema "educativo y precario y selectivo cuyas escuelas son un instrumento para mantener el status quo". Ese orden de cosas vive gracias a una conciencia "ingenua" (los individuos no se reconocen como fuente del poder), al fatalismo (la injusta realidad es "natural" e invariable) y la "cultura del silencio" (las masas ni siquiera pueden nombrar con conceptos y explicaciones aptas aquello que padecen). Alienados y desposeídos históricamente, ningún plan alfabetizador bastaría por sí sólo para formar hombres y mujeres competentes para la vida autónoma y plena. La escuela está llamada a ser un espacio para con-vivir una experiencia humanizante y dignificante. 

Un espacio para cortar el condicionamiento directo entre la cuna y la vida futura de las personas, y por tanto para ejercer la solidaridad; un lugar donde forjar ciudadanos; y un espacio para hacernos más humanos y dignos en el seno de la comunidad; esas son al menos tres razones para que haya escuela pública en plenitud de funciones. Sin embargo, el Estado no necesariamente ha estado en condiciones de construir la escuela bajo estas premisas. 

De acuerdo con Ángel Villarini, en países como República Dominicana, se ha impuesto una lógica en la cual el Estado, para ofrecer sus servicios, puso como condiciones la concentración y centralización de las funciones, mediante una lógica asistencialista. Una consecuencia ha sido la anulación de los ciudadanos y las comunidades en su capacidad de agencia frente a los problemas de la vida social, haciendo imperar el fatalismo, el caudillismo y el paternalismo. Así las cosas, la escuela se ha vuelto un mecanismo de transmisión de las lógicas de dominación y antidemocráticas. 

Al mismo tiempo, la época neoliberal del capitalismo entre los años setentas del siglo XX y primera década del siglo XXI ha implicado el desmantelamiento de las instituciones que mantenían los lazos entre el Estado, la economía y los ciudadanos. Junto al trabajo estable, la escuela ha sido remecida por una sociedad que se organiza sobre las bases de la "flexibilidad", la apertura al capital y el agenciamiento privado. Es la generación del "sálvese quien pueda". La conversión de la educación en un negocio es el resultado de una derrota de las clases trabajadoras, trayendo a la vida cotidiana la precariedad, la vulnerabilidad y la inestabilidad. De Inglaterra a Puerto Rico, las movilizaciones estudiantiles defienden la escuela como espacio público irrenunciable. 

Espacio vital para la democracia, territorio de disputa en las relaciones de poder social: Novedosa como ella sola, defender la escuela pública en la República Dominicana consistiría en echar las bases de una sociedad plenamente democrática, no sólo en sus formas sino en sus valores esenciales. A la vez significa la construcción de ciudadanía en la exigencia de cómo las políticas públicas y las lógicas del Estado garantizan y sostienen el interés general, construyen una cultura política distinta al paternalismo y la pasividad, y producen justicia social. Una defensa que más bien parece un parto histórico.